lunes, 31 de agosto de 2009

FRAGMENTOS, METALITERATURA Y HEDONISMO

Peter Lieber, mi amigo alemán que trabaja en un centro de nanotecnología, ha pasado sus breves vacaciones en Conil de la Frontera practicando kitesurf. La verdad es que se le da muy mal, fatal. Una tarde de septiembre de fuerte levante, después de perder la cometa y poner en peligro a unos bañistas, se sentó en la arena y me dijo: “He estado pensando. ¿Serías capaz de definirme el futuro del pensamiento en tres palabras?” Con tal de que no intentase de nuevo volar aquella lona con los colores de su equipo de fútbol, comencé a hablar sobre las tres palabras que me vinieron a la cabeza.
Hace varias décadas que venimos hablando del fin de los grandes relatos. Es el fin de la Modernidad y el inicio de la Postmodernidad. Aquellos sistemas filosóficos que explicaban todo y aquellas novelas que narraban un historia completa ya no se llevan. Hemos entrado en la era del fragmento.
Leer consiste en desplazarse por una red de referencias literarias. En las obras de Enrique Vila-Matas la identidad del narrador se va construyendo a través del proceso de escribir sobre la escritura. La experiencia del narrador es una experiencia literaria. Así, la identidad del autor se nutre de la identidad de otros escritores y personajes. Recordar los recuerdos de otro se convierte en el límite de una estética literaria de la alteridad. Y el lector sabe que habita una esfera literaria, una esfera que le proporciona un placer intenso. El escritor que escribe para dejar de escribir y el escritor que vive todo a través de la literatura son ejemplos de historias que hablan constantemente de sí mismas y nos ofrecen una salida honrosa del mundo.
La literatura ahora se narra a sí misma. El narrador habla de sí mismo como escritor y mezcla ficción y realidad. La esfera social y la esfera del yo han sido absorbidas por la esfera de la literatura. Y nunca tenemos la certeza de saber si algo ocurrió realmente. El estilo del diario permite manejar recursos muy ambiguos: el autor recuerda cuando transforma. Aunque la ironía nos avisa del peligro, como lectores temerarios que somos, nos dejamos engañar con la verdad.
Pensar consiste en razonar a través de una red de implicaciones conceptuales, una red sin centro. La Filosofía de los próximos años tendrá la forma de senderos racionales. Ya no aspiraremos a un sistema jerárquico de conceptos, a un sistema deductivo perfecto, al modo de un edificio, con sus cimientos inamovibles. Sin embargo, no abandonaremos el impulso racional de la modernidad. La metáfora del sendero conserva el azar y la necesidad, rasgos esenciales del naturalismo filosófico postmoderno. Un problema nos hace razonar y nos lleva a otro. La argumentación nos va empujando, nos hace desplazarnos. Cada problema es un nudo en la red, pero ninguno es el centro, porque no lo hay. Tampoco podemos predecir cuál será el rumbo exacto de nuestras argumentaciones. A pesar de ello, confiamos en las rutas trazadas; incluso pueden llegar a ser rutas muy concurridas, casi permanentes. El sendero discurre entre el azar de los acontecimientos y la necesidad de las argumentaciones.
Y el materialismo hedonista por fin se va tomando en serio... La obra de Onfray está renovando el hacer filosófico. Somos cuerpos, materia, sistemas nerviosos. Vivir es buscar el placer, la alegría. Y la filosofía ha de ser una actividad que produzca pequeñas revoluciones en nuestra vida cotidiana. Reconstruir la Historia de la filosofía para recuperar a los filósofos hedonistas es una de las tareas a las que se dedica Onfray. Además, su proyecto de universidad popular, donde todos participan y dialogan, puede significar una revolución en las instituciones del saber.

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