martes, 19 de noviembre de 2019

MITOS, PREJUICIOS Y CIENCIA ABIERTA

  
Ilustración de Domingo Martínez
          El 10 noviembre se celebra el Día Mundial de la Ciencia para la Paz y el Desarrollo. Este año se hace hincapié en promover una “ciencia abierta”. Se conmemora en todo el mundo desde el año 2002 para recordar el compromiso asumido en la Conferencia Mundial sobre la Ciencia que se llevó cabo en Budapest en 1999, según nos explican en la página de la ONU. Allí se aprobó la “Declaración sobre la ciencia y el uso del saber científico”. Desde 1986 se celebra también estos días La Semana Internacional de la Ciencia y la Paz.
         La declaración de Budapest es muy razonable. Parte de la estrecha relación entre la ciencia, la tecnología y la sociedad. El conocimiento debe ser utilizado para mejorar la vida de las personas, desde el punto de vista económico, médico, social, cultural y político. Se reclama en ese texto un debate democrático sobre la producción y aplicación del conocimiento. Y para que los beneficios de los avances lleguen a todos, se exige una reflexión sobre los grandes desequilibrios sociales existentes.
     El objetivo de este año es que la ciencia sea accesible a todos los ciudadanos. Es decir, la investigación científica y los datos tienen que estar al alcance de todos. Por lo tanto, habría que eliminar todas las brechas que convierten la ciencia en un recinto cerrado. En el sistema educativo no podemos acabar con todas ellas. No podemos modificar el proceso de elaboración de los Planes de I+D+i, que podría ser más participativo. Tampoco podemos cambiar el sistema de investigación, con la distribución de recursos económicos y méritos académicos…
     En lo que sí tenemos cierta responsabilidad, junto con los medios de comunicación, es en promover las vocaciones investigadoras y ofrecer una adecuada formación básica. Las tareas de divulgación son esenciales para despertar la admiración y el deseo de saber. Aquí es crucial qué imagen de la actividad científica transmitimos a los jóvenes. Porque a veces da la sensación de que hay un escalón insalvable entre los expertos y el resto de la población. Como si habitaran en otro mundo. Manejamos estereotipos que circulan en los libros de texto, en el cine y en los medios de comunicación. Son clichés que no nos muestran cómo es el verdadero trabajo de un investigador. 
         Hay varios mitos y prejuicios acerca de cómo funciona la ciencia que convendría repensar. En primer lugar, deberíamos cambiar el singular por el plural, y hablar de prácticas científicas. No hay un método único para todas las ciencias. Hay muchas formas de investigar. En segundo lugar, la verdad, la coherencia y la utilidad son muy importantes, pero hay otros valores que impregnan la actividad de los científicos, como los estéticos y éticos. Las ciencias son actividades humanas, condicionadas por intereses, por el contexto social y cultural. Nadie se libra completamente de los sesgos cognitivos. En tercer lugar, la investigación no es un hecho solitario, de un genio aislado y con capacidades sobrehumanas. El trabajo científico es colectivo, funciona en equipos, en redes. En cuarto lugar, la política científica no corresponde solo a los expertos. Todos los ciudadanos podemos participar y decidir en qué se debe investigar… En el fondo, todos estos mitos han contribuido a deshumanizar la labor de los científicos.
       Hay dos libros que pueden ayudarnos a reflexionar sobre esa imagen distorsionada. “La manzana de Newton y otros mitos acerca de la ciencia”, editado por Biblioteca Buridán, es una obra colectiva en la que diferentes especialistas analizan 27 mitos. Hay mitos de la historia de la ciencia sobre temas concretos que todavía aparecen en algunos manuales. Patricia Fara, por ejemplo, habla de uno muy conocido: “Que la manzana cayó de verdad y que Newton inventó la Ley de la Gravedad, eliminando con ello a Dios del Cosmos.” También hay mitos de cuestiones generales. Michael D. Gordin aborda otro muy extendido: “Que hay una clara línea de demarcación entre la ciencia y la pseudociencia”.
     “Perdidos en las matemáticas. Cómo la belleza confunde a los físicos” es de Sabine Hossenfelder, publicado por Ariel. La autora es una física dedicada a la gravedad cuántica. Conversa con varios físicos actuales para hablar sobre qué papel representan criterios como la belleza, la simplicidad, la naturalidad y la elegancia a la hora de aceptar teorías en física de partículas. Reflexiona sobre los sesgos que influyen en los investigadores, el papel de los experimentos y de las matemáticas, la estructura de las comunidades  científicas, los intereses, las dinámicas internas…

