miércoles, 23 de agosto de 2017

ÉTICA DE ROEDORES: LA PANZA Y EL LOMO

Conjunto de Mandelbrot
  Los malditos roedores comenzaron a sospechar que vivían en el lomo, quizás la panza, de un terrible dinosaurio. A lo mejor, dijo el roedor de la cueva, todo el bosque, incluso todo el universo, tiene la forma de un horroroso dinosaurio. Lo que es cierto, sentenció el de ojos grandes, es que parece inabarcable, ya estemos sobre la panza o el lomo. Veo que de las vísceras no habláis, advirtió el de dientes gastados, y toda esta podredumbre no son sino sus entrañas. No es cuestión de biología, ni de anatomía, gritó el de voz de mosquito. Todo se explica con la geometría, continuó. Jamás acabaréis con la terrible bestia porque es un hijo de Mandelbrot. La geometría del terror repite siempre la misma estructura. Si nos alejamos, aparece el gran bicho. Si nos acercamos, cada una de las partes es esa misma forma, hasta el infinito. He aquí el mundo que habitáis, señaló con las manos extendidas, un mundo sin centro, dominado por fuerzas que se regeneran sin piedad, un mundo creado por vosotros, que modeláis el panal del dolor con cada una de vuestras miserias. Sólo cuando alzáis la vista y contempláis las estructuras lejanas, o cuando sufrís la gran pisada, sólo entonces os quejáis. Porque todo es lo mismo y todo se repite. Y sabe el filósofo que ser consciente de esta geometría no es poco.

jueves, 3 de agosto de 2017

EL SELLO

   Me gustaría saber escribir en espiral. Y no me refiero a los caligramas, claro. Hablo de esa escritura que es capaz de describir el viaje de un fotón desde una estrella, un viaje de ocho minutos y pico. Esa escritura acompañaría al fotón desde el Sol hasta una espiral de piedra, quizás el sello de nuestra galaxia. Y las palabras intentarían captar el momento en el que esa partícula rebotara en la enrevesada piedra y alcanzara el ojo y el cerebro de Ana. Me gustaría saber escribir en espiral para felicitar a esa extraña forma, sello galáctico, que ha estado esperando tantos millones de años este momento. Y pensar en espiral, cómo no, y recorrer la escalera de caracol que comunica las regiones más espesas de mi cerebro con las formas generadas por la naturaleza. Escribir en espiral me permitiría atrapar el movimiento infinito de mis ideas en una piedra eterna que, con el tiempo, fuese el combustible del que se alimentase una nueva estrella. Y de ella saldría un fotón que, seguramente, no iba a tener tanta suerte.