Se cumplen cien años de la publicación del libro La deshumanización del arte, de José Ortega y Gasset. A pesar de haber transcurrido tanto tiempo, el problema que planteó el filósofo sigue aquí, y quizás de forma más compleja. Para mucha gente, el nuevo arte, el de vanguardia, resulta incomprensible: lo rechazan porque no lo entienden. En ese libro hay un honesto esfuerzo analítico por aclarar en qué consiste ese nuevo arte y por qué es impopular, un arte de artistas, de minorías que tienen la “capacidad de percibir valores puramente artísticos”.
Dejando a un lado sus gustos, Ortega admite que en esos jóvenes artistas germina “un nuevo sentido del arte, perfectamente claro, coherente y racional”. Al principio del breve ensayo, menciona varias tendencias “sumamente conexas entre sí”. Es un arte que tiende a la deshumanización, a evitar las formas vivas, a buscar la obra de arte en sí misma, a considerar el arte como juego y nada más, a una esencial ironía, a eludir toda falsedad y a ver el arte como algo intrascendente. Ortega es consciente de que hay diversidad de técnicas y de tipos de creadores, pero piensa que esas tendencias o rasgos sirven para comprender la esencia del arte de principios del siglo XX. Y reconoce que, nos guste o no, ya no hay marcha atrás.
En cien años, ese nuevo arte no solo no ha desaparecido, sino que ha recorrido infinitos senderos, llevando al extremo esas tendencias que el filósofo describió con tanta claridad. Ese arte de vanguardia ha ocupado los grandes museos, forma parte de prestigiosas colecciones, se enseña en las universidades y ha alcanzado precios astronómicos en el mercado. Ya no decimos que es un arte impopular, pero sigue generando polémica. Todos conocemos a personas que piensan que el arte abstracto o conceptual no es verdadero arte. Lo consideran una broma de mal gusto o una estafa. Hace muy poco, en una exposición de carácter figurativo, la autoridad académica encargada de inaugurarla llegó decir que ya era hora de hablar claro: eso que llaman arte conceptual no ha aportado hasta ahora nada realmente bueno y no es comparable con el arte de verdad. Por lo tanto, algo de incomprensión todavía permanece en el ambiente cultural.
A través de la metáfora, la ironía, la esquematización, el manejo de la distancia y la perspectiva, el nuevo arte se aleja de la realidad, de todo lo humano y vital, dice Ortega. En ese sentido, es un arte deshumanizado. En el cuadro, el poema, la obra musical o la representación teatral, lo importante no es reflejar las pasiones humanas, una historia o un paisaje. Ya no tiene sentido preguntarse qué significa, qué representa o qué cuenta. El espectador busca la realidad en la obra, pero no aparece. Busca alguna referencia al mundo para poder dar sentido al cuadro o la sinfonía. Y lo único que encuentra son formas, conceptos puros, ironía y juego carente de trascendencia. Esta es la causa de la incomprensión.
El arte que hace crítica social, sea una pintura o una novela, queda también fuera de ese arte puro. Es panfleto, ideología, pero no arte. Cualquier indicio de representación, de figuración o de realismo nos lanza fuera del juego formal. Ese arte puro exige contemplación desinteresada, desvitalizada. Si aceptamos el juego formal del artista, debemos estar dispuestos a habitar una creación sintáctica que no necesita ir más allá. Ortega dice que huir de la realidad no es tan fácil como parece…
El realismo permite que nos “enganchemos” a la obra con emociones, descripciones, historias o crítica social. Numerosos lectores acuden a la librería y quieren una obra que los enganche y atrape. Para que eso ocurra, tiene que darse una identificación. Debe ser posible reconocer algo vital que enlace con nuestros intereses. El nuevo arte vanguardista pide que contemplemos una idea, una estructura, sin ir más allá. Incluso cuando parecen que hablan de la realidad natural o social, los nuevos artistas dicen que no, que eso no es lo importante, que la clave está en las relaciones cromáticas puras, en el juego metaliterario, en la obra en sí como artefacto perceptivo, sintáctico o conceptual. Es este juego el que nos hace humanos, aclaran.
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