sábado, 13 de diciembre de 2014

TRAMPAS DE LA AUTOCONCIENCIA VI

  Leo a Julio Cabrera, Crítica de la moral afirmativa, y vuelvo a ver trampas en la metafísica tradicional. Nos han contado que Ser es mejor que No-Ser. Es una verdad incuestionable para la ontología heredada. Dice Cabrera que hay que ir a la raíz y que salir del No-ser quizás no sea tan bueno como nos han dicho. ¿Para qué ser? ¿Para caer en el dolor estructural que acompaña a ese ser? 
  Toda existencia es carencia, necesidad, dolor. ¿Por qué insistimos, entonces, en que ser es bueno y no-ser malo? Par mí es otra de las trampas de la autoconciencia. Como nos damos cuenta de que existimos, pensamos que tenemos algo más que el mero ser. Los neurotransmisores y las hormonas, guiados por el ADN, se encargan de generar esa valoración positiva del estar-aquí, mecanismos de la selección natural. Así, el dolor estructural, la miseria del vivir, se transforman en un regalo de los dioses. Pero es una trampa. La autoconciencia ha resultado ser un mecanismo muy efectivo para la supervivencia de ciertos organismos. Como si pensar que existimos nos diese una cualidad estructural, esencial, distinta al resto de los seres. Y toda la cultura, con sus ideas y conceptos tan abstractos, sólo es una concreción de ese mecanismo tan refinado. De alguna forma, pensarnos a nosotros mismos está premiado químicamente en el cerebro. Sentirnos diferentes del resto de los seres viene acompañado por una sensación de bienestar, por algo bueno, químicamente hablando. Nos sentimos necesarios sólo por el hecho de pensarnos. Nos resulta muy complicado pensarnos como seres contingentes, finitos y miserables. (...)