miércoles, 29 de diciembre de 2021

Sísifo y la caligrafía

 Cuando creíamos que teníamos la piedra en la cima y bien quietecita, empezó a rodar y rodar otra vez. Y era tan redonda la piedra, de puro desgaste, que recibió el nombre de la letra más redonda. Y todo transcurre como el eterno retorno, en un ciclo cansino, con un alfabeto infernal. 

martes, 21 de diciembre de 2021

martes, 14 de diciembre de 2021

Síntomas

Acabo de terminar un libro, una novela. Es tan moderna, tan compleja, que creo que no la he entendido. Hay libros que no puedes saber si los has comprendido o no... Quizás sea esa su gracia postmoderna, una gracia meramente formal. En literatura, abusar de la complejidad, la oscuridad y la ambigüedad puede ser un síntoma de complejidad, oscuridad y ambigüedad.

Brechas epistémicas

   

Detalle de la portada del libro: Conocimiento expropiado.

  Hay brechas tan pequeñas que no necesitan puntos de sutura. Los tejidos están próximos y son capaces de volver a la continuidad de la piel y la carne. Hay brechas grandes. Son las que nos asustan y requieren una ayuda, algo que mantenga la carne unida para que surjan otra vez los enlaces que ensamblan. Unos buenos puntos a tiempo permiten que en pocos días la brecha desaparezca casi sin dejar rastro.

La sociedad también es un tejido, de relaciones económicas, jurídicas y culturales. Las brechas epistémicas, referidas al conocimiento, afectan a todas las dimensiones del tejido social. Una brecha epistémica no solo consiste en carecer de ciertos conocimientos necesarios para la vida. Todos estamos pensando en la alfabetización, lectura y escritura. La brecha se manifiesta también en qué valor atribuimos a los conocimientos y cómo percibimos su construcción y distribución social. Estas brechas se manifiestan a través de exclusiones, opresiones, alienaciones y comportamientos irracionales.

  El acceso a la educación básica es un derecho fundamental en las sociedades democráticas modernas. En los países desarrollados, el Estado de bienestar ha hecho posible ese acceso de forma generalizada. Hay muchas zonas del planeta, sin embargo, en las que esa necesidad básica para el ser humano sigue sin ser satisfecha. Pobreza, conflictos bélicos y fanatismos suelen ser las causas.

   Con el desarrollo de las nuevas tecnologías de la información y comunicación no han desaparecido todas las brechas. De hecho, han salido a la luz otras nuevas. Somos incapaces de abarcar toda la información que se ofrece en la red. Seleccionar con criterio está al alcance de muy pocos. Cuanta más información recibimos, menos comprensión del mundo. Toda la información circula en el mismo plano. No hay jerarquías cualitativas. La novedad permanente, instantánea, nos aleja de una recepción reflexiva. No olvidamos porque no llegamos a retener. Y además, entre emisores y receptores ya no hay distancia. Quizás porque es como si no estuviera nadie al otro lado. La desaparición de la relación cara a cara provoca una deshumanización de la comunicación.

   En el mundo de la transparencia, la opacidad avanza hasta oscurecer el intelecto del consumidor. Las instituciones que elaboran el conocimiento siguen siendo un misterio para el ciudadano. Por eso surge la desconfianza ante la tecnocracia. Da la impresión de que hay más opciones, más posibilidades. Creemos que somos más libres, que nuestra capacidad de elegir ha aumentado, que nadie nos impone nada. Pensamos que nosotros elegimos las rutas del conocimiento, que nadie las ha diseñado con antelación. La supuesta horizontalidad y la evidente instantaneidad de las redes de información nos convierten en protagonistas del conocimiento.

 Pero resulta que son apariencias… Desconocemos de dónde vienen los datos generados por las nuevas plataformas de comunicación, cómo se han procesado y con qué intenciones. Tampoco tenemos acceso al funcionamiento de las instituciones tecnocientíficas. Así que algunos desconfían de todo lo que viene por la red, incluso del conocimiento científico, teórico y práctico. Las instituciones culturales pierden autoridad epistémica.

  Oscilamos entre la sensación de libertad absoluta y la sospecha de estar siendo engañados. A veces pensamos que construimos nuestras vidas, sin la injerencia de los poderes tradicionales; otras nos vemos como marionetas de un sistema técnico cada vez más complejo. Las consecuencias prácticas de este mayor acceso a la información son decepcionantes: solo ha servido para consumir más, y más rápido. La democracia participativa que algunos predecían no ha llegado. La autorrealización personal, fruto del  acceso a la cultura, tampoco.

   Cuando el ciudadano no participa en los procesos de construcción del conocimiento, surgen el negacionismo, el populismo, el fanatismo o el consumismo desbocado. Triunfa la desconfianza infinita o la ciega credulidad. El parlamento, los laboratorios, los museos, los centros de investigación… Tan cerca y tan lejos a la vez… Solo una democracia participativa y deliberativa puede ayudar a cerrar estas brechas. La crítica constructiva, mesurada y responsable, solo puede ejercerse desde dentro, desde los centros de producción y decisión. El papel de consumidor pasivo requiere una fe ciega. Fernando Broncano publicó en 2020 el libro Conocimiento expropiado, en la editorial Akal, una obra crítica y rigurosa sobre epistemología política.

domingo, 5 de diciembre de 2021

Otros mundos

 Intenten imaginar otros universos, con otras leyes físicas, con otro tipo de materia. En esos mundos quizás el pensamiento y la consciencia sean diferentes, incluso con otras leyes lógicas. Serán universos muy diferentes, pero si existe algún tipo de autoconciencia en algunos organismos, seguro que conocen la angustia existencial, o algo parecido. 

miércoles, 1 de diciembre de 2021

domingo, 28 de noviembre de 2021

Las comparaciones son odiosas

 En las ciencias, como en la vida, las buenas metáforas amplían el conocimiento, pero las malas ocultan la ignorancia. 

jueves, 11 de noviembre de 2021

Sintaxis y turismo

 Conocer las entrañas de las lenguas supone emprender un apasionante viaje hacia lo inefable, el sentido. 

miércoles, 10 de noviembre de 2021

Mejorar al ser humano

     



         Siempre hemos querido mejorar, pero nunca nos hemos aclarado hasta qué límite. Me refiero a la mejora de las capacidades físicas y cognitivas. Mediante la educación hemos querido rendir más en las actividades motoras e intelectuales. Nos hemos rodeado de una gran variedad de artefactos y técnicas que nos ayudaban a superar retos cada vez más difíciles. Así, la línea entre lo natural y lo artificial ha sido elástica, permeable o inexistente.

         Ahora, los avances tecnológicos prometen no solo eliminar las carencias o enfermedades, sino que hacen posible aumentar nuestras capacidades: correr más rápido, memorizar más cantidad de datos, razonar con mayor agilidad y precisión, o poseer un carácter más empático. La ingeniería genética, la neurociencia, la robótica, la biotecnología… Todas estas disciplinas pueden hacernos mejores a través de la intervención en nuestro organismo, gracias a implantes, edición genética o nuevos fármacos.

