martes, 15 de diciembre de 2020

PROVOCAR Y DOMESTICAR

     


Ilustración de Domingo Martínez

      Hace unos días me enteré de que un libro de filosofía había sido prohibido en un centro de enseñanza. La obra es Filosofía en la calle, de Eduardo Infante, publicada por la editorial Ariel. La noticia me llegó por Twitter. Los seguidores le daban la enhorabuena y se indignaban por lo sucedido, todo a la vez. Las felicitaciones se debían al trabajo bien hecho por el filósofo, y la indignación brotaba ante semejante ataque a la libertad de pensamiento. Suena raro en estos tiempos, un libro prohibido, censurado…

        ¿De qué trata para ser tan peligroso? Eduardo Infante se considera seguidor de Sócrates. La filosofía no debió salir nunca de las calles y plazas. La hemos desvitalizado al encerrarla en la burocracia de los sistemas educativos. “Los profesores corremos el peligro de convertir nuestras aulas en cavernas, desconectadas de los problemas y las inquietudes de nuestros alumnos…” Cuando Eduardo Infante se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo, salió a la calle con ellos y les preguntó qué les interesaba de verdad.

          En el libro plantea FiloRetos, hilos de conversación. Con las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, el ágora se ha trasladado a las redes sociales. Por eso el autor utiliza Twitter. La filosofía se instala ahora en la plaza pública virtual, porque internet puede ser también un buen espacio para dialogar de forma abierta y tolerante.

         Los FiloRetos son preguntas filosóficas que surgen en nuestra vida diaria, dilemas y dudas radicales. ¿Deberías contárselo todo a tu pareja? ¿Debes obedecer siempre a la autoridad? ¿Tiene importancia que tu pareja fisgue en tu móvil? ¿Sirve de algo rezar? ¿Son malas las drogas? ¿Cuánto necesitas comprar para ser feliz? ¿Debería un hombre ser feminista? ¿Podría ser el suicidio la solución a alguno de tus problemas? ¿Deberías hacerte vegetariano? Si te quedases embarazada, ¿abortarías? ¿Las galas de Operación Triunfo son arte?...

         Da la impresión de que los libros de texto han sido diseñados para aburrir y evitar que los alumnos piensen, dice el autor. Hablan de problemas enrevesados, ajenos a la vida y explicados con una terminología críptica. Por eso Filosofía en la calle está escrito con claridad, para que lo entienda cualquiera que desee pensar. Y hay muchas referencias al cine, con el fin de acercarse a los conflictos humanos desde múltiples perspectivas.     

         Son asuntos que nos conciernen a todos y que no podemos ignorar, ya que nacen de la interacción con los demás. A lo largo del texto Eduardo Infante nos propone conceptos, argumentos y teorías para abordar de forma directa esas inquietudes vitales. Las ideas de Platón, Aristóteles, Kant, Bentham, Weil o Lévinas pueden ayudarnos a plantear bien estos problemas prácticos desde nuestra autonomía. Aparecen diferentes soluciones, a veces contradictorias entre sí. Es el lector el que debe juzgar cuál es la más razonable. A través del código QR se accede a un hilo de Twitter donde uno puede dejar su opinión sobre el tema tratado.

         Que una caja de herramientas sea prohibida causa mucha extrañeza desde el punto de vista educativo. Quizás el peligro venga de la capacidad que tienen esas herramientas, las ideas, tanto para construir como para desmontar.

         Hay problemas de los que nunca hablamos… Por lo visto, alguien se quejó de que este libro trata de asuntos inapropiados para los jóvenes que estudian bachillerato. Es mejor que nos topemos con ellos sin haber reflexionado antes, para darles una solución improvisada o que nos los resuelvan otros… Este es el dilema: si no hablamos de ciertos asuntos, mal (la escuela está desfasada); y si hablamos de ellos, también mal (adoctrinamos o escandalizamos). La educación siempre camina por el alambre, haciendo equilibrios, entre la libertad de pensamiento y el respeto a la autoridad y la tradición.

         Michel Onfray publicó en 2001 su Antimanual de filosofía en la editorial Edaf. Los títulos de cada apartado también eran provocadores. En la introducción, “¿Hay que empezar el curso pegándole fuego al profesor de filosofía?”, dice que lo peor es convertirse en un funcionario de la filosofía y lo mejor, lo deseable, desarrollar una enseñanza socrática. Sin olvidar que tenemos que aportar los instrumentos conceptuales necesarios. “Cuanto más rico sea vuestro vocabulario, más profundo puede hacerse vuestro pensamiento; cuanto menos lo es, en peores condiciones estaréis para desprenderos de los tópicos…”

https://www.diariodejerez.es/jerez/filosofia-cerebros-provocar-domesticar-libro-prohibido_0_1528647645.html

sábado, 14 de noviembre de 2020

ESENCIALES

           Si la vida humana es palabra, logos, no debe extrañarnos que las librerías sean esenciales. Somos seres simbólicos, poéticos y fabuladores. Nos gustan las historias y las teorías tanto como beber, comer y amarnos. En el decir y el interpretar habita esa esencia humana. La imaginación es el nexo que une a escritores y lectores… Y las librerías son las casas de la imaginación, de la creatividad. Como seres de ficción que somos, la creatividad es esencial, el núcleo de nuestra existencia simbólica.   

         Hay muchas estanterías, con extraños rótulos… Nada sobra. Todos los géneros son necesarios para el ser humano. Todos los pasillos de una librería conducen a Roma: el placer. O quizás a Grecia: el conocimiento. Comedias y tragedias, novelas y ensayos, poemas y biografías, guías y diccionarios… Senderos imprescindibles para alcanzar de mil formas diferentes la felicidad.

         Todo esto viene de muy atrás. Dicen los historiadores que hubo un tiempo en el que no había escritura ni libros. No sé, no sé… Todo me suena a un cuento que alguien ha inventado. ¡A quién se le ocurre que pueda haber humanidad sin libros! Y dicen que nos sentábamos al calor del fuego, bajo las estrellas, para contarnos aventuras, anécdotas, viejas leyendas… Era un momento sublime, inquietante, lleno de expectativas, cordial, es decir, era como entrar en una librería.

           El olor de los libros atraviesa las mascarillas. Accedemos a una burbuja de sensaciones. Miles de posibilidades ante nuestros ojos, ante los cristales empañados. Ahí están todas las palabras esenciales, y ahí estarán. Las librerías nos acogen con una promesa de eternidad, quizás otra ficción, otro cuento. Es el calor del fuego primordial, con el ruido de las alimañas a lo lejos. Es el calor protector de las hojas, de los árboles.

         No son burbujas para aislarnos de la realidad, todo lo contrario. Los libreros abren sus casas para mostrarnos todos los mundos posibles. Y nos regalan la fórmula secreta para seguir soñando con otras vidas. Las casas de la imaginación son hospitalarias. A ellas acudimos todos los viajeros, quizás porque las confundimos con Ítaca.

martes, 10 de noviembre de 2020

FILOSOFÍA DE LA MEDICINA

       La filosofía suele dedicarse a reflexionar sobre los conceptos que utilizamos en la vida cotidiana, en el ámbito de las ciencias, las artes y las tecnologías. Es una reflexión de segundo grado. El filósofo piensa sobre las teorías y creencias que manejamos en las diferentes áreas de conocimiento. Así que hay filosofía de la matemática, de la física, de la biología, del arte, de la técnica, de la política… Y también de la medicina.

       Cristian Saborido, profesor de filosofía de la UNED, ha publicado  “Filosofía de la medicina” (Tecnos, 2020), una excelente introducción a los problemas que estudia esta disciplina. Analiza los presupuestos teóricos que hay detrás de la práctica médica. El libro está escrito con un estilo claro y preciso, con referencias a la bibliografía esencial y un glosario de los términos utilizados. El autor imparte las materias de Filosofía de la ciencia, Bioética, Introducción al pensamiento científico, Problemas filosóficos de la biología y Filosofía y medicina.

