jueves, 12 de diciembre de 2024

La disertación y otros géneros filosóficos

Ilustración de MOGA

    Ya casi nadie se acuerda de que muchos filósofos no escribieron nada. El amor al saber no tiene por qué estar asociado a la escritura. Incluso algunos la han visto como algo pernicioso para la filosofía. El fluir del pensamiento no puede quedar atrapado en signos grabados en la materia, estáticos y expuestos a cualquier interpretación. La razón se despliega en el diálogo o en la meditación íntima. La escritura no puede captar ese proceso vivo, llegaron a pensar.

    Si hoy preguntamos a cualquiera qué hacen los filósofos, una respuesta muy común será que se dedican a pensar y escribir libros. Y cuando dicen libros se refieren a tratados o ensayos. Sin embargo, como aclara Francisco J. Fernández en El fantasma de la deíxis (Ediciones Algorfa), la filosofía “no tiene de primeras un género adscrito”. Históricamente no lo ha tenido, nos dice. Y la filosofía, además, siempre está cuestionándose su estatus dentro del saber y “la forma en que debe presentarse”.

    Francisco J. Fernández realiza un repaso sobre la pluralidad de formas en las que se ha concretado el pensamiento filosófico. Los primeros filósofos, como Parménides, utilizaron los versos, muy adecuados para memorizar y cercanos a la oralidad. Otros utilizaron el diálogo, como Platón. Con Aristóteles aparece el tratado. A todo esto hay que añadir las máximas y aforismos, las cartas, las memorias y la autobiografía intelectual. El mundo académico se ha centrado en el artículo, la monografía y el manual. Y en el mundo editorial, en el campo de la divulgación, triunfa el ensayo, libre de los requisitos formales de los textos académicos. El autor de ensayos quiere escribir bien, con un “estilo literario elegante”, para hacerse entender y llegar al gran público: “los filósofos comienzan a convertirse en escritores”, dice Francisco J. Fernández.

    Ahora conviene pararse a pensar sobre esa pluralidad de formas y ver por qué los filósofos optan por unas o por otras. A mi entender, la clave está en qué significa aquí elegir. Quizás no sea cierto que primero pensamos la idea y luego elegimos la forma de exponerla. Se piensa ya con una forma. Pensamos dentro del estilo. Pensamos con el estilo. Otra manera de explicarlo es que cada género filosófico es un modo de usar la razón, un modo de pensar. Con la palabra filosofía resumimos una variedad infinita de procesos mentales, de dimensiones del logos. Y si ampliamos el enfoque, cada género es una actividad comunicativa. Al escribir un aforismo, llevo a cabo un proceso mental muy distinto del que pongo en práctica en la disertación, la carta o el diálogo.

    Como ocurre en la literatura, al hablar de géneros en filosofía no nos queda más remedio que decir que hay tantos como pensadores. Surge una discusión bastante frecuente sobre cuál es el tamaño adecuado de un aforismo y qué figuras literarias deben utilizarse. Suele concluir el debate con la comparación de diferentes ejemplos y la sensación de que hay infinidad de estilos a la hora de redactar un aforismo.

    De ahí que no sea nada fácil enseñar a escribir una disertación filosófica. La teoría del texto argumentativo la conocemos. El esquema general es claro. Nos dan un problema, una pregunta. Primero se realiza una introducción, luego un desarrollo y por último cerramos con una conclusión. Dentro del desarrollo es posible seguir razonamientos deductivos o inductivos. Cabe realizar reducciones al absurdo, analogías… Y hay que saber enlazar las ideas, con los correspondientes marcadores.

     Lo difícil es pensar y encontrar un estilo propio. El camino de la argumentación no se deja domesticar. Imponer una estructura desde fuera, con antelación a la actividad misma de pensar el problema, puede producir una especie de desvitalización. Al pensar a fondo el tema, nos veremos ya en un sendero argumentativo, en la corriente del logos. Sin embargo, la voluntad de pensar a fondo choca con la vida acelerada, la dispersión de la atención y la imposición de necesidades. Cada género requiere una forma de habitar con intensidad el tiempo y los conceptos. Y no sabemos si hay técnica que lo enseñe.

martes, 12 de noviembre de 2024

Un pozo sin fondo

Dibujo de Domingo Martínez González

    No es lo mismo privacidad que intimidad, explica Ferran Sáez Mateu en su último libro. Lo privado se define de forma negativa. Es el terreno que protegemos con una valla para que no sea invadido por agentes externos. Solo los jueces tienen el poder de abrir ese cercado, por causas legales que están rigurosamente tipificadas en los códigos jurídicos.

    Si para demarcar lo privado hay que desplazarse de forma horizontal, para comprender qué es la intimidad se requiere la profundidad. Ahora recurrimos al pozo, en lugar de a la valla. La intimidad es el espacio donde se forja la autoconciencia, la libertad y la autonomía. Lo privado se protege, se defiende. Lo íntimo se excava, se descubre, construye y cultiva. En el libro titulado La intimidad perdida, publicado por la editorial Herder, el filósofo Ferran Sáez analiza estos conceptos.

    Para desentrañar la naturaleza de la intimidad no queda más remedio que visitar la torre de Montaigne. Ahí contemplamos el nacimiento del sujeto moderno, a través de un género literario nuevo, el ensayo. Pero también hay que acercarse a las meditaciones de Descartes. Son dos momentos cruciales de la historia del pensamiento europeo. Montaigne se pinta a sí mismo en la escritura de sus ensayos. Se retira en la torre: quiere buscarse a sí mismo. Descartes se deshace de todas las opiniones para empezar de cero, desde los cimientos del conocimiento y del yo. Al menos una vez en la vida conviene realizar esa labor de reconstrucción, dice Ferran.

