Como las bacterias, los dualismos se vuelven resistentes.
Todavía andamos enredados con alguna de sus variantes. Cuando parece que hemos
acabado con uno, aparece otro, a veces disfrazado, para que no salten las
alarmas. Materia y forma, alma y cuerpo, naturaleza y cultura, razón y pasión,
son pares de conceptos de gran utilidad analítica y persuasiva…
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Miguel Parra |
La razón
nos sirve para conocer verdades eternas, como los teoremas de la geometría.
Todos los seres humanos los entendemos porque captamos algo objetivo, que está
ahí, con independencia de nuestros intereses, deseos o estados de ánimo. La
razón, por lo tanto, trabaja al margen de las emociones y las pasiones. Razonar
significa calcular, derivar, relacionar, separar y otras operaciones de
carácter formal. Razonamos bien si transformamos bien, según las reglas, unas
proposiciones en otras.
Siguiendo
con el relato racionalista tradicional, las pasiones, los sentimientos y las
emociones son algo confuso, oscuro, difícil de atrapar y entender, son fuerzas,
disposiciones y actitudes que pertenecen a nuestra denostada dimensión física.
Las emociones nos arrastran y enturbian el intelecto. Aunque son necesarias
para actuar, si no interviene la claridad de la razón, carecen de orientación,
incluso pueden desbordarse y arruinar todos los cultivos de la inteligencia
calculadora y previsora.
Este relato
habla de una razón que conoce cómo es el mundo, descubre qué debe hacer y a
continuación transmite ese contenido proposicional a la voluntad para que se
inicie la acción. Las buenas decisiones son las que parten de un conocimiento
adecuado del mundo y de uno mismo, las malas decisiones son las que se han
forjado desde el impulso ciego de las pasiones, los deseos o las necesidades.
Pronto aparecieron críticas a esta concepción del ser humano. Hume y otros filósofos señalaron que las acciones jamás parten de razonamientos. Las razones no son el motor de nuestras acciones. Son las pasiones, los deseos y las necesidades las que dirigen nuestra conducta. Las razones vienen después, para justificar ese movimiento de la voluntad. Argumentamos sobre lo que nos agrada o desagrada, lo que nos atrae o repele. Como mucho, la razón encauza, pero no genera esa corriente.
Pronto aparecieron críticas a esta concepción del ser humano. Hume y otros filósofos señalaron que las acciones jamás parten de razonamientos. Las razones no son el motor de nuestras acciones. Son las pasiones, los deseos y las necesidades las que dirigen nuestra conducta. Las razones vienen después, para justificar ese movimiento de la voluntad. Argumentamos sobre lo que nos agrada o desagrada, lo que nos atrae o repele. Como mucho, la razón encauza, pero no genera esa corriente.
La
filosofía hoy ha superado esas caricaturas dualistas, esos esquemas, sobre todo
el racionalista puro. Y los ha superado porque ha tenido en cuenta los avances
en psicología cognitiva y neurociencias. Si bien es cierto, como dice Victoria
Camps, que ya Hume y Spinoza hablaron con sensatez sobre la importancia de las
emociones en la ética, han sido los avances de las ciencias del cerebro los que
han promovido un cambio de paradigma.
Desde el
punto de vista ético, nadie duda ya de que las emociones son esenciales, tanto
a la hora de decidir como para ser una persona comprometida con lo que nos
rodea. La indignación moral ante las injusticias sociales no arranca de una
argumentación, sino del malestar que provocan semejantes atrocidades humanas.
Al elegir las premisas de nuestras argumentaciones están funcionando nuestros
deseos, emociones y estados de ánimo. No hay contenidos proposicionales
carentes de aspecto emocional. Nuestras creencias sobre el mundo son creencias
que ya valoran emocionalmente el mundo: describir ya es valorar.
Y desde el
punto de vista de las neurociencias, aunque el cerebro posee estructuras más o
menos diferenciadas, su funcionamiento transcurre en paralelo. No hay una
secuencia lineal en la que la información del exterior vaya pasando por varios
departamentos hasta que se toma la decisión final. La complejidad de las redes
neuronales y la modulación de las sinapsis, a niveles moleculares, nos hacen
pensar que todo el organismo actúa a la vez y que nuestra realidad siempre se
presenta bajo el aspecto, el color, de nuestros estados de ánimo.