martes, 11 de febrero de 2014

TERCERA CULTURA Y CULTURA CIENTÍFICA

          Existen dos tipos de opiniones sobre el valor de los diversos conocimientos en nuestras sociedades, dos puntos de vista extremos que reflejan el viejo problema de las dos culturas y su incomunicación. Unos dicen: “Si no has leído el Quijote, eres un inculto; si no sabes explicar la teoría de la selección natural de Darwin, no importa, eso es para los científicos”. Sin embargo, otros replican: “Si no sabes matemáticas, no sabes realmente nada; uno puede vivir sin conocer la historia del arte o la filosofía porque no aportan nada útil”.

         Desde hace décadas se habla de la necesidad de una tercera perspectiva, una tercera cultura, que sería la síntesis ideal, una forma de valorar los conocimientos muy distinta: “No puede haber buenos científicos si no son humanistas; no puede haber buenos humanistas si no conocen las principales teorías científicas”. El problema de fondo no es simplemente qué conocimientos son importantes para los especialistas, sino también qué tipo de cultura general debe manejar un ciudadano.

         El especialista, como es obvio, necesita dominar un área muy concreta, muy delimitada, si desea aportar algo nuevo. Pero para que este saber especializado tenga sentido es preciso que el científico, natural o social, conozca las teorías e ideas fundamentales de la comunidad científica general. La carencia de una visión global implica desorientación y, a la postre, falta de eficacia en el terreno propio. El biólogo o el físico, además de trabajar para obtener un reconocimiento académico o registrar una patente, debe comprender qué función desempeñan sus investigaciones dentro del sistema tecnocientífico y en su sociedad.

         Los ciudadanos, es decir, todas los personas, tengan el oficio que tengan, además de las destrezas propias de su vida laboral y doméstica, necesitan una cultura general para poder seguir siendo ciudadanos. Esta cultura general incluye la lectura del Quijote y la teoría de la selección natural de Darwin. Hasta ahora parecía evidente que el ciudadano bien formado era el que conocía los clásicos de la literatura, las corrientes artísticas o los momentos históricos importantes. Hoy ese concepto de cultura resulta incompleto,  insuficiente.   

         Los Estados invierten grandes cantidades de dinero en programas de I+D+i, investigación, desarrollo e innovación. Estos planes determinan nuestra economía. Si no entendemos en qué se investiga y para qué, no podremos ejercer ninguna actividad crítica y será muy difícil diseñar mecanismos de participación ciudadana para decidir sobre nuestro futuro. Tampoco podremos entender los problemas morales que generan las nuevas tecnologías, como la ingeniería genética o la nanotecnología.

         La tercera cultura traerá, entonces, científicos y ciudadanos críticos, capaces de integrar los distintos conocimientos con el fin de alcanzar la visión global necesaria para seguir investigando con sentido y decidiendo con autonomía. No es difícil encontrar buenos ejemplos de intelectuales que hayan intentado construir con sensatez esa tercera cultura.
        

         El filósofo palentino Francisco Fernández Buey nos ha dejado, sin acabar, un libro editado por Salvador López Arenal y Jordi Mir: Para la tercera cultura. Ensayos sobre ciencias y humanidades (El Viejo Topo. 2013). En el texto analiza las raíces del debate entre ciencias de la naturaleza y ciencias del espíritu en el pensamiento europeo moderno. También nos expone los intentos actuales de construir esa tercera cultura. Y llama la atención cómo, lejos de haberse logrado esa integración ideal, sigue repitiéndose el viejo esquema. Algunos científicos naturales piensan que sólo ellos serán capaces de realizar esa síntesis. Y algunos humanistas creen que esa visión global sólo la poseen los científicos sociales...