         Hace unos cientos de años, hablar de trasplantes de órganos podía sonar a literatura de terror o ciencia ficción. La posibilidad de modificar al ser humano despertaba miedos e inseguridades. Hoy estamos orgullosos de disponer de un sistema de trasplantes al alcance de todos los ciudadanos.

         Las nuevas tecnologías suponen un salto cualitativo, afirman los más desconfiados. Podemos transformar la naturaleza humana, su esencia. Las terapias son toleradas, siempre que sean para recuperar alguna función perdida y evitar sufrimiento. Pero ir más allá, para aumentar esas funciones, implica adentrarnos en un terreno muy peligroso desde el punto de vista biológico y ético.

         Los más optimistas no comprenden estos miedos. Si el diseño de terapias nos hace la vida más agradable, entonces no hay ningún inconveniente. Si aumentar nuestra resistencia física o la capacidad de memorizar nos aporta mayor bienestar, pues tampoco hay problema alguno. Dentro de unas décadas, cuando esas técnicas se abaraten y generalicen, estaremos tan orgullosos de ellas como lo estamos hoy del sistema de trasplantes. 

         Pero no todo es tan bonito, argumentan los pesimistas. Desconocemos los efectos biológicos y sociales que puede desencadenar una tecnología para mejorar lo humano. La especie humana dejaría de ser lo que es. Las técnicas, muy costosas, solo estarían al alcance de los privilegiados del planeta. Todos los sistemas de atribución de méritos quedarían trastocados. Los seres humanos se convertirían en meros artefactos, dispositivos técnicos al servicio del mercado. Y el mundo, lejos de alcanzar mayor bienestar, sería más injusto e inseguro.

         Que el ser humano modifique los procesos naturales no es nada nuevo, añaden los optimistas. De hecho, lo hemos estado haciendo constantemente, eso sí, cada vez con mejores herramientas teóricas y técnicas. Modificar el entorno y a nosotros mismos es algo natural en el ser humano… Forma parte de nuestra esencia. Por lo tanto, la tecnociencia actual no introduce ninguna novedad en ese sentido. Además, incluso el concepto de ser humano es una construcción.

         Haya o no una naturaleza humana fija, esas técnicas ponen en peligro la libertad y la igualdad, los cimientos de la dignidad. Cualquier mejora de la especie o de los individuos que atente contra esos principios no puede traer verdadero bienestar a nuestras sociedades. Los más críticos piensan que, además de una catástrofe biológica, esas manipulaciones innecesarias supondrán un retroceso moral y político.

         Quien desee seguir pensando estas cuestiones puede leer el excelente libro colectivo Más (que) humanos. Biotecnología, inteligencia artificial y ética de la mejora (Tecnos, 2021). Francisco Lara y Julian Savulescu son los editores. Aborda especialmente la posibilidad de una mejor moral de los seres humanos, a través de tratamientos con oxitocina o inteligencia artificial. Y si alguien quiere llevar este debate a las aulas, puede inscribirse en la IX Olimpiada filosófica de Andalucía, dedicada al tema “Transhumanismo. ¿Mejora o final de la especie humana?”. Hay distintas modalidades: vídeo, fotografía y disertación. Todas las bases están en la página de la Asociación Andaluza de Filosofía.

https://www.diariodejerez.es/jerez/Mejorar-humano-educacion-cerebros-toneles_0_1627339165.html

domingo, 24 de octubre de 2021

Cuando los nombres importan demasiado

     No nos debe importar lo más mínimo quién es el autor de un libro. Tampoco nos debe importar cómo clasificar el tipo de escritura, es decir, el género literario al que pertenece. Está bien que los sepamos, pero cuando comenzamos a leer tiene que ser algo irrelevante. Si el autor es de izquierdas o de derechas, madrileño o vasco, hombre o mujer... Todos estos datos son secundarios. Es bueno conocerlos, pero son secundarios. 

    Un libro tiene calidad literaria únicamente por lo que cuenta y el estilo en el que está escrito. Sobre todo, el estilo. Dar importancia a otros factores implica dejarse arrastrar por prejuicios, por elementos ajenos a la escritura. De ahí que un texto literario deba ser autónomo, nunca estar al servicio de causas externas. Una escritura al servicio de intereses políticos o religiosos se destruye a sí misma, es una especie de suicidio.

    Los lectores que verdaderamente han disfrutado con las novelas de Carmen Mola no creo que se hayan sentido engañados. Será una anécdota divertida, no creo que suponga mucho más. Esta revelación no mermará nada la cantidad de placer que les proporcionó la lectura. A lo mejor, conocer la trayectoria profesional de los tres escritores les sirva para comprender ciertos rasgos de esas tramas tan adictivas. Los buenos lectores seguirán apreciando las novelas en sí mismas, sin dejarse condicionar por las circunstancias que rodean a la obra. 

     Ha sido triste ver cómo retiraban los libros de Carmen Mola de las estanterías de una librería, los empaquetaban y los ponían en la puerta para devolverlos a la editorial. Cabe entender que, al ser tres varones los autores, ya no tengan sitio en una librería especializada en libros escritos por mujeres. Sé que lo llevan a rajatabla, pero se podía haber hecho una excepción. Sobre todo, porque eso de expulsar las novelas de la librería nos trae a la memoria acontecimientos que no deseamos que se vuelvan a repetir, propios de dictaduras o sistemas totalitarios. Además, Carmen Mola existe, es un personaje de ficción y tiene su lugar en el mundo. En la librería podrían haber resuelto la situación con humor y sentido común, sin inquietarnos tanto, éticamente hablando. 

    Otro síntoma que debe inquietarnos es que haya varones que firmen sus novelas con un nombre de mujer. Algunos críticos han considerado este hecho como una banalidad de mal gusto, dado que las mujeres se han visto obligadas a la largo de muchos años a escribir con un nombre de varón, si querían ver sus textos publicados. En el caso de Carmen Mola, a lo mejor se solo un juego literario al que no hay que darle más vueltas. O a lo mejor sí hay que dárselas, y no se trata de un juego literario, sino de una estrategia para adaptarse al mercado literario actual. Eso significaría que si firmas con un nombre de mujer, con independencia de la calidad de lo escrito, uno tiene más posibilidades de ser publicado y vender. 