         Estamos ante un texto divulgativo y didáctico que se enmarca dentro de la filosofía de la ciencia. La reflexión sobre la salud y la enfermedad es tan antigua como la filosofía. Ya encontramos reflexiones sobre estos conceptos en Hipócrates y Galeno. Sin embrago, ha sido en las últimas décadas, tras el auge de la ética clínica, cuando se ha consolidado como área autónoma.

       Existen dos grandes corrientes, la naturalista y la constructivista. Si la distinción entre salud y enfermedad estriba únicamente en criterios biológicos y fisiológicos, entonces somos naturalistas. La fisiología define el funcionamiento ideal de nuestros órganos. Hay enfermedad cuando no funcionan bien. A veces se recurre a criterios estadísticos para establecer la normalidad. Este enfoque propone una noción objetiva de salud y enfermedad, así que los aspectos subjetivos y sociales no son pertinentes. Como mucho, algunos naturalistas incluyen el contexto ecológico.

       El naturalismo suele ser acusado de reduccionista y de cientificista. Todo lo reduce a mecanismos fisiológicos. La corriente opuesta propone un marco teórico más amplio. La historia de la medicina nos muestra muchos ejemplos de cómo los valores, los prejuicios o la ideología condicionan nuestra forma de definir las enfermedades. Los médicos, los investigadores, las instituciones y los pacientes están influidos por su marco social e ideológico. Cristian Saborido nos recuerda que “se ha tratado médicamente a la los homosexuales, a los disidentes políticos, a las personas de otras razas o a los zurdos como si en su propia naturaleza hubiera algo incorrecto que debía ser arreglado”.

       Los constructivistas extremos hacen hincapié en el fenómeno de la promoción de enfermedades. La industria farmacéutica es la que define las patologías, para crear nuevos medicamentos y obtener grandes beneficios. Cristian Saborido dedica un capítulo al tema de la clasificación de las enfermedades, y otro a las patologías mentales y la polémica sobre su definición. Para clasificar utilizamos categorías, criterios. Un enfoque realista radical puede dar a entender que las enfermedades son entidades que existen por sí mismas ahí fuera… Un enfoque más constructivista resalta el papel del contexto social en el que se lleva a cabo la práctica médica. Las enfermedades serían construcciones sociales, no realidades naturales independientes de nuestras acciones y valoraciones.

         La medicina no es sólo biología aplicada. La tarea de los médicos tiene una dimensión teórica y otra práctica. Para ser un buen profesional de la medicina es necesario cumplir tres condiciones: conocer los procesos biológicos de nuestro cuerpo, dominar las técnicas y herramientas para intervenir en él, y desarrollar la virtud de la prudencia, “esa capacidad de discernimiento moral que les sirva de guía para que la práctica médica suponga siempre una contribución positiva en beneficio de los enfermos”. Estamos ante una disciplina normativa, no solo descriptiva.

        Para el autor, el mejor enfoque para abordar todos estos asuntos es el pragmatista. Los conceptos son inseparables de nuestras acciones. Debe ser la práctica médica la que determine qué es lo útil en cada momento. Hay que tener en cuenta las consecuencias de las clasificaciones, técnicas y terapias. Pero no se trata de caer en un relativismo radical. “La práctica médica, dice Saborido, se mueve siempre entre la ambición de objetividad naturalista y el reconocimiento constructivista de la relevancia de las subjetividades, y es en ese territorio en el que juega un papel principal la frónesis, la prudencia médica”.

https://www.diariodejerez.es/jerez/educacion-cerebros-toneles-filosofia-medicina_0_1518148702.html

miércoles, 14 de octubre de 2020

LA ACTITUD CIENTÍFICA Y FILOSÓFICA


          La actitud es la disposición con la que nos enfrentamos a la realidad. Es el estado de ánimo, la forma de ser, lo que estamos dispuestos a hacer y lo que no. La actitud científica y filosófica constituye el núcleo de la vida democrática. Si los ciudadanos no practicamos ciertas virtudes epistémicas, el edificio se desmorona. Las leyes por sí solas no bastan.

        Pensar a fondo lo que ocurre exige tiempo. Para ser objetivos, imparciales y analíticos necesitamos manejar diferentes fuentes de información. Pensar de verdad implica en primer lugar leer y escuchar. Y luego ser prudentes a la hora de emitir juicios. Pero el tiempo escasea y todo se acelera cada vez más.

         La comodidad y el ansia desmedida de poder nos empujan a tomar atajos. Acudimos al mercado y compramos un kit de pensamiento, un lote de ideas, una ideología… A partir de entonces ya disponemos de los moldes y categorías que nos facilitarán valorar lo que ocurre, sin necesidad de analizarlo como es debido. El pensamiento enlatado me ahorra tiempo. Si puedo clasificar, ya no tiene sentido escuchar. Lo que va a decir el otro ya lo sé antes de que él mismo lo piense… La realidad con sus problemas concretos ha desaparecido. La verdad, como ideal regulativo, también.

         El diálogo crítico, propio de una democracia deliberativa, se cimenta en la actitud científica y filosófica. Lo primero que hay que hacer es escuchar y observar. El objetivo es comprender los argumentos del interlocutor, describir con objetividad el problema que nos ocupa y recopilar información… Al escuchar de verdad, nos preocupamos por saber qué tesis sostiene y en qué se basa para defenderla. En una sociedad compleja, los interlocutores y los foros de debate son muy diversos: la asociación de vecinos, el partido político, el parlamento, las redes sociales…

         La actitud científica consiste en aceptar solo aquellas teorías que sean coherentes y cuenten con el respaldo de la evidencia empírica, con el apoyo de los hechos. Mantendremos las hipótesis que son corroboradas por la experiencia. Las contradicciones internas y los contraejemplos (datos o experimentos que desmienten la teoría, la ley) nos obligarán a rechazar esa hipótesis y formular otra. Se trata de estar dispuesto a abandonar una tesis cuando la experiencia y la razón me lo aconsejan. Lee MacIntyre ha escrito un excelente libro: “La actitud científica. Una defensa de la ciencia frente a la negación, el fraude y la pseudociencia.” (Cátedra, 2020)

         La actitud filosófica, muy similar a la científica, busca los mejores argumentos, la coherencia y la correspondencia con los hechos, cuando es pertinente. La duda es la mejor herramienta del filósofo. Hay que poner entre paréntesis no solo las afirmaciones del otro, sino también las propias. Tendré que abandonar las razones y argumentos que el análisis lógico-conceptual desecha por ser inconsistentes, contradictorios o meras falacias. En un diálogo crítico real, no en una pantomima, aceptaré las teorías y argumentos del otro si superan los criterios arriba mencionados. Y cambiaré de opinión si me demuestran que estoy equivocado. Científicos y filósofos de todos los tiempos han dado muestras de esta actitud. Aferrarse a una ideología supone hacer todo lo contrario.

         Y pensar conlleva riesgos. Puede ocurrir que te persigan todos, los unos y los otros, por no encajar, por no arrodillarte. O por dar la razón al que la tiene… Pensar en momentos de incertidumbre, dispersión y polarización no es tarea sencilla. No son circunstancias favorables para el uso de la palabra y el intelecto. Perseverar en la búsqueda de la verdad se vuelve un sueño irrealizable. Y sabemos que la verdad es un ideal regulativo, un fin al que tiende la razón en sí misma, aunque nos reconocemos falibles en esa búsqueda interminable.