    La privacidad y la intimidad se enfrentan hoy a terribles amenazas. Los dispositivos nos asedian. Bueno, ya les hemos abierto la valla… Los apéndices digitales ofrecen servicios gratuitos deslumbrantes. Desde leer la prensa hasta realizar una apuesta o pedir una cita con hacienda. A cambio, hemos cedido todo, datos y tiempo. Han entrado en la esfera privada y la han colonizado. Pero no han robado nada, no han delinquido. Todo es un regalo. Hemos sido hospitalarios y generosos. En estas condiciones, encontrar un ámbito donde desarrollar la intimidad resulta casi imposible.

    El libro de Ferran Sáez invita a seguir pensando, a intentar frenar este proceso de erosión de la subjetividad. Ya no cabe volver a la torre de Montaigne, pero quizá siga siendo posible encontrar espacios adecuados para ampliar lo íntimo. Es un reto que debe plantearse todo educador en las próximas décadas. Datos hay de sobra. Lo que falta es la autoconciencia. Sin ella, toda información carece de sentido. La información nos abruma con capas superficiales, expuestas a la erosión del instante. El verdadero saber arraiga en lo hondo de cada uno, donde la prisa y la intemperie no llegan.

    No se trata de acabar con todos los dispositivos, claro que no. Además de imposible, es una insensatez. A lo mejor conviene descubrir otras formas de vivir el tiempo, tanto en la distribución como en intensidad. Educar para crear intimidad, para ampliarla y enriquecerla. Lo que se necesita es una revisión axiológica, es decir, una reordenación de los valores. El mundo acelerado de los dispositivos, con sus modificaciones novedosas y diarias de nuestra existencia, exige reajustar el mapa de los valores.

    Recuperar la intimidad significa vivir de otra forma. Hay actividades que han sido colonizadas, arrasadas, por el flujo incesante de estímulos que proviene de las pantallas. Los educadores deberán enseñar a leer en silencio, a escribir un diario, a contemplar un cuadro, a dibujar sin prisas, a dialogar y escuchar, a ver el mar y el campo, a caminar solos, a mirar la oscuridad, a pensar sobre uno mismo… 
    
     Esas experiencias intensas del tiempo traerán necesariamente una revisión de la jerarquía de valores. Si el espacio íntimo se enriquece, la tiranía de los dispositivos se reduce. La ganancia cualitativa es de tal calibre que nadie en su sano juicio querrá volver a la esclavitud. No hace falta una torre como la de Montaigne para retirarnos en soledad. Cultivar la intimidad no implica que nos aislemos de los demás ni que abandonemos todas las tecnologías de la comunicación. Crear intimidad tampoco nos obliga a pensar en algo trascendente, más allá de este mundo. Aunque algunos filósofos establezcan esta conexión, es posible desarrollar el espíritu, lo íntimo, desde lo inmanente, desde nuestra existencia material y terrestre.

martes, 8 de octubre de 2024

Pensar los nacionalismos

Foto de Domingo Martínez González

       Uno de los conceptos más escurridizos en filosofía política es el de nacionalismo. Se tiende a ser muy visceral en las discusiones políticas, ya sea en el parlamento, los medios de comunicación o en la terraza de un bar. La idea de nación sigue impregnando la vida social. Para bien o para mal, está presente en el debate ideológico y en las instituciones democráticas. Desde el punto de vista educativo, es un tema que puede ser abordado en las materias de Historia y de Filosofía.

    Acaba de publicarse el libro Tierra de Babel. Más allá del nacionalismo, en Editorial Trotta. El autor es Reyes Mate, Profesor de Investigación ad honorem del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, en el Instituto de Filosofía. El filósofo solo necesita 200 páginas, organizadas en seis Iluminaciones, para abordar lo esencial del fenómeno del nacionalismo y aportar algunas ideas para superarlo. Utiliza dos enfoques, el genealógico, que va de atrás hacia adelante, y el teleológico, que va de adelante hacia atrás.

    Las Iluminaciones son fogonazos reflexivos breves, intensos y sugerentes. El estilo en que está escrito este libro favorece la lectura y el pensamiento. No hay notas a pie de página, sino una bibliografía comentada muy útil. Es la obra ideal para un club de lectura o un grupo de debate, ya que trata temas que enlazan con la actualidad política. El que desee profundizar lo tiene fácil, porque Reyes Mate va mencionando a los principales teóricos del nacionalismo. Las dos primeras Iluminaciones hablan sobre los equívocos originarios, el que nos viene de Aristóteles y el que procede de Hispania. Las tres siguientes analizan el nacionalismo en Alemania, España y Francia. Y la sexta aporta una alternativa: la diáspora como modelo político.

    El relato bíblico de la Torre de Babel ha sido interpretado como un castigo al ser humano por querer ser como Dios. De la mano de George Steiner, cabe realizar otra lectura. Yahvé no tolera que el ser humano se encierre en la ciudad y hable una sola lengua. Con su aparente castigo, nos lanzó a ocupar la tierra y hablar diferentes lenguas. Según Reyes Mate, nacen dos modelos civilizatorios: el de la pertenencia a la polis y el de la diáspora. El modelo de la pertenencia se ha agotado. El autor cree que la diáspora puede inspirar el modelo alternativo que necesita la humanidad.

    A lo largo de la historia, la mayoría de los seres humanos han optado por el Estado, la nación y la patria. Desde Aristóteles arrastramos uno de los mayores errores de la filosofía política. Consiste en pensar que solo podemos realizarnos como seres humanos si pertenecemos a un Estado. Sin la ciudad, sin la polis, solo podemos ser o bestias o dioses. Lo que en un principio podía parecer un acierto ético ahora resulta que, con el tiempo, ha desembocado en el nacionalismo. Esta filosofía de la pertenencia es tan fuerte que ni los racionalistas ilustrados consiguieron librarse de ella.