https://www.lavozdelsur.es/opinion/cuando-nombres-importan-demasiado_266923_102.html

sábado, 16 de octubre de 2021

La tinta del calamar

 De pequeño me encantaban las películas del oeste, de piratas y las de los tres mosqueteros. Y me encantaban las de ciencia ficción y las de terror. Sin olvidarme de las de artes marciales, por supuesto. Me construía espadas de madera yo mismo para jugar con mis amigos. Imitaba a los karatecas. Y era muy consciente de que no debía intentar cortar la cabeza a mi amigo. Vamos, ni se me pasó por la mía... Nadie tuvo que explicarme nunca la diferencia entre realidad y ficción. Habría sido una especie de insulto, tanto para mí como para el osado e inconsciente pedagogo. El mundo de la ficción es autónomo, con sus propias reglas. Eso lo sabe cualquiera. Debería saberlo todo el mundo. Mi única duda hoy no es si los niños lo saben, sino si los adultos son conscientes de lo que implica sumergirse en la ficción. Con la cantidad de novelas, series y películas que se consumen... Pero hay algo que oscurece nuestro intelecto, una especie de tinta oscura y viscosa. A lo mejor es que consumimos en lugar de leer y contemplar. Y, de tanto tragar sin asimilar, algunos se han vuelto más infantiles que los niños, extendiendo un miedo que nace de la ignorancia y de la falta de auténticas experiencias estéticas. Ya no juegan con sus niños, porque bastan las actividades extraescolares. Ya no hay plazas donde jugar. Nos hemos inventado el mundo de los niños, y creemos que son ignorantes, al menos tanto como nosotros los adultos. Seguramente se rían cuando les intentemos explicar que lo que sale en la pantalla es de mentira. Y que no hay que imitarlo... Cuando resulta que es en los juegos donde reproducimos lo que ocurre en la sociedad, para ir entrando en ella, mecanismos de socialización, mecanismos básicos para alcanzar la autonomía.  Quizás nos aterra que quieran ser como nosotros. 

https://www.lavozdelsur.es/opinion/tinta-calamar_266610_102.html

martes, 12 de octubre de 2021

Diario de clase

            

Ilustración de MOGA

            Hay profesores que en clase se limitan a contar la historia de la filosofía. Pero hay otros que se dedican a pensar al mismo tiempo que explican a los grandes filósofos. No sé si con otras materias se puede hacer lo mismo, ser creativo a la vez que se desarrollan los contenidos mínimos de la programación. En el dibujo, el artista enseña técnicas y estilos, y también puede ir creando al explicar. En lengua y literatura la profesora puede enseñar a redactar y a comprender los textos, y a la vez crear relatos, poemas. El químico quizás también pueda enseñar investigando dentro del laboratorio… Y no digo fuera del aula, en su casa, sino en la actividad docente diaria, en clase.

         Nos preguntamos si esa enseñanza creativa es posible y si sirve para algo, si los alumnos aprenden más o menos, porque quizás sea un estorbo y, a la larga, aprendan más cuando el profesor se limita a repetir lo que dice el manual, sin ir nunca más allá. Además, enseñar a ser creativo, en cualquier terreno, no es nada fácil. No basta con dar reglas, si es que las hay, ni con mostrar esa actividad. Imitar al que piensa… Imitar al que pinta… Suena raro.

         Francisco J. Fernández ha publicado un libro que trata de la filosofía de verdad. Se titula Lycofrón. Diario de clase. (Círculo Rojo, 2021). Si calificarle de racionalista es excesivo, sí que cabe afirmar que le interesa la razón, ya sea desde la dimensión ontológica, lógica o lingüística. Estas preocupaciones se reflejan en sus libros: El filósofo del océano (Iralka, 1998), El descrédito de los quilates (Iralka, 1999), El ajedrez de la filosofía (Plaza y Valdés, 2010) y Los huesos de Leibniz  (Akal, 2015).

         Lycofrón es un libro en el que se piensa. Y se piensa a través de un diario de clase, el que lleva un alumno a lo largo de dos trimestres. Asistimos al pensamiento en vivo del profesor, a través de las páginas escritas por el alumno y las correcciones que va añadiendo el maestro. Un método de enseñanza y un estilo de escritura, con las dosis narrativas oportunas.

         Del sofista Licofrón sabemos muy poco, casi nada. Seis citas de Aristóteles y poco más. Seis citas que nos traen seis problemas, quizás alejados entre sí o quizás no. Eso es lo que se irá desentrañando a lo largo del diario de las clases. El maestro nos advierte desde el principio: no hay que confundir la filosofía con la historia de la filosofía. La actividad esencial es la primera: la segunda solo es una ayuda, un recurso para pensar mejor.

         El diario arranca con el problema del ser, como es debido, el valor absoluto y relativo del uso del verbo ser. No es lo mismo decir que el árbol es grande que decir que el árbol es o existe, a secas. Hay árboles, existen árboles… Un tema ontológico y lingüístico, y fundamental a lo largo de la historia de la filosofía. Pronto verá el lector que los problemas para comprender el ser se entrelazan con asuntos referidos al uso del lenguaje y a la lógica. Las categorías, maneras de predicar, son “las formas en que cabe pensar el ser”. La categoría principal es la sustancia primera (el ente concreto, este árbol) de la que se predica el resto de las categorías. Géneros, especies, individuos… Pero ciencia solo hay de lo universal… Las reflexiones van desde la ontología a la filosofía política. En el diario aparece reflejada la perplejidad del alumno, que es el narrador del pensamiento del maestro. No falta el sentido del humor a lo largo del texto.

         Este diario no es ni una historia de la filosofía ni una mera introducción a la filosofía. Nos obliga a pensar en profundidad y con precisión desde el primer momento. La prosa es clara, con un vocabulario muy rico. Y se detiene cuando hay que hacerlo. Que hay que ir despacio en la lectura es lógico, evidente. Y dar mil vueltas a lo que dice, como el alumno. Con ejemplos que van de la biología a la matemática o el ajedrez. Eso es pensar. Claro que, para algunos, ese pensar puede ser caótico y quizás prefieran otro tipo de exposiciones más convencionales… Ser creativo mientras se explica conlleva utilizar analogías, ejemplos de diferentes campos, conexiones inesperadas, y mucha ironía.

         En las explicaciones aparecen filósofos como Platón, Aristóteles, Kant, Leibniz, Heidegger, Quine…, es decir, los que vemos en los manuales, pero también se menciona a profesores recientes, como Pierre Aubanque, Alain Badiou o Agustín García Calvo. En el diario hay ciertas pinceladas autobiográficas, asociadas a las experiencias filosóficas y bibliográficas del autor.

lunes, 11 de octubre de 2021

La costumbre aturde

 Escuchar el bramido del mar de fondo... A lo mejor nuestros ancestros, hace cuatro millones de años, eran capaces de percibir el fondo de microondas o la armonía de las esferas. 

lunes, 4 de octubre de 2021

domingo, 3 de octubre de 2021

A su lugar natural

 El centro de la política es el centro del universo... Y centro solo hay uno, muy denso, abarrotado de ideas vacías. 

lunes, 27 de septiembre de 2021

Fractal

  En cada párrafo está todo el libro. En cada línea está todo el libro. En cada palabra está todo el libro. 

martes, 24 de agosto de 2021

miércoles, 18 de agosto de 2021

viernes, 23 de julio de 2021

viernes, 16 de julio de 2021

jueves, 15 de julio de 2021

domingo, 11 de julio de 2021

Testigo

 He visto un jardín en el que brota la palabra, un escenario natural donde crece el logos, lejos de los encantadores dispositivos de control que tanto nos apasionan. 

lunes, 28 de junio de 2021

Arte marcial

La lectura te permite adquirir cualquier forma y escapar por las grietas de lo real... Te convierte en agua, dijo Bruce Lee. 