         Si la esfera pública arrincona ese ideal, estamos perdidos. Renunciar a recorrer ese laberinto supone abandonarse a las fuerzas brutas. No hay dogmas, ni verdades absolutas. Pero hay engaños, falsedades y falacias. No hay seres racionales perfectos, nadie lo es, pero sí existen actitudes fanáticas y oscurantistas. Promover el uso del lenguaje, para ser libres y desarrollar lo que nos hace humanos… Víctor Gómez Pin en “El honor de los filósofos” (Acantilado, 2020) muestra ejemplos de lo que significa pensar hasta el final. 

martes, 9 de junio de 2020

ARTES Y TIEMPOS


Ilustración de Domingo Martínez
 
       Llegado el momento de la reconstrucción, que nadie se olvide de la cultura… Que nadie se olvide de la música, el teatro, la pintura, el cine, las series, los libros, la danza, el cómic… En los momentos más duros del confinamiento, las creaciones culturales nos han ofrecido cobijo, porque las experiencias estéticas pueden ser un buen refugio para resguardarnos de las inclemencias del tiempo. Algunos colectivos de artistas ya lo han manifestado con rotundidad: la sociedad no debe olvidarse de los empresarios y trabajadores del sector cultural.
    Me asombra que para la mayoría de la gente pase desapercibido el inmenso valor de las actividades culturales. Son muchos los factores que condicionan la forma de apreciar una obra: la jerarquía de las artes y su historia, la educación, el modo de comunicar, la generación de la opinión pública, y las relaciones de producción de cada momento, ahora la sociedad de consumo. Se suele desconocer, por ejemplo, lo que supone rodar una película. Y no solo hablamos del coste económico, sino de toda la formación y trabajo que hay detrás de cada minuto.
     No son datos difíciles de obtener. Basta con tener un poco de paciencia y leer los títulos de crédito del final. Lo mismo podríamos decir de una obra de teatro o una exposición de escultura. Cualquiera puede acceder a la biografía de una escultora para comprender lo que significa su creación. A pesar de estar disponible toda la información necesaria para apreciar en su justa medida esa labor cultural, no se termina de valorar como es debido.
    El sistema educativo tiene que crear las condiciones para que se lleve a cabo una adecuada recepción de las creaciones culturales. Hay que enseñar a extraer todo el jugo de una experiencia estética. No es posible valorar una obra si no sabemos situarla en la historia de las artes. Y artes va en plural, claro. Porque hay una historia del diseño, del cine, de la danza, del cómic, del grafiti… También se necesita conocer el proceso creativo. Y en este punto, como ocurre con las ciencias, la imagen del genio solitario que de forma inexplicable llega al ¡eureka! no es la más acertada. Nadie crea de la nada, porque de la nada es imposible que surja algo, ya lo decían los griegos.
   Es crucial desentrañar el trabajo que hay detrás de una idea. Todo el mundo ve lo que cuesta esculpir el mármol y obtener una forma bella. Me asombra que no ocurra lo mismo con el diseño de una silla, el guion de una serie o el monólogo de un humorista. Una performance, una acción, se percibe como algo efímero, ocurrente… La escritura de una novela, una canción o un programa de ordenador… La creación conceptual exige un trabajo inmenso, pero parece que es invisible. La rapidez con la que “consumimos” esas obras y el hecho de que circulen de forma gratuita por la red provocan, en parte, esa infravaloración.
   Y sin embargo, en los momentos más duros del confinamiento esas obras nos han dado cobijo, un refugio para resguardarnos de la intemperie. Las artes nos ayudan a comprender lo que somos y dónde estamos. Nos ofrecen nuevas perspectivas para digerir el mundo y habitarlo con mayor libertad. Los artistas nos proponen infinidad de juegos, ya que la recepción estética consiste en seguir unas reglas para constituir otras formas de estar en el mundo. Los senderos para acceder a ese refugio son muy diversos: contemplación desinteresada, catarsis y liberación, entretenimiento, recuerdo y olvido, comprensión, resistencia ética, deseo de transformación…
   El trabajo de otras personas, condensado en los objetos culturales, nos ha permitido dominar el tiempo. La autonomía de la experiencia estética nos invita a habitar de otra forma los tiempos. No se trata de huir de las circunstancias, porque no podemos. Las artes nos entretienen. Y saber entretener requiere un riguroso dominio de la técnica que corresponda a cada género. Las buenas tramas nos introducen en otras líneas temporales. El trabajo del buen creador entonces se hace invisible, si no somos reflexivos. 


https://www.diariodejerez.es/jerez/Artes-tiempos_0_1471953284.html

martes, 26 de mayo de 2020

LECTURAS PARA PENSAR LA CIENCIA Y LA TÉCNICA

    La divulgación científica es más necesaria que nunca. Y no solo porque debamos conocer las principales teorías. Hay otras razones: saber en qué consiste la práctica científica y desarrollar las virtudes epistémicas que acompañan a la buena investigación. Ahora nos interesa pensar a fondo la política científica: en qué investigamos y quién lo decide. La historia de la ciencia nos nutre de una infinidad de ejemplos de lo que significa cambiar de opinión cuando las evidencias empíricas así lo dictan. También nos permite tener una perspectiva global. De repente queremos una vacuna en un par de semanas… El trabajo científico es una tarea compleja, fruto de los esfuerzos de una comunidad de investigadores que se guía por el método científico y sus  rigurosos protocolos. Dudar es una virtud, y de las mejores…
    Las obras de divulgación científica que se publican en la actualidad suelen incluir todas esas dimensiones. Aunque se ciñan a temas muy concretos, los autores ofrecen una mirada amplia e interdisciplinar. Quien desee acercarse a la historia de la ciencia, puede leer Un mundo de artefactos. Breve historia de la ciencia y de la técnica (Trotta, 2020), del matemático y filósofo Javier de Lorenzo. Se trata de un recorrido sintético, riguroso y reflexivo que abarca desde la Revolución agrícola de hace unos 12.000 años hasta la actual explosión tecnocientífica. El ser humano se ha desarrollado a través de tres ámbitos: el conceptual, el tecnológico y el simbólico. Este libro muestra cómo las revoluciones científicas y técnicas han ido dando forma a nuestra civilización. Javier de Lorenzo, con un conocimiento profundo del hacer matemático (asociado siempre a cada momento histórico concreto), aclara los aspectos esenciales de esas transformaciones conceptuales y técnicas. Nos explica cómo hemos llegado hasta aquí, por medio de los diferentes logros conceptuales y técnicos, pero también se interroga por el futuro y el salto cualitativo que hemos dado en nuestra capacidad de manipular la naturaleza, incluido el propio cuerpo humano. Y todo empezó con la Gran Revolución, la agrícola… “La primera gran revolución porque marcó, realmente, a la especie humana, ya que la convirtió en lo que es hoy, una especie manipuladora de la physis a base de artefactos con una actitud básicamente agresiva contra todo lo que la rodea.”

    El cosmos de la mente. Breve historia de cómo el hombre ha creado el universo (Tusquets, 2020) ha sido escrito por un físico,  Antonio Ereditato, y un genetista, Edoardo Boncinelli. No estamos ante un libro que hable de cómo han surgido las teorías científicas, en este sentido no es un texto de historia de la ciencia. Los autores explican cómo ha surgido el universo y la materia, cómo brotó la vida y la inteligencia, y cómo el ser humano es capaz de poder pensar todo ese proceso. Hablan del Big Bang, del origen de la materia, de las partículas elementales, de la vida y la evolución, del cerebro y la conciencia, incluso de la posibilidad de vida extraterrestre. Utilizan las teorías vigentes hoy en esos campos. Habría que destacar las páginas dedicadas a los primeros instantes del universo y cómo surgieron los átomos. Y la descripción del tipo de investigaciones llevadas a cabo en el acelerador de partículas del CERN. Es un viaje apasionante desde lo macro a lo micro… Y nosotros ahí en medio, para pensarlo. “En este momento, con los potentes aceleradores de partículas y los complejos detectores de que disponemos, podemos conocer las condiciones que había nada más nacer el universo, incluso cuando este tenía menos de una billonésima parte de segundo. (…) La misión del hombre, instrumento involuntario de autoconciencia del cosmos, es contar la historia de aquella increíble sucesión de acontecimientos que al cabo de 13.800 millones de años nos ha traído hasta aquí, a nuestro conocimiento, a nuestra vida y a la curiosidad que se materializa en la investigación científica.”
    El instinto de la conciencia (Paidós, 2019), de Michael S. Gazzaniga, plantea uno de los grandes retos científicos de nuestro siglo: explicar cómo funciona el cerebro y en qué consiste la conciencia. La primera parte del libro es una introducción histórica, desde las primeras teorías sobre el alma hasta la neurociencia actual. Dedica varias páginas a explorar lo que supuso el dualismo radical de Descartes y su idea de un alma independiente del cuerpo. Poco a poco se fue consolidando una perspectiva empirista y materialista: la conciencia puede ser estudiada como cualquier objeto físico. El cerebro posee una organización modular muy compleja. Es un sistema de capas, de niveles y módulos. Los resultados de los procesamientos de un módulo son utilizados por otro. Y la conciencia es un instinto más, surgido de la selección natural. No hay unidad central, sino una especie de burbujeo…
    Para explicar por dónde puede ir la investigación futura, Gazzaniga necesita partir no solo de la biología y la neurología, sino también de la mecánica cuántica. El principio de complementariedad nos posibilita comprender el viejo problema de la relación entre mente y cuerpo desde otra perspectiva. Del mismo modo que se habla de onda/partícula, necesitamos de una complementariedad similar para entender qué significa que el cerebro es un ente físico que maneja información. Los símbolos también tienen una doble vida, como los electrones… Así podremos manejar la brecha objetivo/subjetivo dentro de una explicación que asuma todas las leyes de la materia.

