lunes, 23 de noviembre de 2015

FRÍOS

   Cuando el verano se estiraba demasiado deseaba que llegase el frío, los días cortos, las heladas. Quería el frío porque con él llegaba el calor del enroje, las sopas de ajo y las patatas asadas que mi padre hacía con las ascuas que aún quedaban de haber cocido por la mañana. Ese viento norte, que venía de las peñas, nos obligaba a recorrer las aceras como huidos de la justicia. Quién me iba a decir que esas peñas lejanas iban a tener para mí otros significados, otros placeres... Aquellos primeros fríos, entre la encina y el roble para el horno, me empujaban al calor del suelo, la gloria, donde no esperaba más días, no esperaba nada ya. Quería que todo se quedara así, para siempre, que nada pasara, que el mañana se anulara porque así lo deseaba. Todo eso volvía con el frío, entre la harina y las campanas. Ese viento cortante del norte aparecía sin piedad, quizás traído por las encinas o por la misma nieve. Pero ese viento cortante del norte también nos daba la palabra casa y el deseo infinito de arruinar el viejo mecanismo del tiempo.