jueves, 24 de junio de 2021

Tiempo

 Recuerden algunas palabras de sus padres, sobre asuntos sencillos, entonces comprenderán lo que es el tiempo, con toda su crueldad.

martes, 22 de junio de 2021

Jardinería

 El opio del pueblo... Han logrado que nos peleemos por regar la planta, o que confundamos la poda con la tala. 

lunes, 21 de junio de 2021

Plano

 Para pensar con profundidad hay que ser capaz de imaginar que el mundo es de dos dimensiones. Y verlo todo en el mismo plano. 

domingo, 20 de junio de 2021

Emerger

 Después de tanta presión, quitarse la escafandra va a ser toda una aventura... Otra vez el aire y los insectos, el humo de los coches y las sonrisas falsas. 

sábado, 19 de junio de 2021

En órbita

Hay que pensar como los astronautas. Son los únicos que ven el mundo desde fuera, como un todo. Los filósofos somos astronautas fracasados.

martes, 8 de junio de 2021

LOS OCÉANOS Y LAS HUMANIDADES

 

Antonio de Nebrija a la manera renacentista. Ilustración de Luis Miguel Morales "Moga"

   El océano del saber es infinito. Hemos aprendido que el ámbito del conocimiento es complejo, atravesado por corrientes inestables. No existen estados fijos en un ser líquido y dinámico. Hay que ser consciente de ello a la hora de elegir un camino profesional y estudios superiores. Aunque la idea de currículum flexible se está haciendo realidad poco a poco, todavía nos vemos sujetos a la inevitable, de momento, parcelación administrativa del saber.

   Una de esas corrientes es el estudio de las humanidades: historia, filologías, arte, filosofía… Saberes todos inútiles para quien tiene una visión muy reducida del conocimiento, una mirada tecnocrática. Saberes, pues, que no aportan nada, ni a la persona ni a la comunidad… Sin embargo, la actualidad nos muestra que no basta con avanzar en el ámbito tecnocientífico. Siempre hay que tomar decisiones éticas y políticas. Y ahí nos atascamos, quizás porque improvisamos o porque pretendemos aplicar solo la racionalidad tecnocientífica, dejando a un lado tanto la racionalidad ética y comunicativa, como la sensibilidad artística.

   Con el método científico explicamos qué estructura tienen los virus o nuestras economías. Explicamos la naturaleza y la sociedad. Diseñamos vacunas y creamos instituciones financieras para transformar esas realidades y vivir mejor. Es a la hora de distribuir las vacunas o asignar los impuestos cuando todo se enturbia. La causa de estos oscuros y nocivos enredos: hemos explicado los fenómenos naturales y sociales, pero no hemos logrado comprender su significado, su sentido. Esta tarea corresponde a las humanidades, que por supuesto, deben colaborar constantemente con las ciencias de la naturaleza, si no quieren ser mera palabrería.

   Es un error concebir las humanidades como un mero contrapeso al desarrollo dañino de la tecnociencia. Tienen como objetivo alcanzar una comprensión global del ser humano. Se trataría de llevar a la práctica los ideales del humanismo ilustrado, impulso que arranca en las ciudades griegas y llega hasta nuestros días transformado en un espíritu cosmopolita. Las humanidades se preguntan por el sentido de la investigación científica, de las tecnologías y de las instituciones sociales.

   Los datos, las teorías y las máquinas son necesarios, pero no suficientes para progresar. Es preciso saber qué debemos hacer, qué es lo correcto, qué somos, qué tipo de ciudadanía queremos, qué modelo de sociedad y desarrollo… Necesitamos profesionales que hablen con inteligencia y prudencia sobre estos temas.

   La senda del humanismo ilustrado conduce a la autonomía racional, moral y estética. Las ciencias y las artes nos proporcionan los medios pertinentes para desplegar nuestra dignidad. Hacen falta profesionales de las humanidades que investiguen y provoquen debates. Así evitaremos los grandes males de siempre: la ignorancia, el fanatismo, la superstición, la esclavitud y la injusticia. Hay una brecha práctica que deberíamos cerrar cuanto antes: los científicos y profesionales de la salud han realizado su trabajo de forma ejemplar, mientras que los gestores políticos han generado más incertidumbre y confusión.

   No basta con una sociedad de expertos y técnicos. Para comprender el presente y vislumbrar el futuro se requiere conocer la tradición. Esa tradición cultural permite algo esencial para las democracias: un diálogo racional que regule nuestra praxis y aclare los fines que debemos perseguir. La historia de los conceptos (científicos, filosóficos, artísticos…) arroja luz sobre nuestra experiencia actual. Son las categorías que utilizamos para clasificar el mundo y fundamentar nuestras elecciones.

   En todas nuestras instituciones, ya sean económicas, políticas, culturales o científicas, tiene que haber intelectuales que aporten una visión global de lo que estamos haciendo. La claridad de la razón ha de mostrar el horizonte, sin ser esclavos de los intereses económicos y políticos que rigen solo a corto plazo. Pensar de forma global para adentrarnos en los infinitos océanos del saber y salvar los finitos y bellos océanos del planeta.

jueves, 13 de mayo de 2021

MENTES, CUERPOS Y MÁQUINAS

Ilustración de Domingo Martínez
     
    La mente posee cuatro rasgos que nos siguen desconcertando. A pesar de los grandes avances en psicología y neurociencia, todavía nos dejan perplejos. Según el filósofo John Searle, esas cuatro propiedades son la conciencia, la subjetividad, la intencionalidad y la causación mental. Son muy escurridizos. Impiden que nuestra concepción científica del mundo encaje con la experiencia diaria, la del sentido común.

    Somos seres conscientes, es decir, nos damos cuenta de que estamos en el mundo, de que existimos. La vida mental es absolutamente privada, subjetiva. No sé qué siente otra persona cuando dice que le duele el pie o ve el color azul. Nuestros pensamientos son sobre algo, sobre la realidad. Tenemos la capacidad de representarnos el mundo externo mediante imágenes y conceptos. Y nuestros estados mentales, sean lo que sean, interaccionan con el mundo físico.

    El cerebro está formado por neuronas, células del sistema nervioso, compuestas a su vez de moléculas y átomos.  En este nivel no encontramos neuronas conscientes, con estados subjetivos, capaces de representar hechos de la realidad o manejar significados. Ni los átomos ni las neuronas poseen propiedades mentales. Las propiedades mentales surgen de la interacción de miles y miles de neuronas. Son propiedades que existen en un nivel más alto de organización. Brotan de la complejidad.

    La escritora Siri Hustvedt ha publicado Los espejismos de la certeza. Reflexiones sobre la relación entre el cuerpo y la mente (Seix Barral, 2021). Es una obra que analiza el problema de la mente desde una perspectiva crítica e interdisciplinar. Revisa las principales teorías, desde Platón hasta las investigaciones actuales de la ciencia cognitiva y la inteligencia artificial. Cada capítulo, después de abordar las diferentes dimensiones de un asunto, suele dejar preguntas abiertas. Para Siri, la duda es una de las principales virtudes intelectuales.