    Los renglones torcidos de la ciencia. De la antimateria a la medicina moderna, (Antoni Bosch Editor, 2020), del físico y profesor Eugenio M. Fernández Aguilar. Lo primero que llama la atención de esta obra es su estructura. La primera parte del libro funciona como un conjunto de notas a pie de página para enriquecer la segunda, dedicada a las tomografías de emisión de positrones (PET). El autor domina todos los recursos de la buena divulgación. Eugenio ya ha publicado varias obras, y con muy buena recepción por parte de los lectores (Su libro sobre Arquímedes ha sido traducido ya a varios idiomas). La primera parte, “Los renglones torcidos”, consta de 10 capítulos breves que pueden ser leídos de forma independiente: “… de la abstracción matemática a los comienzos de la física; del descubrimiento de los elementos a las uniones entre átomos; de los cimientos de la vida al devenir de algunas enfermedades; hasta llegar al surgimiento de la electrónica y la computación.”
    Cada capítulo se abre con unas líneas que resumen el contenido, y luego comienza contando algo ajeno a la ciencia, una anécdota histórica o literaria, una canción, la descripción de una foto…  Después de haber explicado el asunto científico (los átomos, la electricidad, los elementos…), vuelve a enlazar con ese primer comentario o anécdota. Este esquema facilita la lectura del libro y deja libertad a la hora de seguir un orden. Queda muy claro que dar cera y pulir cera termina dando sus resultados… Dedicar esfuerzos a la ciencia básica, o a adquirir buena competencia matemática, trae sus recompensas a largo plazo, tanto teóricas como tecnológicas. Los 3 capítulos de la segunda parte, “Enderezando los renglones”, se dedican a explicar cómo funcionan las tomografías de emisión de positrones. Para comprender el funcionamiento del PET, el autor remite cuando es necesario al contenido de la primera parte de la obra. Por supuesto, el libro se cierra con un capítulo en el que todas las piezas encajan. Si queremos tener una idea de lo que es el PET, hay que comprender qué es la antimateria, pero además es fundamental saber que los avances tecnológicos dependen de la cooperación de miles de investigadores.
    Fantasmas de la ciencia española (Marcial Pons, 2020), de Juan Pimentel. “Este es un libro escrito por un historiador de la ciencia fascinado por las imágenes”, dice el autor en las primeras líneas. No estamos ante un manual de historia de la ciencia española, sino ante una “colección de episodios y estampas, unidos por su carácter espectral: por la naturaleza fantasmal de las prácticas científicas en el seno de la cultura española, así como por la propia naturaleza fantasmal de las imágenes”. Se trata de acercarse a la historia de nuestra ciencia a través de sus huellas, las imágenes y los textos. Detrás de esas imágenes que hoy se le aparecen al historiador permanecen a veces ocultas diversas prácticas científicas. Mapas, planos, láminas o cuadros son el testimonio de exploraciones, cartografías, clasificaciones, disecciones…
    “Nuestros fantasmas nos acosan porque esperan algo de nosotros, algún tipo de restitución o duelo.” Claro que ha habido ciencia en España, lo que ocurre, sostiene el autor, es que está infrarrepresentada, y no ha recibido el reconocimiento que merece. Los episodios son muy variados. El primero, por ejemplo, trata de Núñez de Balboa y el avistamiento del Mar del Sur, donde se hace hincapié en el papel del conocimiento indígena en la constitución de los saberes occidentales. El séptimo está dedicado a la artista Maruja Mallo y a la química Piedad de la Cierva. El libro nos acerca al médico Francisco Hernández, al naturalista Álvaro Mutis, a Santiago Ramón y Cajal… Las láminas y fotografías muestran mucho más de lo que parece. Nos obligan a pensar en las formas de investigar y en los sistemas de valores de cada época. Todo formato de registro es un intento de describir, una forma de apropiación. Con los mapas fijamos nuestras posesiones. Con las láminas sobre las especies queremos atrapar la naturaleza. Las imágenes reviven episodios de la ciencia española injustamente olvidados o sepultados bajo tópicos muy pesados.

miércoles, 20 de mayo de 2020

Retos

Paseo por una playa limpia, como nunca... El guante azul que me traen las olas es otro desafío para la humanidad. 

Puzles

Sin sentido común y buena voluntad, cualquier norma se convierte en un puzle de infinitas piezas.

martes, 12 de mayo de 2020

DESMESURA NATURAL

   
Ilustración de Domingo Martínez

  Cada poco tiempo nos vemos obligados a revisar nuestra relación con la naturaleza... Las revoluciones científicas, técnicas y políticas generan cambios conceptuales profundos. Lo mismo ocurre con las catástrofes, como terremotos, inundaciones, fugas radioactivas y epidemias. Suelen causar un cuestionamiento radical del marco simbólico y conceptual vigente. Sin embargo, hay creencias muy arraigadas. Lo que más se resiste a cambiar es lo que damos por hecho de forma inconsciente y escapa al análisis racional. 
   Ya la primera frase de este artículo pone en evidencia una de esas ideas que tanto nos cuesta abandonar: nos vemos como algo separado de la naturaleza. La expresión más correcta sería “nuestra relación con el resto de la naturaleza”. Como pensamos (razonamos de forma consciente, creamos, inventamos…), entonces somos diferentes y superiores al resto de las especies. Incluso nos imaginamos como el punto culminante de la evolución... Hemos caído en la trampa de la autoconciencia: soy un ser consciente, por lo tanto pertenezco a otra dimensión de la realidad, situada más allá de lo material y de las leyes físicas y biológicas. 
   Cualquier distinción conceptual se difumina en cuanto nos acercamos y la analizamos. De entrada, cabe decir que si la naturaleza es el conjunto de todos los seres, entonces es sinónimo de realidad, de universo. Nuestra especie, por lo tanto, pertenece a la naturaleza. Y lo que hace también es natural. Visto así, carece de sentido afirmar que el ser humano va contra la naturaleza o que despliega una conducta antinatural. 
   Modificamos la naturaleza y construimos artefactos para adaptarnos al entorno y sobrevivir. La historia de la técnica, y de toda la cultura, solo puede ser explicada dentro de la evolución por selección natural. Nuestra especie, gracias a su complejidad cerebral, es capaz de diseñar herramientas para construir otras nuevas. Conocemos el entorno y lo manipulamos para satisfacer las necesidades básicas, igual que otros seres vivos. A pesar de poder hablar de diferencias cualitativas (uso del lenguaje y símbolos), somos meros organismos, eso sí, con una gran capacidad conceptual y técnica que nos permite transformar todo lo que nos rodea, incluso la especie humana. 
   Uno puede definir lo natural como aquello que no ha sido modificado por la acción humana y aún conserva su esencia, su dinámica interna original. Ahora la pregunta es si existe tal cosa… La transformación de la naturaleza no siempre se ha dado en el mismo grado. Cuando éramos cazadores-recolectores apenas dejábamos rastro. Pero con la llegada de la agricultura, la ganadería y el urbanismo todo cambió para siempre. Poco a poco fuimos capaces de domesticar a otras especies y de exprimir las fuentes de energía del planeta. Con las revoluciones industriales, lo natural pasó a ser un recurso a nuestra disposición para alimentar el sistema productivo y su sociedad de consumo. 
   Distinguir entre lo natural y lo artificial es casi imposible. El planeta es ya un artefacto global, un gran sistema técnico. Sintetizamos nuevos materiales, manipulamos el ADN de cualquier ser vivo, contaminamos el aire, los ríos y los mares… Nuestras mentes dependen de dispositivos informáticos para desenvolverse. Todo lo que vemos ha sido modificado por el ser humano de alguna manera, incluso nosotros. Conocemos la realidad con el único fin de transformarla. El saber por el saber y la experiencia estética desinteresada existen, pero son algo marginal, no el motor de nuestra civilización. 
   Los griegos decían que uno de los peores defectos del ser humano es la desmesura, la hybris. Consiste en creer que somos algo más de lo que realmente nos corresponde, en no saber cuál es nuestro lugar y transgredir los límites. Insolencia, soberbia, orgullo, desenfreno, violencia… Quien transgrede los límites por orgullo comete injusticia. Esa desmesura era castigada por los dioses, que como sabemos representaban a las fuerzas de la naturaleza. Los humanos no asumimos la fragilidad, ni reconocemos la ignorancia. Y no reconocer lo que somos trae grandes inconvenientes. En lugar de vernos como una especie más, ni mejor ni peor, que habita en este planeta, muy grande pero finito, creemos que estamos por encima de los demás seres, tanto vivos como no vivos... La insolencia conduce al desequilibrio natural y la autodestrucción.

