sábado, 18 de abril de 2020

EL ARTE DE HOZAR

     
Detalle de la portada de "Una teoría de la democracia compleja", de Daniel Innerarity. 
       Contrasta el silencio de la calle con el bullir de los medios de comunicación. Han dicho que algunos animales se han adentrado en las ciudades. Jabalís corriendo y hozando por territorio humano… Caballos salvajes por pistas de esquí… Incluso una ballena ha aparecido muerta en la playa. ¿Y si un lobo comenzara a merodear por los alrededores de nuestra ciudad? Pues imaginen que un lobo solitario se acercara a Berlín. Seguro que alteraría la vida de los vecinos. La gente se pondría nerviosa y muchos creerían haberlo visto… Es la historia que nos cuenta el dramaturgo alemán Roland Schimmelpfennig en su primera novela Una clara y gélida mañana de enero a principios del siglo XXI (Periférica, 2020). Tomasz se ve obligado a parar en la autovía, debido a la retención que provoca un accidente. Es entonces cuando ve al lobo y lo fotografía. La novela es una red historias que se van entrelazando: dos jóvenes que se van de casa campo a través; los padres que salen en su busca; la relación entre Tomasz  y Agnieszka…
         De los lobos podemos aprender mucho. Mark Rowlands vivió con un lobo más de una década. Brenin se llamaba el animal. Detrás del simio calculador, que todo lo ve como un medio para lograr sus fines, quizás esté el lobo. El lobo y el filósofo (Seix Barral, 2009) habla de una historia real, de lo que aprendió Mark con Brenin sobre el amor y la felicidad. Esas enseñanzas son el fruto de compartir una trayectoria vital, no de un estudio científico. El lobo nos enseña que “lo importante en la vida nunca es cuestión de cálculo”. Y que “lo que posee verdadero valor no se puede cuantificar ni puede ser objeto de mercadeo”. No es un libro académico de filosofía, no es sistemático. Cuenta una experiencia real, “unas ideas que existen en el espacio creado entre un lobo y un hombre”. En las primeras páginas nos explica cuándo compró a Brenin y cómo lo adiestró. Compara la inteligencia de un perro y la de un lobo. Mientras que el primero vive en un “mundo mágico” y utiliza al ser humano para que le resuelva los problemas nuevos, el lobo posee una inteligencia mecánica que le permite resolver problemas inéditos, más allá de la imitación. Los amantes de los perros, y de los animales en general, van a disfrutar mucho con este libro. Y además encontrarán algunas lecciones esenciales.
         “Lo más importante en la vida no es algo que se pueda poseer. El sentido de la vida reside precisamente en aquellas cosas que las criaturas temporales no podemos poseer: momentos. Esta es la razón de que nos cueste tanto reconocer un sentido plausible para nuestra vida. Los momentos son lo único que nosotros, los simios, no podemos poseer. La posesión de cosas se basa en borrar el momento: los momentos son cosas que atravesamos para poseer los objetos de nuestros deseos. Queremos poseer las cosas que valoramos, reivindicar esas cosas. Nuestra vida es una gran apropiación de tierras, y debido a ello somos criaturas del tiempo, no criaturas del momento: el momento que siempre se nos escapa de las codiciosas y prensiles manos.” (p.267)
         Son tiempos de hozar entre los libros acumulados, revistas y discos, y mover el hocico para encontrar algo nutritivo, como exploradores de la nostalgia. Si nuestros humildes hogares acumulan tesoros, ¿qué habrá en los de los sabios? Nos atrae el interior de las casas de los escritores, artistas y científicos, sus lugares de trabajo, donde pasan las horas escribiendo, dibujando, componiendo, pensando, leyendo, comiendo, durmiendo… Existe un libro dedicado a ese tema, y se titula Las casas de la vida (Ariel, 2012), escrito por Daniel Cid y Teresa-M. Sala, doctores en Historia del Arte. Se trata de una selección