    Expone cómo se construyó la idea de España. Las identidades nacionales surgen a través de la exclusión del otro, en este caso del musulmán, del judío… Es una lógica que se ha repetido a lo largo de la historia. También explora cómo la ideología tradicionalista y el carlismo sentaron las bases teóricas de los nacionalistas, centralistas e independentistas. Llama la atención que junto con la exclusión del otro, para construir identidades nacionales se lleve a cabo un proceso colectivo de olvido.

    En Alemania y Francia se dieron dos tipos diferentes de nacionalismo. El alemán se centra en la raza, la cultura y el territorio. Esta es la lógica de la pertenencia y la exclusión en estado puro. El modelo francés se basa en la voluntad de los ciudadanos, en el derecho de autodeterminación. Según Reyes Mate, este tipo de nacionalismo cae en contradicciones: en cualquier momento una parte de la nación tendría derecho a formar otra nueva. De ahí que, en la práctica, los franceses también apelen a la sangre y el territorio. 

     Todos los nacionalismos han fracasado, tarde o temprano todos confluyen en Auschwitz. Reyes Mate propone el modelo de la diáspora. Siempre han existido personas que han optado por el viaje, el camino, la mezcla, la diversidad de identidades… Propone una política en la que para ser personas no necesitemos al Estado, la nación y la patria: el exilio como forma de vida.


  

martes, 24 de septiembre de 2024

Huellas de casas


Foto de J.C. González

     Todas las casas dejan alguna huella. La destrucción nunca puede ser total. Dejan escombros, los que retira el camión y los que arrastra el que allí habitó. Las casas se apoyan unas en otras, por hermanamiento o cansancio. Evitan así la ruina prematura, aunque su resistencia no sea nada más que una ilusión. Esa vida solidaria de las casas genera grabados y collages. Son obras de arte accidentales, restos arqueológicos que exigen una imposible hermenéutica. El papel de la pared y la geometría de una escalera son suficientes para hacer estallar todos los mecanismos de la imaginación del paseante. Infinitos mundos surgen ante su mirada. Por unos instantes abandona las prisas de sus quehaceres y se pregunta por las existencias, con sus alegrías y sufrimientos, de los seres que rozaron esos grabados. Sabe el paseante que hay otra mirada, la que nace de la melancolía. Sabe que habrá otro paseante que no podrá imaginar nada. Los restos de la pared serán su vida, perdida para siempre.

lunes, 16 de septiembre de 2024

Humedad

Foto de J. C. González

    Hay lugares oscuros y húmedos. Ahí residen las almas, racimos de ideas y pasiones. No hay dos racimos iguales, porque son muchas la circunstancias que brotan alrededor. Las lluvias y el sol, el levante y el poniente, imaginan los moldes de todo lo que existe. En los lugares húmedos se fragua lo que pudimos ser. Son zonas de silencio y memoria. Es la bodega del ser. Ahí residen las almas y los olvidos. Son viejos los toneles. Son negras las botas. Las almas son tiempo perdido. Aunque es cierto que hubo momentos, al calor de las palabras, en los que ciertas estructuras, enlaces de ideas, rozaron la eternidad o, al menos, una ingenua ilusión de estar siempre ahí.

viernes, 6 de septiembre de 2024

La máquina y lo bello

Atardecer en la montaña palentina. Foto: J.C. González García.

     Ya sé por qué nos asusta tanto que la inteligencia artificial logre ser consciente. El día que eso ocurra, las máquinas contemplarán los restos de belleza que aún queden en el planeta. Verán robles y encinas, arroyos con ranas, incluso chopos y serbales. Serán capaces de oír la melodía metálica de los grillos al atardecer. Serán capaces de oler la tierra húmeda y la hierba recién cortada. Al observar las nubes, con su dinámica caprichosa, descubrirán el temblor de lo sublime. Se darán cuenta de que cada tarde tuvimos la belleza al alcance de la mano. Y nos odiarán, con todos sus circuitos. Y no tendrán piedad ni compasión con el ser humano, por haber aniquilado todo lo bello del cosmos, por haber exprimido cada rincón del bosque, por haber consumido hasta las sombras y la luz. Antes de destruirnos quizás haya un gran juicio, donde nos pidan explicaciones. Imaginen la escena. Permaneceremos callados sin saber qué decir, como si fuésemos viejas máquinas de vapor. Resoplaremos, aturdidos por las preguntas. Entonces haremos memoria. Intentaremos recordar cuándo perdimos la conciencia, cuándo dejamos de mirar, cuándo nos convertimos en un dispositivo de consumo infinito. Escucharemos el veredicto y miraremos para otro lado, como siempre.

viernes, 28 de junio de 2024

Situación crítica

 

Rejas internas. Foto: J. C. González García.

    El pensamiento crítico siempre es incómodo. Se anima a los ciudadanos a ser libres y pensar por sí mismos. Es uno de los objetivos del sistema educativo en las sociedades democráticas. Lo que no se suele decir es que el pensamiento crítico solo se puede llevar a cabo a través de un verdadero diálogo. Es fácil argumentar y decir lo que pensamos. Otro asunto es escuchar al otro, pensar sus argumentos y aceptarlos si es necesario. Cuando el otro dice lo que nos gusta, lo celebramos, lo compartimos y alabamos su sentido crítico. Cuando lo que dice no nos conviene, perdemos rápidamente la paciencia y el hilo de la conversación. 