sábado, 9 de mayo de 2020

lunes, 4 de mayo de 2020

SUBID Y MIRAD



Ilustración de Miguel Parra

   Subid a la azotea, mirad hacia el horizonte y decidme si veis lo mismo que yo: más azoteas, el cielo con los vencejos, una buganvilla, antenas parabólicas, la torre de una iglesia, árboles lejanos, edificios abandonados, ropa tendida…  Ahora imaginad lo que hay debajo de esos tejados: una niña que estudia física, un anciano que cuenta una historia a su nieto, un niño que abraza un balón, una mujer que escribe en el ordenador, un hombre que hierve leche, un gato que ronronea de placer… Pero no es suficiente, ahora imaginad lo que desean esas personas, lo que les empuja a vivir frente a cualquier adversidad, lo que transforma sus miradas cada mañana… Ahora sí, ahora ya veis el verdadero horizonte, el de los sueños realizables, el de las utopías domesticadas… Los lectores de Luis Sepúlveda hemos aprendido a desentrañar los misterios de las azoteas… Sabemos que existe un tejido infinito y resistente como el diamante, construido en el telar de la esperanza con los hilos de la libertad… Sus lectores, cuando miramos hacia el horizonte, sentimos en el corazón un susurro que nos trae la palabra más bella: justicia.

sábado, 18 de abril de 2020

EL ARTE DE HOZAR

     
Detalle de la portada de "Una teoría de la democracia compleja", de Daniel Innerarity. 
       Contrasta el silencio de la calle con el bullir de los medios de comunicación. Han dicho que algunos animales se han adentrado en las ciudades. Jabalís corriendo y hozando por territorio humano… Caballos salvajes por pistas de esquí… Incluso una ballena ha aparecido muerta en la playa. ¿Y si un lobo comenzara a merodear por los alrededores de nuestra ciudad? Pues imaginen que un lobo solitario se acercara a Berlín. Seguro que alteraría la vida de los vecinos. La gente se pondría nerviosa y muchos creerían haberlo visto… Es la historia que nos cuenta el dramaturgo alemán Roland Schimmelpfennig en su primera novela Una clara y gélida mañana de enero a principios del siglo XXI (Periférica, 2020). Tomasz se ve obligado a parar en la autovía, debido a la retención que provoca un accidente. Es entonces cuando ve al lobo y lo fotografía. La novela es una red historias que se van entrelazando: dos jóvenes que se van de casa campo a través; los padres que salen en su busca; la relación entre Tomasz  y Agnieszka…
         De los lobos podemos aprender mucho. Mark Rowlands vivió con un lobo más de una década. Brenin se llamaba el animal. Detrás del simio calculador, que todo lo ve como un medio para lograr sus fines, quizás esté el lobo. El lobo y el filósofo (Seix Barral, 2009) habla de una historia real, de lo que aprendió Mark con Brenin sobre el amor y la felicidad. Esas enseñanzas son el fruto de compartir una trayectoria vital, no de un estudio científico. El lobo nos enseña que “lo importante en la vida nunca es cuestión de cálculo”. Y que “lo que posee verdadero valor no se puede cuantificar ni puede ser objeto de mercadeo”. No es un libro académico de filosofía, no es sistemático. Cuenta una experiencia real, “unas ideas que existen en el espacio creado entre un lobo y un hombre”. En las primeras páginas nos explica cuándo compró a Brenin y cómo lo adiestró. Compara la inteligencia de un perro y la de un lobo. Mientras que el primero vive en un “mundo mágico” y utiliza al ser humano para que le resuelva los problemas nuevos, el lobo posee una inteligencia mecánica que le permite resolver problemas inéditos, más allá de la imitación. Los amantes de los perros, y de los animales en general, van a disfrutar mucho con este libro. Y además encontrarán algunas lecciones esenciales.
         “Lo más importante en la vida no es algo que se pueda poseer. El sentido de la vida reside precisamente en aquellas cosas que las criaturas temporales no podemos poseer: momentos. Esta es la razón de que nos cueste tanto reconocer un sentido plausible para nuestra vida. Los momentos son lo único que nosotros, los simios, no podemos poseer. La posesión de cosas se basa en borrar el momento: los momentos son cosas que atravesamos para poseer los objetos de nuestros deseos. Queremos poseer las cosas que valoramos, reivindicar esas cosas. Nuestra vida es una gran apropiación de tierras, y debido a ello somos criaturas del tiempo, no criaturas del momento: el momento que siempre se nos escapa de las codiciosas y prensiles manos.” (p.267)
         Son tiempos de hozar entre los libros acumulados, revistas y discos, y mover el hocico para encontrar algo nutritivo, como exploradores de la nostalgia. Si nuestros humildes hogares acumulan tesoros, ¿qué habrá en los de los sabios? Nos atrae el interior de las casas de los escritores, artistas y científicos, sus lugares de trabajo, donde pasan las horas escribiendo, dibujando, componiendo, pensando, leyendo, comiendo, durmiendo… Existe un libro dedicado a ese tema, y se titula Las casas de la vida (Ariel, 2012), escrito por Daniel Cid y Teresa-M. Sala, doctores en Historia del Arte. Se trata de una selección de escritos en los que el habitante o el visitante describen la morada de reconocidos creadores. El libro empieza con la casa de Goethe y termina con la de Tomás Morales. Y entre medias nos hemos acercado a las viviendas de Soane, E. Dickinson, Víctor Català y Caterina Albert, Kollwitz, Marie Curie, Ortega y Gasset, Alexandre de Riquer, Santiago Rusiñol, Kafka, Rilke, Pessoa, Neruda, Freud, Dalí, Miró, Le Corbousier, Gustave Moreau, D´Annuncio, Eileen Gray, Frank Lloyd Wright y Llorenç Villalong. Esta antología recoge textos muy diferentes, el objetivo es “tener compiladas una serie de experiencias dispersas en el espacio y el tiempo sobre el universo simbólico de las casa, sobre la cultura del habitar de la vida moderna”. Y hay visitantes ilustres, como Marcel Proust o Natalia Ginzburg.
          Decía Aristóteles que la ciudad es anterior a la casa. Hoy sabemos que el mundo es anterior a la ciudad y al Estado. Pero nos cuesta asumir los saltos en complejidad. Saltos no solo cuantitativos, sino cualitativos. El todo es anterior a las partes, porque les da sentido y razón de ser. La globalización y las nuevas tecnologías configuran hoy una sociedad muy enrevesada, un tejido de infinitos hilos. Pero seguimos con formas de gobierno ancladas en otro modelo de sociedad, más lineal y predecible, es decir, más simple. Necesitamos mecanismos democráticos de poder que sepan administrar las nuevas dinámicas sociales. Es lo que analiza Daniel Innerarity en su último libro, Una teoría de la democracia compleja (Galaxia Gutenberg, 2020). La obra aborda todas las dimensiones, desde la epistemología hasta la democracia digital.
         “Tenemos que redescribir el mundo contemporáneo con las categorías de globalización, saber y complejidad. La política ya no tiene que enfrentarse a los problemas del siglo XIX o XX, sino a los del siglo XXI, que exigen capacidad de gestionar la complejidad social, las interdependencias y externalidades negativas, bajo las condiciones de una ignorancia insuperable, desarrollando una especial capacidad estratégica y aprovechando las competencias distribuidas de la sociedad civil.” (p.24)
          Y hozando entre los libros pendientes me he encontrado con la ciudad de Lisboa. ¡No me digan que no han pensado en Lisboa estos días! Gracias a Antonio Muñoz Molina he pasado allí varias tardes. No pensaba moverme de casa, pero la lectura de Cómo la sombra que se va (Seix Barral, 2016) me ha permitido ese lujo. James Earl Ray, el asesino de Martin Luther King, estuvo en Lisboa tras cometer el crimen. Pero el libro es mucho más que la reconstrucción novelada de esa biografía. Muñoz Molina también nos habla de su escritura, de cómo fue creando otro libro, El invierno en Lisboa. Para construirlo tuvo que visitar la capital portuguesa. Me ha sorprendido encontrar una reflexión sincera sobre el arte de escribir y vivir. Hay varias miradas sobre Lisboa, diferentes densidades narrativas. Muñoz Molina se ha empleado a fondo para conocer al asesino, para describir su huida. Un ejercicio de documentación digno de resaltar. Aunque más mérito tiene, quizás, la forma de mostrar su estar en el mundo mientras escribe, su proyecto vital y literario. Por eso, dicen los críticos, que ofrece una teoría sobre la novela.
         “Una novela es un estado de espíritu, un interior cálido en el que uno se refugia mientras la escribe, como un capullo que va tejiendo hilo a hilo desde dentro, encerrándose en él, viendo el mundo exterior como una vaga claridad al otro lado de su concavidad translúcida. Una novela se escribe para confesarse y para esconderse. La novela y el estado particular de ánimo en el que es preciso sumergirse para escribirla se alimentan mutuamente; una particular longitud de onda, como una música que uno oye de lejos y que intenta precisar escribiendo.” 