https://www.diariodejerez.es/jerez/educacion-mitos-ciencia-abierta_0_1411059411.html

domingo, 10 de noviembre de 2019

TIENDA DONDE SE VENDEN LIBROS

       
Foto de Francesc Catalá Roca
   
        Me encantan las definiciones. Son tan escurridizas… Y me gustan todas, tanto las que aciertan como las que resultan ambiguas, incompletas, muy largas, muy cortas, simples, barrocas… En los diccionarios hay muchas, casi de todos los seres que existen en el universo. Abarcan todos los entes, nada más y nada menos, incluidas las librerías... Tienda donde se venden libros. El académico ha dado en el clavo. Podría haberse enredado con la actividad cultural y social de esos establecimientos, pero no. Se ha ceñido al asunto, a la esencia. Allí compramos conjuntos de muchas hojas de papel u otro material que, encuadernadas, forman un volumen.
         En un mundo digital donde todo lo referido a la cultura tiende a ser o parecer gratis, esta definición es subversiva, provocadora. Lo que antaño nos parecía una simpleza, ahora nos encandila por su perspicacia, por su espíritu crítico. En un mundo atolondrado, las verdades del barquero son sentencias revolucionarias. Y es que nos estamos acostumbrando mal. Recuerden cuando nos reíamos de los niños de ciudad que pensaban que la leche salía del tetrabrik. Ahora, los habitantes del ciberespacio pensamos que los productos culturales salen del móvil… Al entrar en una librería se produce la anamnesis. La atención de los libreros, la presencia de alguna escritora, el olor a papel… todo ello nos hace recordar que de la nada es imposible que surja algo.
         El librero es la persona que tiene por oficio vender libros, aunque a veces no lo parezca. Tenemos constancia de que a algunos les da por recomendar lecturas, presentar a escritores, organizar talleres literarios, incluso hablan de materias ajenas al cambio de libros por dinero... Así que se entretienen en lo accidental y dejan de lado lo esencial. Todos somos humanos. Hay que saber perdonar estos descuidos. En su defensa argumentan que vender un libro no es tarea fácil. No lo es cuando el lector no sabe nada ni cuando cree que los sabe todo… En el primer caso se inicia un interrogatorio detectivesco, para dar con el misterioso ejemplar. En el segundo, el cliente entabla una jugosa conversación sobre por qué quiere ese título. Es un espacio para crear comunidad…
         Acudo al diccionario para comprobar si en algún lugar los libros y el espacio aparecen juntos. En ninguna definición se los relaciona directamente. Que los libros ocupan espacio es una de las leyendas urbanas y rurales más extendidas. Mire hacia su biblioteca, contemple su libro preferido, y dígame si ocupa espacio. Nadie en su sano juicio es capaz de semejante teoría, descabellada y peregrina. El espacio es la extensión que contiene toda la materia existente. Como mucho el espacio contiene libros, que es muy distinto… Y lo mismo ocurre con el tiempo, duración de las cosas sujetas a mudanza. La lectura no consume tiempo. Como mucho, lo crea. En las librerías, el espacio y el tiempo se retuercen ante la presencia de las letras, las historias, los poemas y los ensayos. Tengan cuidado, unos instantes con los libreros pueden convertirse en horas fuera del mágico recinto. Cuando salimos a la calle, el mundo ha cambiado, quizás ni nos esperen ya.
         El lector es el que lee, y punto. Qué fácil es decirlo… El escritor es el que escribe, otro punto. Qué fácil es desearlo… Para leer se requiere paciencia, plasticidad mental, ganas de disfrutar, deseos de soñar y un ligero olvido del mundo. Los escritores deberían ser moderados en cuanto a la calidad de sus textos. Los libros muy buenos animan a leer sin piedad, sin misericordia. Volvemos corriendo a la librería y pedimos todo lo que tengan sobre una escritora. Todo, absolutamente todo. Lo que ella escribió y lo que otros han contado sobre ella, sobre su entorno o sobre sus huellas. Menos mal que los libreros, nada más vernos llegar con esa cara de lunáticos, nos cogen de la mano, nos tranquilizan y nos conducen por los laberintos que se ocultan en el espacio enrevesado de la librería. Y si la cosa es grave, nos recetan un buen club de lectura o un taller literario que está a punto de comenzar detrás de los libros de viajes.

https://www.lavozdelsur.es/tienda-donde-se-venden-libros/