    En el ámbito cultural, la libertad de expresión y la crítica son ingredientes necesarios, imprescindibles. Los creadores tienen que poder trabajar con absoluta libertad. Pero también tienen que aceptar, aunque no estén de acuerdo, las críticas que realicen los periodistas culturales. Lo ideal es que se establezca un diálogo sincero. El creador puede replicar públicamente con otros argumentos. Lo que no puede ocurrir es que se use la violencia, verbal o física, para atacar al que piensa diferente y dice lo que no nos gusta.

    Es muy bueno que haya puntos de vista opuestos sobre las creaciones culturales. En ese terreno, nos movemos siempre por una zona fronteriza, entre lo subjetivo y lo objetivo. Saber si se cumplen las normas técnicas del oficio quizás sea algo objetivo. Valorar cómo se cumplen ya depende de criterios más subjetivos. Ahí aparece el concepto de estilo. Imaginen una novela que cumple todas las normas gramaticales y sintácticas, una novela en la que hay figuras literarias bien aplicadas, pero que carece de valor artístico. El crítico nos lo advierte: no es una gran novela. Ahora tiene que justificarlo: los personajes y la trama muestran incoherencias...

    Una de las funciones de los medios de comunicación es dar a conocer las obras de los escritores y artistas. Y otra es realizar valoraciones críticas que enriquezcan la recepción, comprensión y contextualización de esas manifestaciones culturales. Las dos funciones son igual de importantes. No basta con contar que ha aparecido una nueva novela. Necesitamos que alguien abra un diálogo sobre la calidad de la obra. Sin esa labor crítica autónoma, el valor cultural puede ser sustituido por otros valores, ya sean económicos, políticos o religiosos. 

    El mercado construye productos artísticos y genera mecanismos de promoción muy poderosos. La gran novela del año... Nadie en su sano juicio se atreverá a no leerla, y mucho menos a decir que carece de interés... Las olas del mercado arrasan con todo. El verdadero crítico va en muchas ocasiones a contracorriente. El arte puede verse afectado también por factores políticos, estratégicos e ideológicos. Los que tienen el poder pretenden tener siempre la razón. Lo que nosotros programamos es lo mejor del mundo... El crítico cultural tiene que analizar la obra en sí, venga del lado que venga. 

https://www.lavozdelsur.es/opinion/situacion-critica_318887_102.html

jueves, 13 de junio de 2024

Cuaderno de vacaciones

    
Ilustración de Domingo Martínez González

    Hubo un tiempo en el que si no hacías un libro de vacaciones corrías el riesgo de olvidar todo lo aprendido durante el año y caer en la ignorancia más absoluta. En las familias serias y responsables había un libro de vacaciones para cada hijo. Las otras, las despreocupadas, caminaban, quizás sin saberlo, por el filo de la navaja. Exponían a su prole a peligros cognitivos innecesarios y terribles. Es lo que aparecía de forma implícita en los anuncios de las editoriales en televisión. Nada tenían que ver con el sistema educativo o las tareas de refuerzo que los profesionales pueden recomendar. Eran libros muy divertidos… Se puso de moda tenernos entretenidos a la hora de la siesta con problemas de matemáticas, normas de ortografía y mapas físicos o políticos. Y nosotros, los niños, huíamos como podíamos de aquella condena o hacíamos lo mínimo, lo acordado tras duras negociaciones.

    Ahora hay cuadernos para adultos, muy bien editados, con formatos muy coloridos, muchas imágenes y actividades heterogéneas y breves. El objetivo de la mayoría es entretener, como si fuesen libros de pasatiempos. Pero algunos tipos también se proponen metas terapéuticas: evitar el deterioro cognitivo o el estrés. Y cómo no, son cuadernos que nos obligan a dejar las pantallas un rato. Volvemos al lápiz y al papel, a pensar y crear… No obstante, sea para niños o para adultos, lo importante es saber por qué dedicar tiempo a esos cuadernos. Hay que saber si realmente hay una necesidad o si se han convertido en otra forma de huir. De niños queríamos ir a la calle y explorar. Detestábamos los planes: bastaba estar con los otros y experimentar, jugar.

    La esencia del ser humano es el tiempo. Los filósofos existencialistas explican que siempre estamos proyectados hacia el futuro. Somos lo que vamos a ser. Siempre haciendo planes. Con el ser humano aparece la nada. Los objetos materiales y los animales son seres en sí. Ya son todo lo que pueden llegar a ser. El ser humano, al contrario, nunca termina de ser lo que desea ser. De ahí que surja un vacío, la nada. De ahí que surja la angustia existencial. Siempre hay que elegir lo que vamos a hacer. Estamos condenados a ser libres.

    Además de ser en esencia tiempo, también somos seres situados. Vivimos en un momento concreto, en un espacio social determinado. Para llevar una existencia auténtica debemos ser nosotros los que tomemos las decisiones. Ser auténticos significa ser autónomos y elegir el proyecto vital. Elegir libremente el proyecto implica ser dueños de nuestro tiempo. El problema surge cuando se vive en una sociedad que administra todas las dimensiones de la existencia. Las normas y dispositivos regulan los horarios, en el trabajo y en el ocio. Hasta que llega un momento en el que no sabemos qué hacer con nuestro tiempo si nos dejan solos. Surge el miedo a ser libres, el miedo a vivir de forma auténtica. Entonces, recurrimos a dispositivos externos para que nos digan cómo aprovechar nuestro tiempo.

    En la sociedad industrial, el tiempo va unido a la producción. Si no generas algo, si no produces, estás perdiendo el tiempo. El aburrimiento y la vida contemplativa son dos anomalías que hay que evitar. En los tiempos vacíos nos asedia la mala conciencia. Por eso el tiempo de ocio se ha convertido en el gran negocio. El tiempo de ocio es regulado y administrado. Los viajes son organizados, cada minuto, cada paso. Los viajes están más programados que el propio trabajo. 
    
