jueves, 13 de mayo de 2021

MENTES, CUERPOS Y MÁQUINAS

Ilustración de Domingo Martínez
     
    La mente posee cuatro rasgos que nos siguen desconcertando. A pesar de los grandes avances en psicología y neurociencia, todavía nos dejan perplejos. Según el filósofo John Searle, esas cuatro propiedades son la conciencia, la subjetividad, la intencionalidad y la causación mental. Son muy escurridizos. Impiden que nuestra concepción científica del mundo encaje con la experiencia diaria, la del sentido común.

    Somos seres conscientes, es decir, nos damos cuenta de que estamos en el mundo, de que existimos. La vida mental es absolutamente privada, subjetiva. No sé qué siente otra persona cuando dice que le duele el pie o ve el color azul. Nuestros pensamientos son sobre algo, sobre la realidad. Tenemos la capacidad de representarnos el mundo externo mediante imágenes y conceptos. Y nuestros estados mentales, sean lo que sean, interaccionan con el mundo físico.

    El cerebro está formado por neuronas, células del sistema nervioso, compuestas a su vez de moléculas y átomos.  En este nivel no encontramos neuronas conscientes, con estados subjetivos, capaces de representar hechos de la realidad o manejar significados. Ni los átomos ni las neuronas poseen propiedades mentales. Las propiedades mentales surgen de la interacción de miles y miles de neuronas. Son propiedades que existen en un nivel más alto de organización. Brotan de la complejidad.

    La escritora Siri Hustvedt ha publicado Los espejismos de la certeza. Reflexiones sobre la relación entre el cuerpo y la mente (Seix Barral, 2021). Es una obra que analiza el problema de la mente desde una perspectiva crítica e interdisciplinar. Revisa las principales teorías, desde Platón hasta las investigaciones actuales de la ciencia cognitiva y la inteligencia artificial. Cada capítulo, después de abordar las diferentes dimensiones de un asunto, suele dejar preguntas abiertas. Para Siri, la duda es una de las principales virtudes intelectuales.

    Critica la teoría computacional de la mente y cualquier tipo de reduccionismo. Cree que hemos asumido la metáfora del ordenador sin haberla pensado a fondo. Se trata de una teoría que vuelve a introducir el viejo dualismo de Descartes. La mente es una especie de programa que procesa símbolos formales. El cuerpo es un mero soporte material. Todas las variaciones de esta teoría se basan en el supuesto de que somos un mecanismo material capaz de manejar información. De hecho, es indiferente qué tipo de materia sea.

    Siri Hustvedt cree que este paradigma computacional ha fracasado. A lo largo del libro describe experimentos y propuestas teóricas que conducen a otros enfoques. Frente a la visión racionalista de la mente, se decanta por una vuelta al cuerpo, a las emociones y a todo el trasfondo inconsciente de la actividad humana. Pensamos con todo el cuerpo… Pensamos y sentimos con los otros….

    Para comprender la mente, no basta con el punto de vista externo, objetivo. Es necesaria la visión subjetiva de primera persona. Para ello, recomienda el enfoque de la fenomenología. Si queremos entender la mente, hay que explicarla tal como se aparece al yo. También es preciso narrar la historia de ese yo y las relaciones con su entorno social. El sujeto se desarrolla con los demás. En la génesis del sujeto hay que analizar todas las conexiones que nos constituyen, empezando por la maternal.

    La teoría computacional de la mente utiliza modelos, simulaciones,  es decir, simplificaciones. Y la realidad humana es muy compleja. Los determinismos genéticos también simplifican. Siri se queja de que asumamos con tanta naturalidad ciertos modelos. Que somos máquinas que procesan información, que los genes condicionan todas nuestras propiedades, que nuestra mente está hecha de módulos…

    Los fracasos en inteligencia artificial han revelado la necesidad de un cambio de paradigma. John Searle ya nos advirtió hace décadas de que un programa solo maneja símbolos formales, sin contenido, sin comprensión ni conciencia. Insistió en que la conciencia es un hecho biológico. Ahora la robótica se ha topado con el problema del lenguaje y las emociones. La sintaxis no basta. Somos seres semánticos: somos significados. Hay un abismo infinito entre simular una emoción y sentirla.