lunes, 22 de agosto de 2016

AMASIJO INFORME

J. Pollock
   Quizás ya no sea necesaria la unidad formal de la obra para que se lleve a cabo la experiencia estética. Los fragmentos del yo moderno cristalizan en estructuras efímeras. El amasijo informe de identidades discurre por múltiples senderos, a veces paralelos, desdoblados, sin añorar cimientos sólidos. El verso libre, la mezcla de géneros, el arte abstracto, conceptual... Ráfagas de datos, amagos de lectura, frases ingeniosas, egos-burbuja, deslizamientos, cinismo, imágenes repetidas sobre la pared... El sujeto brota como un amasijo de carne, o mejor, de chatarra, restos de la vieja civilización... La unidad formal de una obra requiere la atención de un sujeto más o menos estable, un yo que unifique la experiencia y otorgue sentido al conjunto. La experiencia estética posmoderna desmenuza la realidad sin esperar recomponerla más tarde. Porque nace de un yo triturado. Leemos un verso, sin métrica, un fogonazo, belleza condensada. Quizás el verso aislado se presente como una entidad indivisible, pero el resto del poema es una cadena de vanos intentos de repetir ese instante de sentido. El poema como un todo existe, claro. El cuadro como un todo existe, claro. La escultura como un todo existe, claro. Existen como un eco residual de la intención del artista, de su trabajo. Para el receptor esa totalidad es algo secundario. Podemos trocear un lienzo o un poema, y no perderán nada. Habremos creado. 

jueves, 4 de agosto de 2016

HABLA

Basquiat
   El habla diaria se mezcla con tenedores y zapatos, con los asuntos prácticos y las relaciones personales. Transcurre en la calle y en el interior de las casas. Las palabras se tiñen de usos, de emociones, de experiencias: los objetos existen porque han sido tejidos con letras y entrelazados con frases. Pero hablar es siempre trasladar significados, de unos seres a otros, de unos contextos a otros. La novedad y la ignorancia nos han convertido en expertos del trasplante, para que el término ya usado estructure y alumbre, para poder decir. La poesía es el habla de las azoteas y los tejados, desde donde uno divisa las palabras con la distancia suficiente como para conectarlas o atravesarlas con la mirada. El poeta sabe que podemos jugar con el habla, retorcerla, y crear otros sentidos. Pero siempre desde mi casa, desde el hogar del signo, desde el yo terroso. La ciencia y la filosofía hablan desde el campanario, buscando el mapa de toda la realidad y olvidando la propia cocina. Surge el concepto, la clasificación y la ley. Observamos desde la nada, desde el vacío, para que el yo terroso se desvanezca. Vemos los seres, todos diferentes, todos ya iguales bajo el concepto, la esencia. Y cuando aparece lo nuevo, otra vez a trasladar, a cambiar los muebles de sitio. Nadie puede librarse del yo terroso, porque es quien decide qué es lo vital, es quien pide explicaciones: un logos.