sábado, 28 de julio de 2012

ÉTICA DE ROEDORES XII: VER LO PARTICULAR

   El poeta sabe que no hay nada insignificante. Precisamente aquellas cosas que otros sólo ven una vez, el poeta las ve infinitas veces. Hay quien mira una hoja en el suelo y ya está; todo acaba ahí. El poeta mira la hoja en el suelo y descubre que nada ha terminado, que acaba de iniciarse algo. Vuelve a mirar la hoja en el suelo y sabe que se encunetra ante el espectáculo de lo particular, de lo visto por él, sólo por él. Y no puede apartar la vista de la hoja en el suelo. Y no comprende que otros lo hagan, sin más. Entonces el poeta descubre la insignificancia de todo lo demás, salvo su mirar esa hoja en el suelo. Así aparece la abrumadora necesidad de describir cada detalle de esa hoja y experimentar eso que llaman tiempo.
  El poeta sabe que todo es insignificante. Se pregunta cuándo una escena tiene entidad propia, cuándo algo deja de ser cualquier cosa. Miramos un trozo de piel y podría ser cualquier trozo de piel de cualquier persona. Miramos un tronco de un árbol y podría ser cualquier árbol de cualquier lugar. Ascendemos. Ampliamos el marco y llega un momento en que reconocemos algo como único. Esa frontera entre cualquier cosa y lo único es lo que interesa al artista. Es en ese borde donde habita el significado. Pero el poeta sabe que frecuentar esas fronteras trae desasosiego, la inquietud de saber que todo es tan único que puede ser cualquier cosa.