lunes, 30 de octubre de 2023

Las ciudades invisibles, fuera de la ley

     
Ilustración de Rafa Iglesias, Ediciones de Ruina

    Fue el filósofo Javier Echeverría quien situó en el tercer entorno las emergentes telépolis de finales de los años noventa. El ser humano, como ser vivo que es, surge en un primer entorno físico y biológico. El segundo entorno es la ciudad, expresión máxima de la vida social y cultural. Con la llegada de las tecnologías de la información y la comunicación habitamos la burbuja digital, telépolis. Es la vida a distancia, el enjambre de los datos.

    En el primer entorno nos gobernamos con las leyes de la física, de la química y la biología. En el segundo tenemos la vida urbana, las constituciones, los códigos civiles y penales, incluso acuerdos internacionales. No queda claro qué leyes regulan el tercer entorno. A lo mejor las telépolis, el mundo de las pantallas, transcurren al margen de las fronteras físicas, fuera de la ley.

    En el mundo de la realidad virtual todo es posible. O eso nos han hecho pensar los señores digitales, los amos de los servidores y plataformas. También lo avanzó Javier Echeverría. Los reinos del comercio electrónico funcionan como un sistema feudal del ciberespacio. Las plataformas ocupan terrenos, espacio digital. Unas se solapan con otras. Hay conflictos económicos y legales. Y cuesta crear un marco común de normas.

    Esta ciudad invisible no ha sido narrada por Italo Calvino. Tampoco la ha descubierto un explorador de rutas imposibles. Es la ciudad de las pantallas. Se nos olvida que todo transcurre en una superficie plana, eso sí, medida en pulgadas. Es el océano de nuestra infinita navegación. Por poco tiempo. Pronto vendrá la escafandra digital, para sumergirnos en mundos de tres dimensiones a fuerza de atarnos más a los dispositivos.

    En el tercer entorno la felicidad siempre está a la vista. No puede ser de otra manera si con cada clic te ofrecen el infinito. Y uno se acuerda de las aporías de Zenón. Nadie alcanza nada. Es imposible. En el espacio de las promesas digitales lo importante es seguir deseando avanzar. Lo podemos tener todo. De ahí que el movimiento, motor de la atención, no cese y nos arrastre. En el mundo de la navegación perpetua, el movimiento es la apariencia más potente.

    Que la escafandra no nos engañe… Siempre seremos cazadores recolectores sentados delante de un dispositivo. Y tendremos que luchar, todavía, contra las leyes del primer entorno, las que nos recuerdan que hay que mover las piernas, estirar todas las extremidades, levantar la cabeza, mirar hacia el horizonte y reparar nuestros ojos. Se nos olvida que toda esta maquinaria consume energía. Las pantallas y los procesadores requieren materias primas y mano de obra. La escafandra digital nos aleja de la naturaleza esquilmada y de las relaciones de producción injustas.

    Que los megas no nos distraigan… Los servidores ocupan espacios físicos y legales. Nuestras acciones siguen transcurriendo en ámbitos urbanos. La navegación digital no nos exime de las responsabilidades éticas y políticas que toda convivencia conlleva. A los señores digitales solo les interesa que seamos muy felices y brindemos todos los días frente a las pantallas. Cada clic es una celebración. Cada clic es un acto de consentimiento. 

    Hay algo que está presente en los tres entornos. Ese algo los humaniza. Es el tiempo. Si regalamos nuestro tiempo, nos abandonamos. Si somos el proyecto de un dispositivo, no somos ya nada. Delante de las pantallas hay muchas formas de perder el tiempo. Y de ganarlo. Cuando navegamos como pollo sin cabeza, lo perdemos. Cuando construimos creativamente, lo ganamos. Los dispositivos del control de atención evitan que seamos conscientes de esta transacción existencial. Todo aparece en el mismo plano. La aceleración de los flujos de información parece inevitable, pero no es así. Seguimos siendo responsables de nuestro tiempo.

sábado, 14 de octubre de 2023

Sin entrar al trapo

Foto de RTVE.
        Si algo hemos aprendido de los siglos pasados es que la violencia siempre genera más violencia. Y que justificar una guerra solo conduce a un espiral interminable de “guerras justas”. El pacifismo es la única solución. Negarse a coger las armas, negarse a matar a otras personas, negarse a destruir casas, negarse a torturar… Y apostar solo por la palabra, por el diálogo, la educación y el intercambio tolerante de ideas.

    Entrar al trapo y responder con más violencia es irracional, desde el punto de vista ético, histórico y político. Es lo que debemos enseñar en las aulas. La respuesta visceral del momento no sirve para nada, aunque la agresión sea terrible y muy cercana. El pacifismo ha de mostrarse como la única vía, como la más racional y sensata a largo plazo. Hay muchas materias del currículum que pueden ayudarnos en esa tarea. Por eso necesitamos conocer los procesos históricos y la evolución de los diferentes sistemas de pensamiento.

    Al fanatismo solo se puede responder con la razón y el diálogo. No hay guerras justas, por fin nos hemos dado cuenta. Todas las partes del conflicto son capaces de aducir razones históricas para cimentar las masacres que cometen. Lo mismo ocurre con cualquier tipo de acción terrorista. Ningún grupo político debe usar la violencia. Recuerden que todas las revoluciones que utilizaron la violencia para alcanzar el poder tienen que seguir utilizándola para mantenerlo.