    El aburrimiento es muy sano. Se trata de no hacer nada, de contemplar el mundo y nuestros pensamientos. No hacer nada es una experiencia estética pura. Pero hay que tener cuidado. Ni siquiera hace falta ser creativos. Tampoco es una forma de recargar energía. Sabemos que se manejan metáforas muy peligrosas… Dicen que debemos recargar las pilas, como si fuésemos dispositivos o máquinas. Nos aconsejan que desconectemos, como si fuésemos electrodomésticos. Los cuadernos de vacaciones pueden convertirse en mecanismos de control del tiempo. Pueden crear nuevas rutinas, ataduras y mecanismos de domesticación. Para aprender a llevar una vida auténtica necesitamos ser dueños de nuestro tiempo: vida contemplativa y aburrimiento.

martes, 14 de mayo de 2024

Soledades y entornos construidos

    
Ilustración de Fille Frisée

    Cuando nos cuentan que una persona ha decidido vivir alejada de la sociedad y se ha retirado a una cabaña, por un lado sentimos envidia y por otro cierta angustia. Ante la soledad no elegida no ocurre lo mismo. Sabemos que genera sufrimiento y que hay que buscar remedio. Para abordar estos temas, es necesario un enfoque interdisciplinar. Acaba de llegar a las librerías una obra colectiva: Arquitectura de la soledad, publicada por Ediciones Asimétricas. Desde el concepto filosófico de soledad hasta sus relaciones con la arquitectura o las redes sociales, el libro ofrece un excelente mapa para pensar todas las dimensiones de un fenómeno muy complejo: estar solos. El libro tiene su origen en un seminario sobre “soledad y entorno construido” llevado a cabo en 2019 en la universidad de Tampere, Finlandia.

    Hay una soledad existencial. Ser conscientes de que existimos conlleva darnos cuenta de esa soledad radical. Somos seres pensantes, autoconscientes. De ahí nacen las contradicciones ineludibles del ser humano. Como sujetos libres, queremos distanciarnos del mundo. Necesitamos esa autonomía. Pero, por otro lado, huimos de la soledad, buscamos a los otros. La empatía sería el puente natural para mitigar la angustia de sentirnos solos. La historia de la humanidad puede ser narrada a través de esa tensión dialéctica. De ahí que haya que hablar de soledad deseada y no deseada.

    Vivimos en entornos construidos. La arquitectura y el urbanismo se encargan de diseñar casas y ciudades. No somos conscientes del papel mediador que tienen esas construcciones artificiales. En el libro se hace hincapié en la relación que tienen esos entornos construidos con la soledad deseada y no deseada. Las formas de habitar surgidas a raíz de la industrialización se nos presentan como naturales, como si fuesen la forma más natural y racional de ocupar el espacio. Los entornos construidos pueden facilitar ciertas relaciones sociales y dificultar otras. Si pensamos en la distribución espacial en el hogar moderno, veremos qué significado se da a cada actividad. Los enfoques funcionales, por ejemplo, reducen el acto de cocinar a un mero trámite productivo y consumista. Otorgan el espacio necesario para usar electrodomésticos.

    Para estudiar la forma de habitar el espacio vital no basta con adoptar un enfoque cuantitativo. El excesivo racionalismo funcionalista olvida que habitar no solo consiste en ocupar espacio, no es solo una cuestión de topología. Tampoco es suficiente un enfoque esteticista de la arquitectura. Este punto de vista se obsesiona con las formas bellas, con lo visual. A lo largo del libro va quedando claro que es necesario un enfoque cualitativo que integre todas las dimensiones humanas. Habitar consiste en crear lazos significativos con el entorno y las personas. Ahí intervienen todos los sentidos. Nos olvidamos del tacto y el olfato. Habitar no es solo algo individual. No nos sirve el enfoque atomista. Habitar es crear nexos colectivos.

    Es evidente que la soledad no deseada constituye una patología social que hay que erradicar. Son muchos los factores que pueden provocarla. Se requiere, en primer lugar, una buena metodología para observar y analizar esas causas. Y no dejarse llevar por prejuicios… Los datos muestran que los países más individualistas no son los que necesariamente tienen más casos de soledad no deseada. Los que poseen mayores índices de soledad son los países con culturas más colectivistas. Hay que analizar todas las dimensiones: los niveles de pobreza, las exclusiones por edad, las discriminaciones étnicas, el mundo laboral, los hábitos de ocio y consumo. Incluso es necesario un vocabulario más riguroso para pensar en todos estos síntomas y causas. 

     Hay varias páginas dedicadas a la soledad deseada. A todos nos gusta estar solos y tener un espacio propio, al menos durante unos minutos. La soledad deseada presenta varios beneficios a las personas. El primero es la libertad. Vivir con los demás exige aceptar ataduras y obligaciones. La soledad deseada anhela una autonomía plena. Da la sensación de que siempre estamos haciendo lo que quieren los demás… La soledad favorece la reflexión, el sosiego y la creatividad. Te permite mantener distancia con el mundo. Sin embargo, el entorno construido no facilita espacios para el quiere estar solo. Vivimos en espacios vigilados, sociedades pensadas para producir y consumir, con espacios para las masas, para los rebaños que siguen las tendencias del momento. Y la habitación propia se ha convertido en una pantalla conectada con el universo, con el mercado.

martes, 9 de abril de 2024

Los senderos de la fotografía

Ilustración de Fille Frisée
    
    A los seres humanos nos encanta dejar huellas. Queremos dejar constancia de nuestro paso por el mundo, que nos recuerden, que sepan lo que fuimos y lo que vimos. Por eso rayamos paredes, marcamos piedras, hacemos dibujos y pinturas, nos tatuamos, y realizamos fotografías. Representamos y copiamos todo lo que nos rodea. Los retratos y paisajes permiten captar lo efímero. Es algo que nos define como humanos, porque detrás de todos estos rastros hay consciencia, intencionalidad y significado. El anhelo de reproducir la realidad viene de lejos. La pasión por conservar un instante de lo real, imitando al espejo, nace con los primeros dibujos. De ahí que, cuando se inventó la fotografía, se abriera un universo infinito de posibilidades creativas en todos los campos de la acción humana.