    Critica la teoría computacional de la mente y cualquier tipo de reduccionismo. Cree que hemos asumido la metáfora del ordenador sin haberla pensado a fondo. Se trata de una teoría que vuelve a introducir el viejo dualismo de Descartes. La mente es una especie de programa que procesa símbolos formales. El cuerpo es un mero soporte material. Todas las variaciones de esta teoría se basan en el supuesto de que somos un mecanismo material capaz de manejar información. De hecho, es indiferente qué tipo de materia sea.

    Siri Hustvedt cree que este paradigma computacional ha fracasado. A lo largo del libro describe experimentos y propuestas teóricas que conducen a otros enfoques. Frente a la visión racionalista de la mente, se decanta por una vuelta al cuerpo, a las emociones y a todo el trasfondo inconsciente de la actividad humana. Pensamos con todo el cuerpo… Pensamos y sentimos con los otros….

    Para comprender la mente, no basta con el punto de vista externo, objetivo. Es necesaria la visión subjetiva de primera persona. Para ello, recomienda el enfoque de la fenomenología. Si queremos entender la mente, hay que explicarla tal como se aparece al yo. También es preciso narrar la historia de ese yo y las relaciones con su entorno social. El sujeto se desarrolla con los demás. En la génesis del sujeto hay que analizar todas las conexiones que nos constituyen, empezando por la maternal.

    La teoría computacional de la mente utiliza modelos, simulaciones,  es decir, simplificaciones. Y la realidad humana es muy compleja. Los determinismos genéticos también simplifican. Siri se queja de que asumamos con tanta naturalidad ciertos modelos. Que somos máquinas que procesan información, que los genes condicionan todas nuestras propiedades, que nuestra mente está hecha de módulos…

    Los fracasos en inteligencia artificial han revelado la necesidad de un cambio de paradigma. John Searle ya nos advirtió hace décadas de que un programa solo maneja símbolos formales, sin contenido, sin comprensión ni conciencia. Insistió en que la conciencia es un hecho biológico. Ahora la robótica se ha topado con el problema del lenguaje y las emociones. La sintaxis no basta. Somos seres semánticos: somos significados. Hay un abismo infinito entre simular una emoción y sentirla.

martes, 13 de abril de 2021

INQUIETANTE COSMOS

 

Ilustración de Luis Miguel Morales Galante ‘MOGA’

   “En primer lugar existió el Caos. Después Gea la de amplio pecho, sede siempre segura de todos los Inmortales que habitan la nevada cumbre del Olimpo.” Así lo cuenta Hesíodo en la Teogonía. El caos es una hendidura, un abismo, un espacio inmenso y tenebroso. El caos es abertura, resquicio, bostezo… Se produce la separación de cielo y tierra.

   Quizás de una masa compacta indiferenciada, sin límites internos, brotó la diferencia y la pluralidad. De la oscura abertura salió el orden y la armonía, la claridad. Del caos surgió el cosmos. Los primeros filósofos comenzaron a entender el caos como desorden. El estado primitivo del universo fue materia desordenada e informe. De lo ilimitado e indefinido nacieron las partículas y fuerzas que conocemos.

   Cosmos en griego significa orden, pero también conveniencia, decencia, disciplina, organización, construcción, director, magistrado supremo, atavío, ornamento, gloria, honor, consideración... La cosmología trata del mundo como totalidad, de su origen y sus leyes: propone modelos matemáticamente coherentes y corroborados, o al menos no negados, por los datos experimentales. Para estudiar el cosmos necesitamos astronomía, física y matemática. Es una ciencia que pretende describir un sistema perfectamente ordenado.

   A los seres humanos siempre nos ha atraído el orden natural. El desorden nos intranquiliza. Los fenómenos impredecibles y caprichosos nos angustian. ¿Cuándo afirmamos que hay orden en la naturaleza? Desde antaño decimos que hay orden cuando existe una repetición de los fenómenos, cuando hay ciclos, estructuras estables, patrones, relaciones causales… Hay orden si conocemos las leyes que gobiernan lo real y nos permiten predecir lo que puede ocurrir. Por el contrario, decimos que hay desorden cuando nada se repite, no hay estructuras estables y todo ocurre de forma azarosa e impredecible.

   Los filósofos se preguntan si ese orden pertenece realmente al mundo o es una proyección que realizamos los seres humanos para poder comprenderlo y transformarlo con la técnica. También se preguntan si el caos que observamos en ciertos procesos naturales pertenece a la esencia de la realidad o es una mera manifestación de nuestra ignorancia. A lo mejor nuestro cerebro no puede captar toda la complejidad…

   El orden del universo no es tan lineal y predecible como pensaban los viejos deterministas. En la naturaleza observamos sistemas muy complejos, caóticos y aparentemente aleatorios, donde hay probabilidad, bifurcaciones… Son sistemas en los que pequeñas y casi imperceptibles variaciones en las condiciones iniciales desencadenan grandes transformaciones.

  Para comprender ese orden natural, los seres humanos hemos utilizado como herramienta la matemática. Los filósofos se preguntan si esa matemática es una creación humana, un sistema de símbolos útil para dominar el cosmos, o es una descripción de la esencia de esos procesos. Los científicos necesitan nuevas herramientas matemáticas cuando quieren comprender las intrincadas dinámicas del orden natural. Heisenberg comenzó a crear matrices para describir el comportamiento de las partículas subatómicas sin saber que ya existía cierto desarrollo de ese campo de la matemática.

   En la estética del arte clásico se ha valorado la simetría y la proporción, rasgos necesarios en una obra bella. Las estructuras simétricas y estables nos agradan de forma natural. Sin embargo, con las vanguardias, el caos o desorden dejó de ser sinónimo de fealdad artística. Que las simetrías nos agraden no es un hecho natural, sino cultural e histórico. Los conceptos de orden y caos serían construcciones sociales, convenciones culturales.

   En el ámbito social, el caos se manifiesta como desorganización, violencia y desorden. El orden nos remite a la estabilidad y la ley. Si no hay Estado y ley, nos invade el caos. Cuando hay orden uno sabe a qué atenerse. Los anarquistas, por supuesto, creen que puede haber orden social sin Estado, un orden que nazca de la autogestión asamblearia. En las sociedades modernas, las leyes de los parlamentos generan orden y estabilidad. Así sabemos lo que debemos hacer y qué es lo correcto. El caos social se relaciona con la improvisación y la confusión, fruto de la ignorancia o la imprudencia.

https://www.diariodejerez.es/jerez/Inquietante-Cosmos-Juan-Carlos-Gonzalez_0_1564345581.html

viernes, 26 de marzo de 2021

Marvin

 No se dejaba coger, porque no le gustaba. Si lo agarrabas, descuidado y a traición, salía disparado como si estuviese untado en aceite. Mofletudo y bigotudo, correteaba a tu alrededor sin prestar atención.  Era Marvin... De su afición a la electricidad tuvimos noticia en nochevieja, cuando se comió un cable de la televisión. Así era Marvin. Y no lo confundáis con Marvin Harris, el gran antropólogo del materialismo cultural... Como todos los seres de este mundo, vivió en un laberinto. Menos mal que Ariadna le mostró el camino con su inteligencia y su bondad. 

jueves, 25 de marzo de 2021

Meditaciones de un buzo

    A lo largo de estos meses he pensado mucho en los buzos. La existencia se ha vuelto pesada, como si lleváramos una escafandra reluciente, como si nuestras vidas transcurrieran en las profundidades de un océano oscuro e infinito. Hemos contemplado el mundo a través de un cristal. Aunque la presión nos angustiaba y la incertidumbre era espesa, hemos pensado el mundo en toda su amplitud, temporal y espacial.