martes, 14 de abril de 2020

AXIOLOGÍA EN TIEMPOS DE INCERTIDUMBRE


         
Ilustración de Domingo Martínez
          La axiología es la rama de la filosofía que se encarga de elaborar una reflexión racional sobre los valores. Nuestras acciones vienen condicionadas por todo aquello que consideramos digno y bueno. Los valores forman un conjunto ordenado, dinámico y abierto. Los hay más importantes que otros. Y la lista muta a lo largo del tiempo, tanto en contenido como en orden. Cuando todo va sobre ruedas, no solemos detenernos para revisar esa jerarquía. Pero con los problemas y la incertidumbre, surge de forma apremiante la necesidad de esa reflexión axiológica. No es raro encontrarnos estos días con la expresión “ahora valoro todo de otra forma”.
         Si se pregunta a cualquier persona qué es lo importante en su vida, nos ofrecerá una retahíla heterogénea: el amor, la salud, la amistad, sexo, el dinero, la verdad, la familia, la comida, la belleza, la libertad… Aparecen varios ámbitos: material, biológico, económico, cultural y moral… En estas enumeraciones y clasificaciones suelen cruzarse diferentes categorías. No sabemos si hablamos de necesidades, apreciaciones, intereses, deseos, objetos concretos, entes abstractos, o de todo a la vez. Nos preguntamos si los valores son objetivos o subjetivos, individuales o colectivos, inmutables o cambiantes, solo humanos o también pertenecientes a los demás seres vivos y las máquinas, si los captamos con la razón o con la sensibilidad, y qué tipo de racionalidad interviene a la hora de elegir y ordenar.
         Para algunos filósofos, los valores son captados, no inventados. Scheler decía que son objetivos y que los conocemos a través de una aprehensión emocional-intuitiva directa. Hartmann fue más allá y completó este objetivismo con su idea de un reino de los valores, una dimensión ontológica independiente. Elegimos un valor porque ya es superior en sí mismo. No se convierte en superior porque lo hayamos elegido… Los valores, por lo tanto, existen por sí mismos y forman una estructura ordenada. En las cosas bellas, por ejemplo, se encarna el valor de la belleza. Pero lo belleza no depende de las cosas bellas ni de la persona que emite el juicio. Los valores no cambian con el tiempo, pertenecen a otra dimensión, ideal. Lo único que varía es nuestra forma de conocerlos y acceder a ellos. El conjunto en sí no se transforma.
         El subjetivismo y el relativismo dicen lo contrario. Los valores solo son actos de un sujeto. Algo es bueno porque me agrada o satisface una necesidad. Solo existen las valoraciones concretas de las personas. Y no existe una esfera independiente de los valores. Por eso cambian con el tiempo y las circunstancias. Como mucho, poseen una objetividad social, generada por los actos de valorar en un momento histórico concreto. Según esta perspectiva, aunque poseen una base material, los valores son construcciones sociales, y solo adquieren sentido dentro de un contexto histórico. No son eternos, así que pueden variar o desaparecer. Incluso es posible crear otros nuevos. Desde un enfoque biológico y evolutivo, son fruto de los mecanismos de selección natural en la lucha por la supervivencia. 
         Las circunstancias, seamos objetivistas o subjetivistas, universalistas o relativistas, nos obligan a revisar el orden de los valores. Ya sea porque han cambiado o porque nuestro acceso a ellos se ha modificado, no nos queda más remedio que reestructurarlos, consciente o inconscientemente. Normas y valores son dos caras de una misma moneda: la conciencia moral. Detrás de toda norma hay un valor. Acordamos normas para proteger valores. O al revés, los valores generan normas. Lo que debemos hacer en cada momento viene delimitado por lo que consideramos bueno. Y los dilemas aparecen cuando una elección basada en un valor nos lleva a negar algo que consideramos igual de importante.
         Libertad frente a seguridad, intervención estatal frente al laissez faire, altruismo frente a egoísmo, transparencia frente a confidencialidad… Las situaciones difíciles desembocan en un reordenamiento axiológico. Además de necesitar un enfoque interdisciplinar, para semejante tarea los ciudadanos debemos hacer frente a la opinión pública que circula por los medios, ya que condiciona nuestra percepción del riesgo y nuestra forma de reconocer y elegir lo importante. Son momentos idóneos para analizar el sistema tecnocientífico, junto con el político, y crear nuevos valores, si es que hemos aprendido algo. Sería muy conveniente aclarar qué política científica y tecnológica deseamos para las próximas décadas y en qué sectores es necesario invertir más esfuerzos. Para ello hay que saber qué bienes son prioritarios a largo plazo y qué modelo de sociedad anhelamos.


sábado, 4 de abril de 2020

SER MÁS ALLÁ DEL SER


        Ser creativo significa ir más allá de lo que somos. Significa retorcer las circunstancias para diseñar un nuevo horizonte. Y dar lugar a lo que todavía no existe. Al menos poder imaginarlo... Si el mundo está desvencijado, nosotros sabemos reciclarlo. Crear es reciclar, pero no a través del pensamiento circular, sino a través del movimiento en espiral, el que avanza. Crear es un acto íntimo en nombre de la humanidad. Desde la casa movemos el universo. Ni Mandela ni Gramsci dejaron de crear para mejorar el mundo cuando las rejas eran implacables. Crear es pensar con los demás, desde el lenguaje compartido, desde las normas y valores de la comunidad, desde el saber científico y artístico que nos trasmiten los educadores. Pensamos con libertad para ir más allá de lo que somos. El poema, el concepto, el dibujo y la canción son lo que yo quiero ser.


