viernes, 7 de octubre de 2016

LEVADURA

V. Tatlin
 Sabe el filósofo que la memoria es una especie de fermento, una levadura que te corroe, te aniquila si no oteas el horizonte de vez en cuando. Y no lo haces, porque el horizonte es una ficción. Atravesados por arcaicas enzimas, contemplamos la luz que equilibra las tardes, con aromas a roble y cernada. Porque nada escapa al poder de las levaduras. Hasta el calor, ¡quién lo iba a decir!, hasta el calor del horno regresa, como símbolo o como caricatura, pero vuelve y te invade... Sabe el filósofo que la memoria es una especie de fermento, un óxido que amenaza a la chatarra de tu pensamiento, a la vieja maquinaria, al ruinoso mecanismo de pensar, como decía Hölderlin. En algún recóndito rincón de tu cerebro habita, quizás dormida, aquella sensación, aquella experiencia que te define y te arrastra al abismo: una mirada, una palabra, un reflejo, un olvido, un deseo, un miedo... Mas sabe el filósofo que de ese rincón brota la enzima del pensamiento, de la vida y de la acción. Sabe que nos arrastra a un abismo tan necesario como irracional. De esa levadura se nutren los conceptos más elevados y los razonamientos más intrincados. Será cosa del hurmiento, dice Tejerina. Y no digo que no.