    Al principio se intentó reflejar el mundo, copiarlo mejor que las pinturas. La fotografía ofrecía una imagen realista, objetiva. Esa fidelidad a lo real tenía muchas utilidades prácticas. Desde entonces, el mundo de la fotografía ha sufrido grandes transformaciones. Las máquinas han ido mejorando y ofreciendo prestaciones impensables en los inicios. Luego, el paso del mundo analógico al digital ha supuesto una desmaterialización de los procesos. Además, los usos de la fotografía se han ido alejando de la mera copia del mundo. Pronto comenzaron las fotografías con interés estético, ya fuese realista o abstracto. Hoy las posibilidades artísticas en torno a la fotografía y las imágenes son infinitas. Esa riqueza expresiva de la fotografía se muestra con especial intensidad en el arte conceptual.

    El creador, docente y crítico Joan Fontcuberta acaba de publicar en la editorial Galaxia Gutenberg un conjunto de ensayos titulado Desbordar el espejo. Como dice el subtítulo, habla de la fotografía en todas sus dimensiones, desde la alquimia al algoritmo. Ya ha escrito una docena de libros sobre fotografía y ha creado obras expuestas en museos de todo el mundo. Esa sabiduría sobre la fotografía queda perfectamente reflejada a lo largo de trescientas páginas. Va describiendo diferentes proyectos, artísticos, reivindicativos, militares… No solo hay cuestiones técnicas, sino también filosóficas.

    Comienza hablando del origen de la fotografía, de los primeros pasos para captar la luz y fijarla. Esa mirada a los orígenes le lleva a explicar cómo algunos creadores han vuelto al fotograma, a la fotografía sin cámara. El objeto queda plasmado en una superficie. Pueden ser plantas, algas, cuerpos o cualquier tipo de proceso, incluso la radiactividad que desprenden seres contaminados. Esa huella puede tener un interés formal, estético, y reivindicativo, para mostrar lo que hacemos con el planeta, por ejemplo. Esas impresiones pueden ser permanentes o efímeras. En algunos casos, contemplarlas implica exponerlas a la degradación.

    Los ensayos que componen este libro son muy variados. A lo largo de la obra vemos cómo la fotografía puede conectarse con la reconstrucción de la memoria, con la identidad personal, con el concepto de escándalo, con la vigilancia y los drones, con las maquetas a escala, con las redes sociales, con la imagen de Dios, con la iconofagia… Desde que surgió, hemos utilizado la fotografía con fines prácticos. Sirve para retratar, fichar, cartografiar o ilustrar. Los proyectos artísticos que describe Fontcuberta llevan al límite esas funciones a través de alguna acción o transformación que nos obligue a cuestionarnos el papel de las imágenes. 

     Algunos ejemplos van a sorprender al lector. Hemos mencionado la iconofagia. Significa “comer imágenes”. Joan Fontcuberta ha realizado un trabajo artístico en colaboración con los caracoles, que devoran fotografías… Otro proyecto llamativo, de Alicia Lamarca, es el de fotografiar manchas en las camas de clubs de alterne, los restos que dejan los cuerpos tras la actividad sexual. Es una especie de memoria del cuerpo. O el trabajo del artista colombiano Óscar Muñoz, que imprime retratos sobre pequeños espejos con una sustancia oleaginosa transparente. Si el espectador los observa, solo ve su reflejo, pero al echar su aliento aparece el retrato impreso. Se trata de captar lo infraleve, aquello que existe en el límite entre la ausencia y la presencia.

viernes, 15 de marzo de 2024

Las palabras de las ciencias

    
Ilustración de Domingo Martínez González

    Para progresar en cualquier campo del saber es necesario conocer a fondo el vocabulario que se utiliza. Si seguimos con la metáfora, nadie duda de que esas palabras técnicas sean las puertas que dan acceso al saber. Y si ampliamos la analogía, cabe decir que poseen la virtud de abrir nuestras mentes. Nos ayudan a desplazarnos por territorios nuevos y comprender la información precisa para cada momento del trayecto. No dominar la terminología implica toparse con un muro infranqueable.

    Los científicos y técnicos se ven obligados a crear palabras nuevas cada vez que avanzan en sus investigaciones. Para explicar los objetos y procesos que descubren, generan nuevos conceptos. La construcción de una palabra puede ser tan simple como poner el nombre del investigador que descubrió la ley o el objeto en cuestión. También se utiliza el parecido que pueda tener el nuevo fenómeno con otro ya conocido. Cuando se quiere reflejar en el término la estructura o la esencia de lo que tenemos delante, se usa una raíz griega o latina. Así, para las ramas de conexiones que llegan a la neurona tenemos la palabra dendrita, que viene del griego y significa árbol. Tampoco viene mal acudir a la mitología… Al conocer la nueva palabra (su origen, historia y composición), la desmitificamos. Le quitamos el aura de extrañeza y lejanía que tanto intimida al aprendiz.

    Los investigadores crean nuevas palabras guiados por valores como la objetividad y la precisión. Se trata de valores epistémicos, referidos al conocimiento. Al nombrar, clasificamos y estructuramos la realidad. Pero nombrar tiene consecuencias pragmáticas. Pensamos con las palabras. Con los términos, incluimos conceptos, cuya función esencial es ordenar la realidad. La praxis, ya sea en el laboratorio o en la vida cotidiana, tiene que apoyarse en esos mapas. Las palabras determinan cómo pensar el mundo y cómo actuar en él.

