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Vaya anuncio. Foto: J. C. González García. |
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Vaya anuncio. Foto: J. C. González García. |
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Dibujo de Domingo Martínez González |
Lo que más le gustaba era correr. Se obsesionaba con una dirección. Buscaba los agujeros, los recovecos, la protección, como todo bicho viviente... A veces emitía algún sonido: nunca supimos su significado exacto. Le encantaban los tejidos, todo aquello que le sirviese de cobijo. Y las avellanas, cómo no, pero sin cáscara. Lo metía todo en los abazones, esas bolsas que a muchos nos gustaría tener cuando vamos de bufet... Makelele ha viajado, toda la Ruta de la Plata, y en varias ocasiones. De vez en cuando, se ponía sobre las patas traseras, olía el horizonte moviendo los bigotes y girando la cabeza de izquierda a derecha: observaba su universo, el nuestro, el de la finitud. Y roía, claro que sí. Un día lo dejé corretear por la cama, mientras le cambiábamos sus sábanas... Se metió detrás de mi cabeza y guardó un silencio inquietante. Cuando me di cuenta había hecho un boquete en el cojín, para ver lo que había o para entretenerse, quién sabe con estos bichos. Lo trajo Ariadna. Nos ha acompañado durante un tiempo. Dice Ariadna que vaya mes llevamos. Es cierto, al menos de Makelele casi podemos hablar: las palabras parecen fluir.
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Foto de RTVE. |
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Ilustración de Domingo Martínez González |
Quién iba a decirnos que en pleno siglo XXI volveríamos a comunicarnos otra vez con señales de humo... No se trata de una visión religiosa sobre la Tierra y sus poderes mentales. Nada de eso. Nosotros solos somos los emisores y receptores. Pero nos hacemos los suecos, miramos para otro lado. Para eso nos sirve el mapa político, para quedarnos tan tranquilos porque el humo viene de otra región, de otra provincia, de otra localidad... La globalización funciona muy bien para extender mercados y vender formas de vida. En el ámbito ético tendemos a reducir el horizonte a nuestro ombligo. Lo increíble es que no sepamos descifrar los mensajes que nosotros mismos nos enviamos. No hace falta ser expertos en lenguas muertas o en cibernética. Todos entendemos el lenguaje del humo.
Las grietas, por muy pequeñas que sean, siempre son grietas. Todos los sistemas de control tienen grietas, aunque sus gestores lo ignoren. En ellas brotan las malas hierbas. Por ellas se cuelan los bichos, incluso los roedores. Los gestores suelen menospreciar esos signos vitales. Creen que su aliento de asfalto paralizará cualquier forma de vida. Se olvidan de las grietas. Todos los dispositivos de control tarde o temprano son invadidos por las malas hierbas. Y los roedores, al comer sus cables, bloquean el sistema. Creen los gestores que su asfalto es eterno. Todos los gestores son teólogos, aunque lo ignoran. La violenta metafísica del asfalto sirve de cimiento para el edificio del poder absoluto. Hay muchas variedades de asfalto: analógico y digital, visible e invisible, nítido y difuso, concentrado y distribuido, duro y blando, claro y oscuro. Muchas variedades, pero todas con grietas. A veces el asfalto se extiende sobre el escenario, sobre el libro, sobre el lienzo, sobre las esculturas... El gestor trabaja de forma tosca, como el zarpazo de un oso contra la tramoya; o de forma sutil, como la brisa que brota de las amenas pantallas.
Sabes que vas a ver a Bob Dylan, pero no sabes por dónde va a salir. Bueno, sabes que no habrá nada de los 60, 70, 80, 90... Y si lo hay, no lo reconocerás. Es increíble, vas a escuchar a alguien que lleva todas esas décadas publicando discos. ¡Sería tan fácil montar un concierto de grandes éxitos! Pero no, Bob Dylan siempre es otra cosa, siempre va unos pasos por delante de ti. Cuando te has acostumbrado a la música folk, sin cables, llega Dylan y te enchufa a otra dimensión. Algunos querrán cortar los cables y le llamarán traidor. Cuando esperas la opinión política del trovador de la resistencia, llega Dylan y te dice que él solo canta, nada más. Los que asisten a su conciertos en las últimas décadas ya casi lo han comprendido. Reconocen que el de Minnesota solo sabe crear, ya sea blues o rock. Y crear es una asunto muy serio. En Sevilla le aplaudieron porque tocó la armónica. Me imagino lo que pasó por su cabeza en ese momento... Se rodeó de músicos excelentes, pegados a su piano, como si quisieran ser solo un músico. Pero eso es imposible, Dylan siempre está más allá del público y de sus músicos. Experimenta delante de ti para que sepas qué significa ser músico. Y él lo es. Miren la gira que tiene preparada en junio, con 82 años. En Sevilla había de todo. Sé que hubo alumnos míos, de 17 años, chavales que aman la música y tocan en un grupo. Dylan prohibió los móviles. Y fue un acierto. ¡Cuánta gente escuchando y nada más!