miércoles, 25 de marzo de 2020

LECTURAS PARA ABORDAR LA INCERTIDUMBRE


  
Portada de Historia del silencio
             
Hemos frenado en seco y con lo primero que nos hemos encontrado ha sido con el silencio, un lujo o una condena, según se mire, o mejor, según se escuche. Y, por supuesto, nos hemos topado  con el ruinoso mecanismo de pensar. Alain Corbin explora cómo nos hemos relacionado con el silencio desde el Renacimiento a nuestros días. Acude a los grandes escritores y pensadores, sobre todo franceses, para hablar de la intimidad, la naturaleza, el amor, la experiencia religiosa, las disciplinas, las tácticas… El silencio es necesario para crear, meditar y contemplar. Puede ser una bendición o una fuente infinita de desasosiego, algo trágico. Historia del silencio (Acantilado, 2019).
         “En otros tiempos, los occidentales apreciaban la profundidad y los sabores del silencio. Lo consideraban como la condición del recogimiento, de la escucha de uno mismo, de la meditación, de la plegaria, de la fantasía, de la creación; sobre todo, como el lugar interior del que surge la palabra. Desgranaban las tácticas sociales del silencio. La pintura, para ellos, era palabra de silencio. (…) Hoy en día, es difícil que se guarde silencio, y ello impide oír la palabra interior que calma y apacigua. La sociedad nos conmina a someternos al ruido para formar así parte del todo, en lugar de mantenernos a la escucha de nosotros mismos. De este modo, se altera la estructura misma del individuo.” (Alain Corbin)
         Ya sabemos que pensar de verdad implica abandonar el maniqueísmo, los prejuicios, las ideologías simplificadoras… Los filósofos miran hacia el mundo (Cátedra, 2018) es un libro editado por David Edmonds recoge 62 problemas de ética práctica. El libro nace gracias a un blog de ética práctica creado en 2007 en el Centro Uehiro de la Universidad de Oxford. Los filósofos realizaban en cada entrada un análisis ético de un tema de actualidad aparecido en las noticias. Los asuntos tratados aparecen agrupados en los capítulos: Terrorismo, armas y guerra; Salud y medicina; Fármacos y órganos; Religión y caridad; Sexo y educación sexual; Deporte; Cerebros; Lenguaje, discurso y libertad; Maldad, repugnancia, vergüenza, grosería y júbilo; Animales; El futuro y sus habitantes. Cada entrada tiene 3 ó 4 páginas. Los autores plantean todos los argumentos, los dilemas, las consecuencias prácticas, etc.
         Otro libro de características similares es Filosofía ciudadana (Trotta, 2020) El autor es Miguel Ángel Quintanilla, catedrático emérito de Lógica y Filosofía de la Ciencia. Además de impartir clases y escribir ensayos, ha participado en política, como senador, Secretario General del Consejo de Universidades y Secretario de Estado de Universidades e Investigación. Los 113 textos reunidos en este volumen proceden de sus colaboraciones con la prensa, en el diario Público y en Onda Cero de Salamanca. Cada reflexión ocupa una página y media. Y los temas están ordenados en cuatro bloques: Filosofía, Innovación, Cultura científica y Política. Cada artículo lleva una entradilla que resalta la idea central.
         “(…)Deberíamos empezar a pensar que todos somos responsables de la difusión de la cultura científica, que podríamos exigir, por ejemplo, que en las farmacias no se vendan pseudorremedios homeopáticos, que los curanderos no se puedan anunciar como si fueran médicos, que las universidades no enseñen pseudociencias como si fueran ciencia y que los que sufren no sean estafados por la falta de cultura científica” (Miguel Ángel Quintanilla)
         El mundo es complejo y malvado, ya los sabíamos antes del frenazo en seco. El escritor sevillano Daniel Ruiz nos ofrece en El calentamiento global (Tusquets, 2019) una radiografía, muy cinematográfica, de nuestra sociedad. Con un ritmo narrativo propio de las series de televisión, la novela nos cuenta lo que ocurre en Pico Paloma. Federico Castilla, director de Responsabilidad social Corporativa de Oilgas International visita la zona para gestionar la crisis que ha provocado un accidente laboral en la empresa. En escena van apareciendo directivos, empresarios, políticos, periodistas, ecologistas, blogueras, trabajadores, artistas, delincuentes… Leemos para descubrir si Federico será capaz de solucionar el problema o se le complicará de más de la cuenta. Es muy interesante, por ejemplo, el papel de la prensa en estos asuntos, y cómo el nuevo periodismo digital amateur e independiente puede tener un papel muy importante en ciertas circunstancias.
         Ya que he mencionado el cine, les recomiendo la segunda entrega de Relatos en 70mm (Editorial El Sendero, 2019). La primera apareció en 2015. Ahora, José Luis Ordóñez nos ofrece 23 relatos inéditos de 12 escritoras y 11 escritores contemporáneos. Todos los relatos, a pesar de la gran diversidad de estilos y temas, tienen en común la pasión por el cine y la literatura. “Si en el anterior volumen la temática se repartía entre Andalucía y el cine, en estos nuevos relatos se eliminan barreras y se abre la posibilidad de ubicar las historia en otras zonas, siempre con el cine como premisa…”, dice José Luis Ordóñez en el prologo. Los autores que participan: María Zaragoza, Juan Varo Zafra, Isabel Merino, José Iglesias Blandón, Juan Antonio Hidalgo, Sonsoles Yovanka, Fernando Hernández, Elena Marqués, Felipe Guindo, Carmen Bautista, Margarita Rodríguez Otero, Santiago F. Reviejo, Sonia García-Rayo Luengo, Luis Manuel Ruiz, Jesús Lens, Vanessa J. Garrido, José Carlos Carmona, Loli Pérez, Eva Márquez, Ángel Luis Sucasas, Sandra R. Fernández, Cristina Cerrada, Juan Carlos Palma.
         “La literatura, como el cine, es también una pasión que solo se entiende a través de la emoción, de la curiosidad por contar historias, por la exigencia de cada una de ellas para ofrecer siempre lo mejor, y es una pasión que ilumina nuevas ventanas, nos pone delante del espejo y bucea en aspectos de la condición humana que, después de leer ese relato ver es película, hace que nos demos cuenta de algo importante: ahora nos reconocemos en la ficción para, de esa manera, confirmar en la realidad algo de nosotros mismos.” (José Luis Ordóñez)