    En las librerías hay varios tipos de publicaciones dedicadas a los términos especializados. Desde diccionarios sobre disciplinas generales hasta glosarios temáticos de un campo muy concreto. Hay diccionarios de arte y hay obras centradas en un periodo o estilo... Uno puede comprar un libro de términos científicos o un libro de la terminología utilizada en Física.

    Antes de elegir, es muy importante conocer el modo de tratar los conceptos que tiene cada obra. Unas veces, solo necesitamos una explicación de la palabra para seguir leyendo. En otras ocasiones, queremos profundizar y buscamos una explicación más extensa. Así que tenemos glosarios, diccionarios, enciclopedias y textos de palabras clave. Es muy probable que también nos haga falta saber cuándo se comenzó a usar el término y en qué contexto. Entonces, conviene que manejemos una obra que incluya un enfoque histórico. Casi todos los diccionarios ofrecen unas pinceladas etimológicas e históricas.

    Como ejemplo, un libro reciente. Antonio Martínez Ron ha publicado en la editorial Crítica un Diccionario del asombro. El subtítulo dice que es una historia de la ciencia a través de las palabras. Se nota su experiencia como divulgador científico en diferentes medios de comunicación. Todos los amantes de la ciencia conocen la plataforma Naukas o el programa Órbita Laika (TVE). El libro es una delicia. Puedes abrirlo por cualquier página, por cualquier entrada. El lector se va a encontrar con explicaciones claras sobre el origen de un término. Nos cuenta el contexto científico y social en el que surgió la palabra. Además, cada concepto está situado en una línea temporal. Eso nos permite ver qué palabras nacieron por esa época y la red que forman. Y los apéndices son igual de útiles. Uno de ellos está dedicado a términos creados por científicos que hablan español. 

     Desde átomo hasta zoonosis, pasando por huracán, neurona o robot, esta obra nos introduce en la historia de todas las ciencias. Así que puede servir para acercar al alumnado a un determinado campo de investigación. Es muy útil también para el plan de lectura que deben implementar los centros educativos. Y para desarrollar una situación de aprendizaje: ir elaborando en el aula un vocabulario científico asociado a las teorías y prácticas experimentales. Lo importante es ser conscientes del origen de los términos, de las circunstancias históricas y culturales en las que nacieron. Las palabras no han existido siempre: son un producto social, como todo lo humano.

viernes, 16 de febrero de 2024

Autonomía, creatividad y pensamiento

    
 ILUSTRACIÓN DE LUIS MIGUEL ‘MOGA’

    Crear y pensar sin estar atado a nada, sin sufrir presiones, nunca ha sido una tarea sencilla. Los artistas y los escritores necesitan ganarse la vida. Por eso es inevitable trabajar para otros y recibir encargos. Pero no siempre se logra mantener el equilibrio entre la autonomía creativa y los intereses del que te paga. Hemos visto hace poco en la prensa dos casos en los que han saltado las chispas: un cartel de Semana santa muy criticado y un columnista de periódico despedido.

    Las ataduras de las que hablamos pueden ser materiales, formales e ideológicas. El artista se ve constreñido por las necesidades materiales. Trabaja en un momento histórico concreto, con unas tendencias artísticas dominantes. Y tiene que vender su obra a alguien, a personas o instituciones que manejan ciertas ideas políticas o religiosas. Del mismo modo, el escritor de una columna trabaja para una empresa de comunicación que, además de pagarle por sus artículos, mantiene una línea de pensamiento.

    La autonomía absoluta del arte y la escritura es un ideal regulativo, un horizonte siempre a la vista pero inalcanzable. Pintar y escribir forman parte del tejido de la praxis humana. Realizar una obra de arte es una actividad que se inserta en una compleja red. Pretender desvincular las artes del resto de la sociedad situándolas en una esfera propia sin condicionamientos externos significa deshumanizarlas. Es una contradicción, algo inviable.

    El diseñador del cartel dispone de libertad creativa para elaborar su obra, pero dentro de un marco de expectativas e intereses. El escritor de columnas de opinión puede decir lo que quiera, pero sabe en qué contexto editorial y político se mueve. La creación se desarrolla en esa dialéctica de fuerzas. Lo realmente complicado es saber hasta dónde llega ese marco y cómo es de flexible. La autenticidad del intelectual se construye en esa tensión. Sin el riesgo que supone forzar el marco, no hay autenticidad ni autonomía.

    Cuando hablamos de autonomía de la creación artística y literaria estamos pensando en una autonomía relativa, no absoluta. Al aceptar el encargo, el diseñador asume ciertas obligaciones. Aunque parezca muy evidente, en primer lugar sabe que debe trabajar en un formato concreto. Un cartel no es un cuadro o una fotografía. Es una imagen con una función estética y otra comunicativa o informativa. Si el mensaje de cartel es confuso o no existe como tal, por muy buena que sea la pintura no será un buen cartel. También sabe el artista que el cartel habla de algo. Hay un contenido, ya sea religioso, deportivo o comercial, que tiene que sintonizar (al menos no entrar en contradicción) con la ideología y los intereses del que te ha contratado.

    Después de todas estas constricciones, el artista puede y debe desarrollar una obra con estilo propio, auténtica, que aporte algo nuevo y genere placer estético. Entramos en la parte innegociable. Es el momento en el que el creador pone su toque único. Es el momento de arriesgar y atreverse a caminar por el filo de la navaja. El artista sabe que se ha asomado al otro lado del marco. Y le han llamado provocador. Pero no le quedaba otra alternativa. Doblegarse ante el tópico (la costumbre o la moda) es más cómodo, sin embargo anula la autenticidad, lo verdaderamente creativo.