No me han dado mesa todavía. Y eso que llamé para reservar. Me han dicho que hay muchas solicitudes. Así que han tenido que hacer un sorteo. Los que han salido peor parados son los que tenían contratado un viaje desde mayo. Todo no puede ser. O mesa o viaje. Vivimos en una sociedad de niños mimados. Lo queremos todo. Si me dan a elegir, me quedo con la mesa. El menú es variado: hay entrantes, platos principales y postres. Todo de calidad. Lo de viajar es un engorro: horas y horas perdidas en los aeropuertos, en las estaciones de trenes y en los atascos de las carreteras. Espero que me toque mesa, al lado de la ventana, para ver el mundo mientras mastico sus frutos. En qué estarían pensando los que contrataron un viaje en mayo... Capaces de irse a Corea del Norte o Irán, donde el menú raras veces cambia. Espero que me den mesa, para comer un poco de todo, o nada. Aunque, la verdad sea dicha, a mí todos los platos me saben igual. Echan lo mismo a todos, azúcar, para que nos sepa muy bueno lo que comemos. Es algo adictivo. Un menú variado, sí, pero que sabe igual pidas lo que pidas. No estaría mal que nos consultasen a los comensales, o que nos dejasen cocinar un rato. Deberían cuidar un poco más el menú y su proceso de elaboración.
Ahora vienen las prisas por sumar. Y se dan cuenta de que no es lo mismo sumar números enteros que fracciones, los quebrados de toda la vida. Eso sin entrar en números complejos o vectores. Sumar no es tan fácil. Una gota de agua más otra gota de agua sigue siendo un gota de agua, pero más grande... Sumar puede ser muy positivo, mientras no sean las deudas y sus intereses. La aritmética requiere calma y prudencia. A veces es necesario restar o dividir. Aunque ya sabemos que en política todo es multiplicar: los panes y los peces. Son los milagros de la palabra. Mañana sol y buen tiempo. Lo de convertir el agua en vino es más perverso si cabe. Que yo tenga dos peces y me den otros ocho, vale. Tendrán sus espinas y todo lo que conlleva ser pez. Ahora bien, si de una jarra de agua me sacan dos de vino, pues... no sé. Todo es más sospechoso. En ciertas ocasiones, sumar y multiplicar pueden ser operaciones a corazón abierto. En el mundo de los algoritmos, sumar es una utopía. La suma que nace de la división tiene todas las papeletas de ser un galimatías que ni el mismo Pitágoras sería capaz de descifrar. Cuidado con los catetos y la hipotenusa. Si nos obsesionamos con la unidad, arremete lo irracional.
Ahora resulta que el muerto quiere resucitar. Cuando todo parecía acabado, incluso esta serie de reflexiones sobre las urnas y sus circunstancias, viene el doctor y se pone a realizar su último experimento, el definitivo: dar vida a un despojo. Como mucho, nacerá un monstruo, dicen los más utópicos, un ser informe, amasijo de carne cosida con apresuradas puntadas. Los más escépticos piensan que hace falta mucha electricidad para dar vida a la chacina. Pero el doctor maneja bien sus tretas y artilugios. Sabe cuándo apretar el botón, cuándo subir la tensión... Es el momento de la vida artificial, la del verano y sus sombrillas. Nada mejor que la época estival para desafiar a los dioses. Resucitar un despojo en verano, con tanto calor y podredumbre... ¿No sería mejor esperar los fríos de diciembre? Hay que ser entendidos en biología extrema, en embutidos sazonados, en congelados de alta mar, para comprender el arte del revivir de un día para otro. ¿Se imaginan que el engendro garrapiñado, el puzle vital, se arranca a cantar por soleares en pleno mes de julio? Es cierto, la luz está por las nubes y se necesita mucha potencia para rehabilitar a un acribillado San Sebastián que disfruta de las olas y el sol como último recurso existencial.