   La filosofía no aporta conocimiento objetivo de la realidad, eso lo llevan a cabo las ciencias. Los filósofos, como mucho, manejamos ideas, conceptos, y algunas reflexiones de segundo grado, nada más. Si se puede hablar de utilidad en estos casos, las ideas nos sirven para obtener una visión global de lo que ocurre. Como buzo, estas son algunas de mis ideas sumergidas.

   Al habitar las profundidades, nos hemos encontrado con la oscuridad, la ignorancia. En la sociedad de la información y el conocimiento, el no saber es el peor de los males. De repente, todo el saber acumulado parecía no servir para nada. Nadie supo predecir el desastre; nadie supo qué estaba ocurriendo. La sociedad del espectáculo se vino abajo, todo era una farsa.

   De la oscuridad nacieron la incertidumbre y el miedo. Carecer de explicaciones supone no saber qué va a ocurrir. El miedo se instaló en la sociedad feliz del consumismo. Las viejas narraciones, ésas en las que al final el bien vence sobre el mal, ya no funcionaban. La sociedad del riesgo se transformó en sociedad del miedo. Problema: no estamos entrenados. El miedo a que el suelo desaparezca bajo nuestros pies era un miedo propio de regiones lejanas, zonas olvidadas en los confines del sistema solar…

   Fue entonces cuando llamamos a las puertas de los laboratorios y los centros de investigación. Casi con exigencias y malos modos. La ciencia tenía que solucionar el problema inmediatamente. Tenían que ser los héroes de esta historia perversa. De pronto, la investigación científica era esencial para nuestras vidas. Las condiciones tan precarias en las que se desenvuelven los investigadores volvieron a salir a la luz. Pero ahora debían estar preparados para abordar el fin del mundo…

   Y la sociedad posmoderna, relativista y adicta al fragmento, exigió hablar de la verdad y de la mentira. Con el fin del mundo a la vuelta de la esquina, los negacionistas y los amantes de las noticias falsas suponían un grave peligro para la civilización. La ley del péndulo. De negar el concepto de verdad hemos pasado a considerarlo un pilar básico en la reconstrucción del mundo. Incluso hemos llegado a dejar a un lado toda crítica que ponga en cuestión la actividad de las instituciones encargadas de producir verdades. Algunos confunden el negacionismo con el sano escepticismo…  

   Trabajar en las profundidades, con tanta presión, exige claridad de ideas, responsabilidad y mucha coordinación. Los que se dedican a los asuntos públicos se han esforzado para gestionar el gran problema. Sin embargo, los parlamentos nos han hecho dudar sobre los verdaderos fines de semejantes desvelos. Porque detrás de ese tremendo esfuerzo por evitar la catástrofe estaba el deseo infinito y absoluto de conservar el poder o de alcanzarlo. El diálogo y el acuerdo han sido escasos. Unos confunden la oposición con la destrucción, y otros el gobierno con el ciego dominio…

   Y los ciudadanos a lo nuestro, a incumplir las normas en cuanto no hay un castigo a la vista… Hemos mostrado una terrible carencia de virtudes cívicas, de sentido del bien común y de la responsabilidad. La culpa es de los políticos, del sistema, de las multinacionales y de los grandes señores que controlan el universo… Y nos hemos quedado tan a gusto. Nuestro incumplimiento sistemático de las directrices para salir del abismo parece ser que no tiene ningún efecto sobre la realidad. Somos víctimas, seres con derechos y sin obligaciones, seres nacidos para consumir y ser felices. Hemos olvidado, o no hemos aprendido, qué significa ser ciudadanos en una sociedad democrática. Algunos confunden ser un ciudadano crítico con eludir las responsabilidades…

   La angustia ante la posibilidad real de desaparecer como humanidad es algo nuevo. La amenaza de la guerra nuclear de otras décadas no llegó a ser tan intensa. Como luego se comprobó, la solución estaba en nuestras manos: el desarme. Sin embargo, esta amenaza, tan difusa, tan ajena a lo humano, no es fácil de controlar. Los gobernantes están igual de asustados que los ciudadanos, igual de perdidos. Este miedo nos ha hecho pensar en la humanidad como un todo. La angustia es global. La crisis económica es global. Las soluciones han de ser globales.

https://www.lavozdelsur.es/la-voz-seleccion/revista-papel-voz-del-sur-2021-buen-ano-renacer_256563_102.html

sábado, 20 de marzo de 2021

DEMANDA

 Todos los poemas son por encargo. ¡Que nadie se atreva a negarlo! La belleza del mundo nos pide un poema. Las miserias de la vida nos piden otro. Hasta la duda se atreve a solicitar esa forma de ser que llamamos poema. Solo unos pocos humanos son capaces de ingresar en el espacio puro de la poesía. Los demás nos conformamos con la prosa poética, ese suelo híbrido donde todo ser pensante y amante de los erráticos senderos del lenguaje es bien recibido. Todos los poemas son por encargo de la vida. Y vienen al mundo para ampliarlo, para que no se quede en nada, porque el mundo sin poesía es poca cosa... La inspiración es una oficina donde las entrañas de la realidad rellenan formularios. Los poetas anotan los pedidos en cualquier papel. Vale todo tipo de soporte físico. Lo importante es saber registrar lo que las miradas de los otros reclaman. Los mayores pedidos vienen del amor y la justicia. Siempre ha sido así. A los poetas les pedimos que resuelvan el misterio del cosmos. Con sus versos quizás sepan describir lo que une a los seres en una realidad efímera y absurda. Les pedimos mucho. 

jueves, 11 de marzo de 2021

MARTE

       

Ilustración de Luis Miguel Morales Galante ‘MOGA’

        Lo de ir a Marte parece que va en serio. Lo que comenzó siendo una curiosidad se ha vuelto una necesidad. Si los marcianos no dan señales de vida aquí, tendremos que ir allí, pero para quedarnos, porque la vida en la Tierra tiene los años contados. Hay muchas formas de llegar a Marte. Hace miles de años que los humanos llegamos, con la observación y con las palabras. Nuestro interés por el cuarto planeta del sistema solar viene de lejos. Marte es del dios de la guerra, el segundo día de la semana y el tercer mes del año.