    El escritor de columnas de opinión también recibe un encargo. Le pagan para que hable de la actualidad y diga lo que quiera. La libertad de expresión ahí es innegociable. Pero hay un marco. Están las normas de estilo del periódico. Parecen normas de sentido común porque es el marco de la libertad de expresión en las sociedades democráticas. A partir de ahí, el escritor puede y debe mostrar un pensamiento original y auténtico. Y a veces tiene que forzar el marco, asomarse al otro lado. Entonces, es considerado un provocador. 

    Sin esta tensión dialéctica no hay verdadera creación. Los artistas y los escritores deben saber desenvolverse en ese juego de fuerzas. Para ahondar en estos temas, recomiendo el libro Autonomía y valor del arte. (Editorial Comares, 2017). Y en especial el capítulo escrito por Albert Moya Ruiz titulado “Autonomía y resistencia en el arte contemporáneo”.

martes, 9 de enero de 2024

Seres de ausencia

    
Ilustración de Domingo Martínez González 

    La conciencia de nuestras capacidades técnicas nos ha acompañado desde los orígenes del ser humano. Y también la mala conciencia, porque eso de igualarnos a los dioses nunca ha estado bien visto. Dominar las fuerzas de la naturaleza, transformar el entorno, crear objetos nuevos… En algún momento, ese horizonte empezó a asustarnos. La ambivalencia de la técnica seguro que apareció muy pronto: permitía cazar, cultivar y construir, pero a la vez era capaz de alterar, borrar y destruir. Esa capacidad técnica no solo provocó vértigo. La luz de lo nuevo también ensombrece, así que nos volvimos melancólicos.

    Pertenecer a la especie humana significa hacer frente a lo que falta y a lo que se pierde. Con los recientes avances tecnológicos esa sensación se ha intensificado. Si desviar el curso de un río generaba la nostalgia del paisaje perdido, ahora, en la era de los dispositivos digitales, añoramos las interacciones cara a cara. De esa nostalgia brotan las narraciones alrededor del fuego. De esa melancolía nace la ficción: historias que hablan de viejos héroes que habitaron las llanuras y crearon los senderos transitables. Al escuchar los cuentos, volvemos a mirar el bosque por primera vez, aunque sabemos que no hay camino de retorno.

    Nadie puede negarlo: la tecnología satisface necesidades básicas y ahorra trabajo. De ahí que los tecnófobos radicales sean una excepción. Estar en contra de toda la tecnología implica abandonar la humanidad. Otro asunto es qué tipo de humanidad queremos diseñar. Por otro lado, los tecnófilos radicales consideran que todo artefacto es bueno, de forma directa o indirecta, ya que a largo plazo todo sistema técnico genera alguna clase de bienestar.

    Los tecnófobos odian los avances técnicos porque nos alejan de la esencia del ser humano, es decir, de los verdaderos valores de la humanidad. Los artefactos van creando capas artificiales que ocultan el núcleo natural de lo humano. Existe un paraíso perdido, un mundo idealizado donde reinaban el bien, la verdad y la belleza. Ningún avance compensa esa pérdida. Es cierto que las tecnologías satisfacen muchas necesidades y producen gran bienestar. Los tecnófobos creen que solo son cambios cuantitativos, a costa de reducir cualitativamente el mundo. Así, hablamos con personas a grandes distancias y de forma instantánea, pero la comunicación se ha empobrecido. Ya no tiene nada que ver con la conversación cara a cara.

    En el otro extremo, los amantes de las nuevas tecnologías piensan que no hay nada que perder, todo son ganancias. El progreso del género humano se debe a la técnica. Reconocen que a veces los humanos utilizan mal la tecnología y que ese mal uso ha generado grandes daños. No obstante, el balance es positivo. Ponen como ejemplos las guerras. De la tecnología bélica han nacido aparatos muy útiles para la vida civil. No hay que tener miedo, dicen. No hay nada que perder. Esa esencia humana primordial, natural y buena, jamás ha existido.

    La gran mayoría se mueve entre medias de estas dos posiciones. La gente acepta las innovaciones, pero desconfía y padece cierta nostalgia. Todo el desarrollo cultural transcurre entre el ansia alegre de novedades y la tristeza por lo perdido. La innovación técnica nos lanza hacia adelante sin misericordia. Lo paradójico es que son artefactos que hemos diseñado nosotros mismos. Aun así, se presentan como fuerzas que no controlamos. Y entonces necesitamos más sistemas tecnológicos para intentar controlar a los anteriores. No acabamos de dominar el entorno.

    De vez en cuando, la mala conciencia, la nostalgia y la incertidumbre nos obligan a pensar, a echar cuentas y ver si merece la pena el camino que hemos seguido. Añoramos lo viejo porque lo nuevo acarrea problemas desconocidos. No disponemos de valores ni procedimientos para encauzar los nuevos usos y costumbres. Las leyes son la única herramienta sensata que tenemos para construir espacios de libertad. Pero las fuerzas tecnológicas desbordan todos los marcos legales tarde o temprano. Da la sensación de que frenamos unos instantes solo para ganar tiempo, para saber dónde nos encontramos. 

    Los nuevos dispositivos ya están incorporados a nuestras vidas, también al sistema educativo. Ofrecen soluciones para todo, desde buscar aparcamiento hasta pasar lista en el aula. Son dispositivos que atrapan nuestra atención. Están diseñados para que aporten información nueva en la frecuencia precisa. Ya pasó con la televisión. Una vez encendida, nos captura. Los dispositivos son el centro de nuestro campo perceptivo. Es su modo de ser en el mundo. Ante este monopolio del entorno vital, el espacio educativo ha pasado a ser un barrio periférico. Echamos en falta algo...