lunes, 31 de agosto de 2009

ARTE Y ESPACIOS PÚBLICOS

Hace unas semanas me llamó Peter Lieber (un amigo alemán que trabaja en el centro de investigación sobre nanotecnología) y me contó algo muy extraño, una de esas historias que nos hacen pensar. Según me dijo, un artista de Frankfurt había muerto al estrellarse su coche contra la escultura de una rotonda, situada en una ciudad española. El fallecido formaba parte del colectivo radical de artistas HASE. Nada más conocer lo ocurrido, varios miembros del grupo se presentaron ante el alcalde de la ciudad española donde ocurrió la desgracia y le comunicaron su intención de presentar una denuncia. Acusaban al ayuntamiento de asesinato.

Al parecer, tanto el fallecido como el resto del grupo eran seguidores de Max Zoster (1940-1985), un pintor y crítico de arte alemán que destacó por defender la libertad estética frente a cualquier tipo de imposición, teórica o práctica. Con la denuncia entregaron una especie de manifiesto basado en las ideas de Zoster. Evidentemente la denuncia no prosperó. Nadie en su sano juicio jurídico admite argumentos como el siguiente: “Quien aprobó la instalación de esa escultura en la rotonda provocó las iras de nuestro compañero obligándole a dirigir su vehículo contra la obra de arte.” Y lo curioso del caso es que todos ellos consideraban la escultura excelente. Lo que no podían admitir es que se ocupase el espacio de forma autoritaria y se obligase a los ciudadanos a padecer experiencias estéticas mientras conducían. Imponer experiencias estéticas es para este grupo una clara deformación de la democracia cultural. En el manifiesto que escribieron junto a la denuncia justifican estas ideas y proponen cambios sociales y culturales interesantes.

Parte del escrito fue publicado en un periódico alemán. En España el caso no tuvo ninguna repercusión, quizá porque el texto estaba en alemán y nadie se preocupó de mandar traducirlo, pensando que eran aclaraciones jurídicas que ya no iban a ninguna parte. Además, los artistas abandonaron muy pronto la ciudad para volver a Frankfurt y organizar las ceremonias de su compañero. Menos mal que mi amigo Peter sabe cuánto me gustan estas historias y me ha enviado lo que apareció en la prensa. Aquí ofrezco una traducción propia:

“ (...) A pesar de tantas décadas de crítica social, moderna y postmoderna, todavía seguimos pensando el espacio de una manera demasiado ingenua. El sentido común parece decirnos que existe un espacio objetivo en el que suceden los hechos, un espacio en sí, absoluto. La física de Newton define el espacio y el tiempo como receptáculos en el que los cuerpos se desplazan, chocan y se atraen. Con Einstein el espacio-tiempo se convierte en un continuo que se dobla y deforma, dependiendo de la aceleración del observador. Y en la teoría del conocimiento de Kant el espacio y el tiempo son formas puras de la sensibilidad, estructuras del propio sujeto que hacen posible los fenómenos, la percepción. En los últimos años el constructivismo social y la sociología del conocimiento han resaltado cómo todas las categorías que utilizamos para conocer y clasificar la realidad son construcciones sociales, es decir, están determinadas (condicionadas o influidas) por los intereses de los sujetos y colectivos que intervienen en la interacción social. A pesar de este recorrido crítico hacia el relativismo, continuamos pensando que el espacio es algo dado, absoluto. Esta es la razón de que la relación entre arte y espacios públicos no haya generado todavía un verdadero problema colectivo.

El espacio urbano es una construcción social. Las ciudades se han ido configurando a través de los intereses sociales. Así, la burguesía ha construido espacios para poder desarrollar sus actividades económicas. Con la llegada de las sociedades consumistas posindustriales las ciudades se han convertido en el escenario de las clases medias. Los centros históricos mueren medio olvidados mientras una red de vías, conectadas con rotondas, sirve para trasladar a los habitantes de los barrios de adosados de un centro comercial a otro. Y los ayuntamientos, para que esa red no nos asfixie a fuerza de adoquín y asfalto, nos decoran las glorietas con bellas obras de arte. Y nosotros, los ciudadanos, como no entendemos de esos temas, nos topamos de forma acrítica con esas transformaciones de nuestros lugares, de nuestras rutas diarias y de nuestras mentes.

Debemos tomar conciencia de lo que supone transformar los espacios públicos. Si los ciudadanos no participan en la configuración estética de sus ciudades, estarán siendo dominados por grupos de poder, por representantes políticos o por comisiones de expertos. Nuestra mente se organiza a través de lo que recibe de fuera más lo que ya tiene dentro. No exageramos cuando decimos que las formas urbanas determinan nuestros estados mentales, o al menos, nuestras formas de estructurar la experiencia diaria. Por todo esto, las categorías estéticas han de ser debatidas con la participación de todos. Para ello habría que crear foros interdisciplinares permanentes para revisar todas las actuaciones urbanísticas. La participación de los ciudadanos, quizás por barrios, implicaría un profundo cambio de ritmo en la toma de decisiones. Y también llevaría consigo un programa amplio de educación artística. Pero a la larga podríamos disfrutar de experiencias estéticas consensuadas, fruto del ejercicio de la democracia participativa en el ámbito del arte y los espacios públicos.”

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