     Es uno de los cuerpos celestes que, desde nuestra perspectiva, se desplaza sobre el fondo de las estrellas fijas. Planeta en griego significa errante, vagabundo, el que va de un lado para otro. Y es, ante todo, el planeta rojo, debido al óxido de hierro. Su diámetro es la mitad que el de la Tierra. Tuvo abundante agua y una atmósfera rica en dióxido de carbono. Su núcleo se solidificó y fue perdiendo tanto su atmósfera como sus océanos. Sin apenas presión atmosférica, sin ciclos hidrológicos y procesos de reciclaje, Marte se convirtió “un desierto seco y polvoriento” con temperaturas medias de -55ºC, explica Carlos Briones en su libro ¿Estamos solos? (Crítica, 2020).

         Desde Galileo, en 1609, la utilización de telescopios nos fue acercando cada vez con más detalle a su atractiva superficie. La observación que hizo el astrónomo italiano Giovanni V. Schiaparelli en 1879 desembocó en una interpretación errónea que desató la imaginación de los lectores durante décadas. Describió unas estructuras, unos “canales”. Esa palabra, que en un principio tenía un sentido geológico, al pasar al inglés adquirió otro de carácter tecnológico, artificial, explica Briones. Así, comenzó a circular la idea de que había canales artificiales construidos por alguien para conducir agua.

       Un planeta similar al nuestro, en la zona de habitabilidad… Todo encajaba a la perfección para que fuese cuna de alienígenas, con cabeza, tronco, brazos y piernas, por supuesto. Fascinados ante el posible contacto con otros seres inteligentes, y asustados ante una posible invasión, los seres humanos elaboramos relatos apasionantes. La hipótesis de vida inteligente en Marte se extendió por todos los ámbitos de la cultura. Hasta que los nuevos telescopios y las sondas espaciales mostraron lo que de verdad eran aquellas formaciones. Las expectativas se redujeron: ahora bastaba con encontrar agua y alguna forma simple de vida, o algún rastro de ella, si es que la hubo.

     Que la Perseverance haya llegado al planeta rojo en plena pandemia puede dar lugar a diferentes valoraciones. Para unos, estamos ante un acierto de la ciencia y la tecnología, una muestra más del progreso humano. Para otros, se trata de otra demostración de cómo las necesidades sociales van por un lado y los grandes proyectos de investigación por otro.

    Cuando los resultados de los grandes proyectos científicos aparecen en los medios de comunicación, los ciudadanos descubrimos que existe la política científica. Es el ámbito en el que se decide en qué investigar y qué recursos dedicar. Todos los países asignan un porcentaje de su PIB al desarrollo de planes de investigación, desarrollo e innovación. En esos planes aparecen los sectores estratégicos en los que investigar y los objetivos que pretendemos alcanzar. Aquí se concreta qué tipo de ciencia básica queremos potenciar, y qué relación va a tener con la innovación tecnológica que la economía reclama. La política tecnológica determina la relación entre ciencia, tecnología y sociedad.

       Como nunca se debate esa relación, damos por hecho que se trata de una conexión natural y lineal. Se investiga y se construye lo que es necesario. Lo que es posible. Investigamos la naturaleza y sus leyes, de ahí se deriva una cierta tecnología. Se nos presenta como si fuese el único camino posible si seguimos el método científico.

     La política científica, sin embargo, es un ámbito de decisiones. Los científicos y los representantes de los ciudadanos son los que las toman en las instituciones y momentos pertinentes. El gran público desconoce por qué elegimos un sendero u otro dentro de la investigación. Sería muy interesante analizar cómo ha sido posible que Perseverance esté en Marte, qué ciencia básica ha sido necesaria, qué inversiones se han llevado a cabo, cómo va a repercutir en nuestra economía, de qué procesos tecnológicos asociados nos vamos a beneficiar, cuál es el objetivo principal del proyecto, cuáles son los secundarios… Y también sería muy oportuno ampliar la participación ciudadana en la política científica, ahora que hemos reflexionado tanto sobre lo esencial y lo superfluo.

miércoles, 10 de febrero de 2021

VIDA CONTEMPLATIVA

 

Fotografía de Luis Miguel Morales ‘MOGA’
Fotografía de Luis Miguel Morales ‘MOGA’

     La palabra teoría viene del griego, y su raíz significa mirar, contemplar. Es lo que hacían los espectadores cuando acudían a los juegos olímpicos. Miraban para comprender y disfrutar. La vida moderna es muy acelerada, la urbana y la rural. Desde que nos acompañan las pantallas a todas partes, ya no nos podemos librar de los ritmos frenéticos que invaden nuestra actividad cognitiva. Desplazamos las imágenes a todo trapo en el apéndice de interacción y vigilancia que hemos adquirido con plena libertad. Hemos perdido de vista el horizonte. Es demasiado estático para que nos llame la atención. No activa esos circuitos gratificantes que se alimentan de la novedad permanente. El horizonte no está de moda.

         Y el horizonte puede ser el cielo estrellado, el mar, un bosque, un insecto o un cuadro. La mirada lenta posibilita la ficción, los mundos posibles. La contemplación genera la invención, la provoca. Ver es siempre imaginar. Despojar a la mirada de su dimensión creativa y conceptual supone reducirla a una simple función especular, reflejante. Somos seres de ficción: pensar implica valorar mundos posibles.

         No hay mirada vacía, por eso la observación es un encuentro entre lo que ya sabemos y lo que aparece en el horizonte. La velocidad, gran enemiga de la contemplación, impide las nuevas conexiones. Por eso, la mirada ha de ser lenta, y ha de ser asombro. Los ritmos de la sociedad de consumo, por el contrario, erosionan esa contemplación. La mirada productiva desvitaliza el tiempo, lo consume.

         Para desarrollar el espíritu científico es preciso mirar de forma pausada, con el fin de desentrañar el orden o el desorden natural. Además con una paciencia infinita… La complejidad de un cuadro requiere una capacidad de observación similar a la que despliega el sabio cuando analiza el cosmos y sus diferentes niveles. Y en ambos casos se trata de percibir con otro tiempo.

         Al mirar un cuadro nos ponemos en el lugar del artista, sin abandonar nuestra perspectiva. Se produce una estimulante fusión de horizontes, de tiempos. Pero también nos acercamos a otras vidas, a otros paisajes, a otros mundos posibles. Nadie puede contemplar un cuadro sin rebasar sus fronteras, si es que las tiene…

         El escritor y periodista Carlos del Amor ha escrito Emocionarte. La doble vida de los cuadros, (Espasa, 2020). Los cuadros tienen muchas vidas, reales e imaginarias. Todo lienzo, dice el autor, esconde tanto una historia real como una de ficción, la que surge de la mirada del espectador. Cada capítulo se centra en una obra y un artista. Primero nos ofrece lo imaginado, lo inventado por el observador; luego viene la obra, a color, con algunas pinceladas de su historia real. Son treinta y cinco pinturas de creadores como Ángeles Santos, Vermeer, Goya, Suzanne Valadon, Rembrandt, Dalí, Friedrich…