    Claro que hay que analizar las causas de los conflictos y estudiar los intereses de todos los participantes. También debemos entender el hilo histórico que ha conducido a una cierta situación. Y, cómo no, es nuestra obligación abordar y rechazar todos los tipos de violencia: las desigualdades extremas, la explotación y cualquier tipo de dominación y opresión. Localizar las causas de toda violencia nos ayuda a erradicarla y prevenirla. Pero en ningún momento puede servirnos para justificarla desde el punto de vista ético. 

     El camino de la paz es muy largo. Se requiere paciencia, autoconocimiento y prudencia. La resistencia no violenta ha logrado transformar muchas sociedades. Tirar la toalla y responder con la misma moneda ya sabemos adónde conduce. Existe un criterio ético sencillo que nos puede guiar: cualquier acción que destruya personas debe ser evitada. El pacifismo es una respuesta cívica, de los ciudadanos. De abajo hacia arriba. No se trata de una utopía. Todo lo contrario. Significa ser realista. Porque la realidad histórica ya nos ha mostrado de todas las formas posibles que la violencia no soluciona nada.

miércoles, 11 de octubre de 2023

La lectura y sus misterios

      

Ilustración de Domingo Martínez González


    La lectura de un libro siempre oculta un secreto que no podemos revelar. No importa de qué género se trate, desde la poesía hasta el ensayo académico. Detrás de toda lectura hay un misterio, “algo arcano, recóndito, que no se puede comprender o explicar”. Aunque queramos contarlo nos resulta imposible. Hay algo a lo que no podemos acceder, parece estar cerrado para la completa explicación. Desde una actitud escéptica, es muy sano reconocer los límites de nuestro conocimiento.

    Todos sabemos lo difícil que es explicar a alguien por qué te apasiona un libro. Después de acudir a adjetivos elogiosos de todo tipo, a comparaciones con otras obras, a conceptos y clasificaciones literarias, terminamos diciendo “léelo y verás”. Decir que nos gusta el estilo no aclara mucho. Sabemos que tiene que ver más con la forma que con el contenido, pero no logramos concretar nada. El estilo es una especie de aroma. Recomendar libros es una de las tareas más arriesgadas que existen.

    Los que nos dedicamos a la educación no dejamos de dar vueltas siempre al mismo asunto, cómo enseñar a leer y cómo fomentar el hábito de la lectura. Hay polémica sobre si hay que leer primero a los clásicos o no, sobre si hay que obligar a leer o no, sobre si hay que hacer exámenes sobre lecturas o no… No hay acuerdo porque ninguna de las opciones ha demostrado ser mejor que la contraria. Se ha intentado una vía intermedia, que asuma lo mejor de todos los argumentos, pero no es nada fácil. Que se lean algunos autores clásicos y algunos actuales, que se evalúe de forma creativa, que sea posible la elección de lecturas atendiendo a los intereses de cada persona…

    Al intentar convencer a los demás de la utilidad de la lectura, vuelve a asomar el misterio. La lectura está más allá de lo útil. No puede ser atrapada con esa categoría. Si por lectura entendemos descifrar un prospecto, entender una escritura de compra-venta o seguir las instrucciones para montar un mueble… Si nos preguntan qué estás leyendo, no decimos “ahora mismo, las cláusulas de mi hipoteca”. Cuando hablamos de libros, el concepto de lectura es mucho más amplio. La lectura tiene algo que se nos escapa y a la vez nos atrapa. Ese algo es un misterio. Y debe serlo.

    Como dice el filósofo Hartmut Rosa, en las sociedades modernas industriales queremos que todo esté disponible, que todo esté a nuestro alcance con la técnica. Este afán de control absoluto, de manipulación para obtener rendimientos, nos conduce al aburrimiento, la ansiedad o la depresión. La lectura de un libro no es un fenómeno que podamos controlar técnicamente. Solo la mecánica de leer es codificable: letras, sílabas, palabras, frases. Pero la comprensión placentera es un fenómeno indisponible. Según Hartmut Rosa, es un ejemplo de resonancia.

    La lectura requiere el momento oportuno, nunca predecible. Algunos de los mejores libros que he leído tuve que abandonarlos al principio. No me enganchaban. Pero retomé su lectura más adelante, sin saber por qué, de casualidad. Y lo que descubrí fue increíble. Ese momento, el kairós de los griegos, hace posible la resonancia, un diálogo con el mundo, abierto, de escucha, un tiempo de mutuo reconocimiento. Nunca sabremos por qué retomamos aquella lectura. Quizás había algo que se nos quedó clavado, una espina o simiente, quién sabe… 
    
    Si pudiésemos comunicar todo esto y elaborar una receta o un algoritmo, nos aburriría, nos cansaría, dice Hartmut. A los lectores de verdad les encanta descubrir por sí mismos estas cosas. No hay nada más íntimo que la lectura. Pero las aguas de la felicidad rebosan cualquier recipiente. Y queremos contarlo, para que otros conozcan ese placer estético. Entonces descubrimos que no hay método y que los educadores siempre caminamos por senderos borrosos.