Ilustración de MOGA |
Ya casi nadie se acuerda de que muchos filósofos no escribieron nada. El amor al saber no tiene por qué estar asociado a la escritura. Incluso algunos la han visto como algo pernicioso para la filosofía. El fluir del pensamiento no puede quedar atrapado en signos grabados en la materia, estáticos y expuestos a cualquier interpretación. La razón se despliega en el diálogo o en la meditación íntima. La escritura no puede captar ese proceso vivo, llegaron a pensar.
Si hoy preguntamos a cualquiera qué hacen los filósofos, una respuesta muy común será que se dedican a pensar y escribir libros. Y cuando dicen libros se refieren a tratados o ensayos. Sin embargo, como aclara Francisco J. Fernández en El fantasma de la deíxis (Ediciones Algorfa), la filosofía “no tiene de primeras un género adscrito”. Históricamente no lo ha tenido, nos dice. Y la filosofía, además, siempre está cuestionándose su estatus dentro del saber y “la forma en que debe presentarse”.
Francisco J. Fernández realiza un repaso sobre la pluralidad de formas en las que se ha concretado el pensamiento filosófico. Los primeros filósofos, como Parménides, utilizaron los versos, muy adecuados para memorizar y cercanos a la oralidad. Otros utilizaron el diálogo, como Platón. Con Aristóteles aparece el tratado. A todo esto hay que añadir las máximas y aforismos, las cartas, las memorias y la autobiografía intelectual. El mundo académico se ha centrado en el artículo, la monografía y el manual. Y en el mundo editorial, en el campo de la divulgación, triunfa el ensayo, libre de los requisitos formales de los textos académicos. El autor de ensayos quiere escribir bien, con un “estilo literario elegante”, para hacerse entender y llegar al gran público: “los filósofos comienzan a convertirse en escritores”, dice Francisco J. Fernández.
Ahora conviene pararse a pensar sobre esa pluralidad de formas y ver por qué los filósofos optan por unas o por otras. A mi entender, la clave está en qué significa aquí elegir. Quizás no sea cierto que primero pensamos la idea y luego elegimos la forma de exponerla. Se piensa ya con una forma. Pensamos dentro del estilo. Pensamos con el estilo. Otra manera de explicarlo es que cada género filosófico es un modo de usar la razón, un modo de pensar. Con la palabra filosofía resumimos una variedad infinita de procesos mentales, de dimensiones del logos. Y si ampliamos el enfoque, cada género es una actividad comunicativa. Al escribir un aforismo, llevo a cabo un proceso mental muy distinto del que pongo en práctica en la disertación, la carta o el diálogo.
Como ocurre en la literatura, al hablar de géneros en filosofía no nos queda más remedio que decir que hay tantos como pensadores. Surge una discusión bastante frecuente sobre cuál es el tamaño adecuado de un aforismo y qué figuras literarias deben utilizarse. Suele concluir el debate con la comparación de diferentes ejemplos y la sensación de que hay infinidad de estilos a la hora de redactar un aforismo.
De ahí que no sea nada fácil enseñar a escribir una disertación filosófica. La teoría del texto argumentativo la conocemos. El esquema general es claro. Nos dan un problema, una pregunta. Primero se realiza una introducción, luego un desarrollo y por último cerramos con una conclusión. Dentro del desarrollo es posible seguir razonamientos deductivos o inductivos. Cabe realizar reducciones al absurdo, analogías… Y hay que saber enlazar las ideas, con los correspondientes marcadores.
Lo difícil es pensar y encontrar un estilo propio. El camino de la argumentación no se deja domesticar. Imponer una estructura desde fuera, con antelación a la actividad misma de pensar el problema, puede producir una especie de desvitalización. Al pensar a fondo el tema, nos veremos ya en un sendero argumentativo, en la corriente del logos. Sin embargo, la voluntad de pensar a fondo choca con la vida acelerada, la dispersión de la atención y la imposición de necesidades. Cada género requiere una forma de habitar con intensidad el tiempo y los conceptos. Y no sabemos si hay técnica que lo enseñe.
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