de escritos en los que el habitante o el visitante describen la morada de reconocidos creadores. El libro empieza con la casa de Goethe y termina con la de Tomás Morales. Y entre medias nos hemos acercado a las viviendas de Soane, E. Dickinson, Víctor Català y Caterina Albert, Kollwitz, Marie Curie, Ortega y Gasset, Alexandre de Riquer, Santiago Rusiñol, Kafka, Rilke, Pessoa, Neruda, Freud, Dalí, Miró, Le Corbousier, Gustave Moreau, D´Annuncio, Eileen Gray, Frank Lloyd Wright y Llorenç Villalong. Esta antología recoge textos muy diferentes, el objetivo es “tener compiladas una serie de experiencias dispersas en el espacio y el tiempo sobre el universo simbólico de las casa, sobre la cultura del habitar de la vida moderna”. Y hay visitantes ilustres, como Marcel Proust o Natalia Ginzburg.
          Decía Aristóteles que la ciudad es anterior a la casa. Hoy sabemos que el mundo es anterior a la ciudad y al Estado. Pero nos cuesta asumir los saltos en complejidad. Saltos no solo cuantitativos, sino cualitativos. El todo es anterior a las partes, porque les da sentido y razón de ser. La globalización y las nuevas tecnologías configuran hoy una sociedad muy enrevesada, un tejido de infinitos hilos. Pero seguimos con formas de gobierno ancladas en otro modelo de sociedad, más lineal y predecible, es decir, más simple. Necesitamos mecanismos democráticos de poder que sepan administrar las nuevas dinámicas sociales. Es lo que analiza Daniel Innerarity en su último libro, Una teoría de la democracia compleja (Galaxia Gutenberg, 2020). La obra aborda todas las dimensiones, desde la epistemología hasta la democracia digital.
         “Tenemos que redescribir el mundo contemporáneo con las categorías de globalización, saber y complejidad. La política ya no tiene que enfrentarse a los problemas del siglo XIX o XX, sino a los del siglo XXI, que exigen capacidad de gestionar la complejidad social, las interdependencias y externalidades negativas, bajo las condiciones de una ignorancia insuperable, desarrollando una especial capacidad estratégica y aprovechando las competencias distribuidas de la sociedad civil.” (p.24)
          Y hozando entre los libros pendientes me he encontrado con la ciudad de Lisboa. ¡No me digan que no han pensado en Lisboa estos días! Gracias a Antonio Muñoz Molina he pasado allí varias tardes. No pensaba moverme de casa, pero la lectura de Cómo la sombra que se va (Seix Barral, 2016) me ha permitido ese lujo. James Earl Ray, el asesino de Martin Luther King, estuvo en Lisboa tras cometer el crimen. Pero el libro es mucho más que la reconstrucción novelada de esa biografía. Muñoz Molina también nos habla de su escritura, de cómo fue creando otro libro, El invierno en Lisboa. Para construirlo tuvo que visitar la capital portuguesa. Me ha sorprendido encontrar una reflexión sincera sobre el arte de escribir y vivir. Hay varias miradas sobre Lisboa, diferentes densidades narrativas. Muñoz Molina se ha empleado a fondo para conocer al asesino, para describir su huida. Un ejercicio de documentación digno de resaltar. Aunque más mérito tiene, quizás, la forma de mostrar su estar en el mundo mientras escribe, su proyecto vital y literario. Por eso, dicen los críticos, que ofrece una teoría sobre la novela.
         “Una novela es un estado de espíritu, un interior cálido en el que uno se refugia mientras la escribe, como un capullo que va tejiendo hilo a hilo desde dentro, encerrándose en él, viendo el mundo exterior como una vaga claridad al otro lado de su concavidad translúcida. Una novela se escribe para confesarse y para esconderse. La novela y el estado particular de ánimo en el que es preciso sumergirse para escribirla se alimentan mutuamente; una particular longitud de onda, como una música que uno oye de lejos y que intenta precisar escribiendo.” 