         Es un libro que puede ayudarnos en las clases de educación plástica, historia del arte, lengua y literatura, estética y filosofía. Sin embargo, no es ni una historia del arte, ni un trabajo de estética ni de crítica erudita. Cada capítulo se puede leer de forma independiente, y los cuadros comentados son de estilos y épocas muy diferentes: hiperrealistas, surrealistas, impresionistas, barrocos, románticos…

         Es la selección realizada por un amante del arte y de los museos. Y detrás de esa elección hay una mirada propia, muy personal. El lector se va a encontrar con los cuadros que han emocionado o han hecho pensar e imaginar a Carlos del Amor. Si divulgar significa transmitir, explicar y provocar, este libro lo logra en cada una de sus páginas. El valor educativo del libro reside en intentar imitar esa mirada en alguna de las áreas mencionadas, y plasmarla en un ejercicio escrito como el que lleva a cabo el autor.

https://www.diariodejerez.es/jerez/Vida-contemplativa_0_1545447324.html

martes, 12 de enero de 2021

LOS INGREDIENTES DE LA CREATIVIDAD

Ilustración de Domingo Martínez

    La creatividad es uno de los fenómenos naturales que generan mayor asombro. Es una de las capacidades más importantes del ser humano, la que ha dado lugar a la cultura, al ámbito técnico, conceptual y simbólico. Desde hace décadas, nuestra sociedad demanda personas creativas e innovadoras en todos los terrenos. Ya no basta con acumular conocimientos para ser un buen profesional. Hay que saber resolver problemas con inteligencia, y proponer soluciones inéditas cuando el contexto lo requiere. Los sistemas educativos deberían favorecer el desarrollo de esas capacidades, tan útiles en la vida cotidiana. 
    Por eso no nos extraña que haya mucha curiosidad por saber cómo surgen las ideas nuevas en cualquier actividad humana. El avance en ciencias cognitivas está posibilitando un acercamiento científico, experimental, a ese momento eureka del que hablan los creadores. Además hay que agradecer la descripción que los propios artistas y científicos hacen de sus hábitos de trabajo. Como ejemplo clásico, tenemos la conferencia de Henri Poincaré sobre la invención matemática. 
     Poincaré explicó cómo llegó a crear las ecuaciones fuchsianas (automorfas). Después de un largo trabajo racional preparatorio, y de haber dado mil vueltas a un problema, considerando todas sus dimensiones, el científico deja a un lado el asunto y se dedica a otra actividad. Aparentemente no piensa en el tema, pero de forma inconsciente el cerebro sigue trabajando en ello, haciendo combinaciones, conexiones… Y, de repente, una de ellas brota en la consciencia y aparece como solución, como idea nueva. Esa intuición, esa idea en bruto, deberá ser verificada, demostrada de forma rigurosa. De todas las combinaciones posibles, nuestra sensibilidad ha seleccionado la más útil, la más bella. Y es la que ha aflorado como solución en la mente consciente. Para Poincaré las analogías son fundamentales en el proceso de descubrimiento: una estructura de un campo la trasladamos a otro. La idea nueva, por lo tanto, no surge de la nada, sino de ese trabajo preparatorio que explora conceptos y formas de ámbitos diferentes. 
     Todos los investigadores actuales entienden la creatividad como un proceso complejo. Aunque no hay recetas mágicas, sí existen ciertos factores que hacen posible la creatividad. El matemático Cédric Villani habla de siete ingredientes necesarios para el surgimiento de ideas innovadoras. La fase de documentación nos permite dominar un campo y ver cómo se ha abordado hasta ahora nuestro problema. Sin la motivación es imposible adentrarse en el duro trabajo de inventar. Pero de nada sirve, si no hay un entorno adecuado. El diálogo con otros investigadores es una fuente de nuevas perspectivas y corrección de errores. También hay que saber gestionar las restricciones impuestas, ya sean técnicas, materiales, formales, económicas… El investigador debe sumergirse en el problema, para incubarlo. Mediante esa impregnación, la persona reflexiona sobre el tema y da mil vueltas al asunto. Gracias a esa inmersión surge la iluminación, el eureka… Villani, como muchos creadores, también dice que se necesita un último ingrediente, la suerte. 
     En psicología se habla de dos tipos de pensamiento, el convergente y el divergente. El modelo convergente se basa en el razonamiento lógico y analítico. Según este enfoque, cada problema tiene una solución, que se alcanza tras seguir un método, unos pasos lógicos y necesarios. Es un enfoque rígido, secuencial y conservador. El enfoque divergente consiste en promover el flujo de ideas, la flexibilidad, la originalidad, la elaboración y la redefinición. Hay que probar todas las perspectivas y asociaciones posibles. Las analogías surgen al conectar dominios distantes y al relacionar ideas aparentemente muy alejadas. 
     La historia de las ciencias y de las artes nos muestra que en los procesos creativos se combinan de forma dialéctica varios factores opuestos. Sin imitación, no hay innovación. El azar y la suerte son importantes, si de fondo hay un trabajo metódico que tiene en cuenta las restricciones. Conocer las reglas de un campo es esencial para poder transgredirlas cuando es oportuno. Si no conoces varios campos de conocimiento, las posibilidades de ser creativo disminuyen. Sin un trabajo preparatorio racional previo, las intuiciones no aparecen, y si lo hacen, no sabemos cómo aprovecharlas. Para que nuestra parte inconsciente trabaje bien, debemos suministrarle ideas, perspectivas y datos desde la parte consciente. Y nuestro trabajo individual se enriquece con la puesta en común, con el diálogo crítico. Recomiendo el libro Idea súbita. Ensayos sobre epifanía creativa (Abada, 2018). Editado por Amelia Gamoneda y Francisco González.

viernes, 8 de enero de 2021

Calendario de Talleres Leibniz 2021

     

Fotografía de Valentín Pablo Gómez

    Cándido no se ha olvidado de mí. Me ha llegado su almanaque. El lema para 2021 es La ley de Murphy no es un cuento chino. Como nota a pie de página aparece su clásico Usted vive en el mejor de los mundos posibles. Y si no es así, nosotros se lo reparamos. Este año tienen mucho protagonismo los oficios. Enero está dedicado a los buzos. Una reluciente escafandra sirve de ilustración. La inmersión es la salida. En las profundidades, en la oscuridad, bajo la presión de las aguas habita la memoria... Enero es el peor mes, decía mi madre. Y es que le frío y las inclemencias nos arañaban en Tierra de Campos. Hay almanaques de un solo mes, el de enero. Niebla, heladas, incluso nieve... Todo el año sobra cuando el recuerdo te remite al frío. La vida del buzo no es sencilla. La escafandra pesa como el mundo. El trabajo del buzo es duro y húmedo. Su objetivo: rescatar las ideas sumergidas, en canales y mares del sur. Quizás nacimos para ser todos buzos. Este es un almanaque que no puede pasar de enero, el peor mes... No hay barco para humanos, no hay escafandra que nos permita cruzar las aguas sin mojarnos. Imaginar otro mes hoy es una temeridad. Enero se atasca en las esclusas, en los hornos abrasadores del invierno. No hay más meses.