martes, 10 de marzo de 2020

MAESTRA DE LA DIVULGACIÓN

        
Ilustración de Domingo Martínez

       A los lectores empedernidos les encantan los libros que hablan del origen del alfabeto, la escritura, el papiro, el pergamino, las bibliotecas… Son los libros que hablan de sí mismos. Hablan de su propia historia, de sus orígenes, que para muchos es sinónimo del surgimiento de la humanidad. Lo que nos hace humanos va asociado al lenguaje y la escritura.
         Ya he desvelado uno de los secretos del éxito de “El infinito en un junco”: trata de la historia del libro. La primera parte se titula “Grecia imagina el futuro” y la segunda “Los caminos de Roma”. Que describa la vida de los libros en el contexto cultural de los griegos y los romanos, los cimientos de nuestra civilización, es otra de las virtudes de un texto que ya va por la novena edición, y la primera es de septiembre de 2019. El subtítulo es “La invención de los libros en el mundo antiguo”. Y no es nada breve. Bien editado por Siruela, contiene 450 páginas, sin ninguna ilustración.
         Irene Vallejo estudió Filología Clásica. Investiga y divulga sobre el mundo clásico. Escribe una columna semanal en el Heraldo de Aragón. Y es autora de varias novelas. Investiga, divulga y crea. En este ensayo sobre la historia de nuestros libros, Irene ha encontrado un estilo que recoge lo esencial de esas tres actividades. Sin muchas citas, ni notas a pie de página que interrumpan la narración… Sin esa falsa objetividad que suele anular la pasión de quien escribe… Sin las correas académicas que paralizan la imaginación y la crítica… Sin todo eso, Irene Vallejo nos habla de los libros, de nuestra historia, nuestro presente y futuro.
         El estilo es esencial en la divulgación científica, ya sea en ciencias de la naturaleza o en humanidades. Cada capítulo está dividido en secciones breves, que casi pueden ser leídas de forma independiente. Utiliza un lenguaje directo, a veces poético, y desde una primera persona que no teme mostrarnos sus intereses y pasiones mientras nos habla de las peripecias de los libros en el mundo antiguo. Intercala capítulos que hablan del libro en la actualidad, de las bibliotecas o los soportes digitales. Se trata de una verdadera labor hermenéutica: comprender el pasado para entender el presente. Y el sujeto no puede desaparecer, todo lo contrario. La historia del libro siempre nos remite a las vivencias personales, a la infancia, a los cuentos, y a nuestros educadores.
         La obra se despliega a través de la dialéctica entre lo efímero y lo permanente. Desde la tradición oral de los poetas griegos hasta el mundo digital actual, siempre hemos luchado contra la erosión de la memoria y contra las múltiples causas que han generado la pérdida de información. A lo largo del ensayo vemos nacer los diferentes tipos de escritura, un hecho que cambió el mundo. Arañar la arcilla, una corteza de un árbol, una piedra… O elaborar tablillas, papiros, pergaminos y papel… La historia del libro es un relato épico contra los fenómenos naturales o la desidia humana. Por eso hay muchas páginas dedicadas a las bibliotecas, en especial a la de Alejandría.
         La historia del libro nos desvela también la estructura social del mundo antiguo. La alfabetización universal es algo reciente. Al principio eran muy pocos los que dominaban el arte de escribir y leer. Analiza el papel de las mujeres, de los esclavos, de los ricos y de los pobres. Producir libros antes de la imprenta era una tarea muy costosa. Los rollos se deterioraban muy rápido, así que había que ir haciendo copias para salvaguardar los textos importantes. Menos mal que hubo personas que lucharon contra ese deterioro. Aparecen las primeras listas de libros importantes. Irene analiza el concepto de clásico. Y no hay que olvidar el oficio de librero…
         Ahora leemos en silencio, pero al principio tampoco fue así. La escritura estaba asociada a los sonidos. Leer era devolver la vida a los signos mudos. Y no era nada fácil, porque se escribía todo seguido, sin espacios entre palabras. El ensayo de Irene Vallejo nos permite acercarnos a esas fases intermedias de la historia en las que se comparten tradiciones, hábitos y técnicas diferentes. Hubo un momento en el que en una biblioteca había rollos y libros. Algunos comenzaban a leer en silencio y otros lo seguían haciendo en voz alta.
         “El infinito en un junco” es una obra que, además de proporcionar un inmenso placer, puede ser utilizada en varias materias: lengua y literatura, historia, latín, griego, filosofía o tecnología. Y es un buen modelo para aprender a divulgar en el ámbito de las humanidades.


martes, 11 de febrero de 2020

LAS MUJERES EN LAS CIENCIAS

         
Ilustración de Domingo Martínez
            Según se va ascendiendo en la carrera científica, la participación de la mujer disminuye. Es el denominado efecto tijera o techo de cristal. El número de mujeres que comienzan en la investigación es superior al de los varones. Sin embargo, la gráfica se invierte cuando nos vamos acercando a los puestos directivos o de mayor rango académico. Al inicio de la carrera investigadora las mujeres son cerca del 60% y los hombres el 40%. Al final las diferencias se invierten: el 75% de los altos cargos científicos son hombres y el 25% mujeres. El número de investigadoras en todo el mundo es menos del 30% según la UNESCO. Sigue habiendo campos de conocimiento con muy poca presencia femenina, como la tecnología, la ingeniería y las matemáticas. Y la tasa de abandono de la carrera científica es mayor también en las mujeres.
         Aunque la situación comienza a mejorar en muchos países, todavía hay discriminación en la contratación y la promoción. Los estereotipos y los prejuicios siguen entre nosotros. Las instituciones funcionan con un lógica androcéntrica: los intereses y necesidades de las mujeres no son tenidos en cuenta. No existe una verdadera conciliación entre la vida familiar y profesional. Y la toma de decisiones permanece en manos de los varones. Las comunidades científicas, que deberían ser un modelo de racionalidad para el resto de la sociedad, no se libran de la desigualdad y el machismo.
         El Catedrático emérito de Lógica y Filosofía de la Ciencia Miguel Á. Quintanilla ha trabajado en política científica y universitaria durante varios años. En “Filosofía ciudadana” (Trotta, 2020) reconoce que todavía existe ese techo de cristal “contra el que el que la mayoría de las mujeres que se dedican a la investigación científica terminan estrellándose en algún momento de su carrera”. Pero también menciona algunos síntomas de que las cosas van cambiando. En 2018 los premios Nobel de Física y Química fueron para dos mujeres: Donna Strickland (investiga sobre el láser) y Frances H. Arnold (aplica la evolución dirigida a las enzimas). Cada vez hay más mujeres realizando el doctorado y situándose en la primera línea de la carrera científica. Y cita a tres responsables de la política científica en España en los últimos años, los de mayor crecimiento de la ciencia: María Jesús San Segundo, Mercedes Cabrera y Cristina Garmendia.
         En nuestro país hay muchas mujeres científicas que están trabajando para que la situación cambie. Publican libros para visibilizar a las mujeres en la historia de la ciencia. Fomentan asociaciones de científicas. Promueven congresos, revistas y blogs. Acuden a los institutos de enseñanza media para servir de modelo a las alumnas. Realizan investigaciones sobre las causas de la discriminación en el pasado y en el presente…
         Eulalia Pérez Sedeño, profesora de Investigación en Ciencia, Tecnología y Género en el Departamento de Ciencia, Tecnología y Sociedad del Instituto de Filosofía del CSIC y Catedrática de Lógica y Filosofía de la Ciencia, coordina la Red Iberoamericana de Ciencia, Tecnología y Género, formada por más de 100 investigadoras de 10 países: Argentina, Brasil, Colombia, Cuba, España, Guatemala, México, Paraguay, Uruguay y Venezuela (ragcyt.org.ar/rictyg). Ha dirigido proyectos como “Ciencia y valores: el género en las teorías e instituciones científicas” o “La situación de las mujeres en el sistema educativo español y en su contexto internacional”. Estos y otros trabajos similares han dado lugar a numerosas publicaciones sobre ciencia y género.
         La matemática Marta Macho Stadler (enseña geometría y topología) es editora de la página “Mujeres con ciencia”, dentro de la Cátedra de Cultura Científica de la Universidad del País Vasco. En la introducción nos dicen que “Mujeres con ciencia nace con el objetivo de mostrar lo que hacen y han hecho las mujeres que se han dedicado y dedican a la ciencia y a la tecnología. Biografías, entrevistas, eventos, efemérides y todo tipo de crónicas o hechos relevantes tendrán cabida en este medio. Nuestro propósito es que Mujeres con ciencia dé a conocer la existencia de esas mujeres, su trabajo y las circunstancias en que lo desarrollaron o lo desarrollan”. (mujeresconciencia.com)  
         En las diferentes secciones de la página de Marta Macho vamos a encontrar ejemplos de investigadoras actuales. Ya existen modelos de referencia para nuestras alumnas en todos los campos. Las entrevistas que aparecen en este tipo de páginas y blogs pueden servir para mostrar que la investigación científica, realizada por mujeres y hombres, es apasionante y necesaria para el progreso de la sociedad.

https://www.diariodejerez.es/jerez/mujeres-ciencias_0_1436256902.html