martes, 14 de abril de 2020

AXIOLOGÍA EN TIEMPOS DE INCERTIDUMBRE


         
Ilustración de Domingo Martínez
          La axiología es la rama de la filosofía que se encarga de elaborar una reflexión racional sobre los valores. Nuestras acciones vienen condicionadas por todo aquello que consideramos digno y bueno. Los valores forman un conjunto ordenado, dinámico y abierto. Los hay más importantes que otros. Y la lista muta a lo largo del tiempo, tanto en contenido como en orden. Cuando todo va sobre ruedas, no solemos detenernos para revisar esa jerarquía. Pero con los problemas y la incertidumbre, surge de forma apremiante la necesidad de esa reflexión axiológica. No es raro encontrarnos estos días con la expresión “ahora valoro todo de otra forma”.
         Si se pregunta a cualquier persona qué es lo importante en su vida, nos ofrecerá una retahíla heterogénea: el amor, la salud, la amistad, sexo, el dinero, la verdad, la familia, la comida, la belleza, la libertad… Aparecen varios ámbitos: material, biológico, económico, cultural y moral… En estas enumeraciones y clasificaciones suelen cruzarse diferentes categorías. No sabemos si hablamos de necesidades, apreciaciones, intereses, deseos, objetos concretos, entes abstractos, o de todo a la vez. Nos preguntamos si los valores son objetivos o subjetivos, individuales o colectivos, inmutables o cambiantes, solo humanos o también pertenecientes a los demás seres vivos y las máquinas, si los captamos con la razón o con la sensibilidad, y qué tipo de racionalidad interviene a la hora de elegir y ordenar.
         Para algunos filósofos, los valores son captados, no inventados. Scheler decía que son objetivos y que los conocemos a través de una aprehensión emocional-intuitiva directa. Hartmann fue más allá y completó este objetivismo con su idea de un reino de los valores, una dimensión ontológica independiente. Elegimos un valor porque ya es superior en sí mismo. No se convierte en superior porque lo hayamos elegido… Los valores, por lo tanto, existen por sí mismos y forman una estructura ordenada. En las cosas bellas, por ejemplo, se encarna el valor de la belleza. Pero lo belleza no depende de las cosas bellas ni de la persona que emite el juicio. Los valores no cambian con el tiempo, pertenecen a otra dimensión, ideal. Lo único que varía es nuestra forma de conocerlos y acceder a ellos. El conjunto en sí no se transforma.
         El subjetivismo y el relativismo dicen lo contrario. Los valores solo son actos de un sujeto. Algo es bueno porque me agrada o satisface una necesidad. Solo existen las valoraciones concretas de las personas. Y no existe una esfera independiente de los valores. Por eso cambian con el tiempo y las circunstancias. Como mucho, poseen una objetividad social, generada por los actos de valorar en un momento histórico concreto. Según esta perspectiva, aunque poseen una base material, los valores son construcciones sociales, y solo adquieren sentido dentro de un contexto histórico. No son eternos, así que pueden variar o desaparecer. Incluso es posible crear otros nuevos. Desde un enfoque biológico y evolutivo, son fruto de los mecanismos de selección natural en la lucha por la supervivencia. 
         Las circunstancias, seamos objetivistas o subjetivistas, universalistas o relativistas, nos obligan a revisar el orden de los valores. Ya sea porque han cambiado o porque nuestro acceso a ellos se ha modificado, no nos queda más remedio que reestructurarlos, consciente o inconscientemente. Normas y valores son dos caras de una misma moneda: la conciencia moral. Detrás de toda norma hay un valor. Acordamos normas para proteger valores. O al revés, los valores generan normas. Lo que debemos hacer en cada momento viene delimitado por lo que consideramos bueno. Y los dilemas aparecen cuando una elección basada en un valor nos lleva a negar algo que consideramos igual de importante.
         Libertad frente a seguridad, intervención estatal frente al laissez faire, altruismo frente a egoísmo, transparencia frente a confidencialidad… Las situaciones difíciles desembocan en un reordenamiento axiológico. Además de necesitar un enfoque interdisciplinar, para semejante tarea los ciudadanos debemos hacer frente a la opinión pública que circula por los medios, ya que condiciona nuestra percepción del riesgo y nuestra forma de reconocer y elegir lo importante. Son momentos idóneos para analizar el sistema tecnocientífico, junto con el político, y crear nuevos valores, si es que hemos aprendido algo. Sería muy conveniente aclarar qué política científica y tecnológica deseamos para las próximas décadas y en qué sectores es necesario invertir más esfuerzos. Para ello hay que saber qué bienes son prioritarios a largo plazo y qué modelo de sociedad anhelamos.


sábado, 4 de abril de 2020

SER MÁS ALLÁ DEL SER


        Ser creativo significa ir más allá de lo que somos. Significa retorcer las circunstancias para diseñar un nuevo horizonte. Y dar lugar a lo que todavía no existe. Al menos poder imaginarlo... Si el mundo está desvencijado, nosotros sabemos reciclarlo. Crear es reciclar, pero no a través del pensamiento circular, sino a través del movimiento en espiral, el que avanza. Crear es un acto íntimo en nombre de la humanidad. Desde la casa movemos el universo. Ni Mandela ni Gramsci dejaron de crear para mejorar el mundo cuando las rejas eran implacables. Crear es pensar con los demás, desde el lenguaje compartido, desde las normas y valores de la comunidad, desde el saber científico y artístico que nos trasmiten los educadores. Pensamos con libertad para ir más allá de lo que somos. El poema, el concepto, el dibujo y la canción son lo que yo quiero ser.