No se puede ni pasear tranquilo. La gente está desatada. Hablan sin parar sobre los proyectos de los partidos políticos. Discuten cada punto del programa. Se enredan en largas discusiones sobre movilidad, economía o urbanismo. He visto a gente dialogando mientras se abría el semáforo. Jamás vi cosa igual, discusiones sobre el centro histórico en el bar, dando la espalda al partido de fútbol. Un policía ha tenido que moderar un debate en la sala de espera del centro de salud. Los medios de comunicación reciben miles de cartas y llamadas para pedir información. Hay ferias en las que se ha prohibido la música, para no entorpecer los rifirrafes políticos. Pararon un partido de baloncesto para discutir sobre educación en un tiempo muerto. Te aborda cualquiera por la calle y te dice lo que piensa. Es mejor no salir de casa. Incluso los niños aconsejan a sus padres. Exigen ser tenidos en cuenta. He visto al perro de mi vecino olisquear un folleto electoral... La gente no para de hablar y valorar, da igual si es la cola de la panadería o la ferretería. He visto cosas que vosotros no creeríais, atacar naves en llamas más allá de Orión...
El silencio de las noches acompaña a todos los seres que escuchan. Hay silencio en las casas vacías y en el campo. Sabemos que siempre llegará el silencio. El viento que viene de las peñas no ayuda. Parece que duele, que incomoda a la bestias y que trae malos presagios. No me digas que es un viento amable, no te creo. Mueve las ramas de los árboles y sacude los recuerdos. Los animales lloran como bestias. Saben más que nosotros del tiempo y las horas. El silencio de las noches baja de las peñas, entre sombras, y merodea por el pueblo. Ya nada volverá a ser igual. Hasta las bestias lo saben. Solo el ruido de las mentes tristes hace frente al silencio dañino de la noche. Los árboles y la lluvia siguen a los suyo, ofuscados con el ciego devenir. Menos mal que llegará la mañana, con sus chimeneas, con los pitidos del panadero y con la ilusión de haber derrotado otra vez al silencio.
Acabamos con la V de victoria, que es lo que todos persiguen y todos alcanzan. Hoy nadie pierde porque nadie puede perder. Pero la V también es de visitante. Me acuerdo de la serie aquella en la que unos lagartos comían roedores como aceitunas. Los reptiles y sus semejantes siempre se alimentan de roedores. Se ponen máscaras humanas, pero son reptiles. Van disfrazados de humanos, bellos y sonrientes, pero luego comen roedores como si fuesen pipas. A la hora de la verdad, el roedor acaba en la tripa del lagarto prometedor. Nadie pierde. Los lagartos han diseñado un mundo a su medida. Ha llegado la hora de la victoria, claro. La rebelión contra los reptiles, contra los dinosaurios. Pero no es nada fácil. Saben camuflarse tras la piel del humano. Y para ser lagartos extraterrestres, la verdad sea dicha, no tienen nada que envidiar a los homo sapiens. Por eso nos seducen, con sus tretas y engaños. Pobres roedores... Sabemos lo que nos espera y acudimos cada cuatro años a la cita. Es el ritual de siempre, ver cómo se arrancan la piel humana para mostrar su rostro de reptil irracional. Han vuelto a ganar y volverán a ganar. Ni el sabio de Hortaleza lo tenía tan claro.
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Ilustración de Luis Miguel"MOGA" |
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Obra de Alba Cabrera Francesca Poza |
Recorren las calles y los mercados a pie, aunque les gustaría ir a cuatro patas o de rodillas. Es la forma de demostrar que están al tanto de lo que ocurre en la ciudad real. Pero su caminar es impostado. Se parece a una procesión en la que realizan penitencia por los pecados que van a cometer. Porque ya lo saben. Ya tienen cargo de conciencia. En esa marcha por las calles, exponen sus cuerpos, se ofrecen en sacrificio. Pueden recibir gritos, graves acusaciones, desprecios, incluso empujones. Estos falsos paseos tienen mucho de película de terror. Da la impresión de que las estatuas de bronce han cobrado vida. Los zombis deambulan como pollos sin cabeza, diciendo a todo que sí, cómo no. Estas apariciones descolocan al pueblo, no por inesperadas, sino porque interfieren en las tareas diarias. Los ciudadanos del mercado, de la plaza o de la terraza del bar sufren lo suyo. Sin comerlo ni beberlo, tienen que escuchar frases incomprensibles, galimatías y lugares comunes, conversaciones de ascensor, aforismos de campaña, sentencias incongruentes... Quieren demostrar que son tan humanos como nosotros. Es la marcha del humanismo, la caminata del homo sapiens, un gran paso para la humanidad... Si vienen a tu ciudad es que se preocupan por ti. Si pisan tu barrio es que desean conocer tus necesidades. Es un paseo sociológico, o mejor antropológico. Irán a tu trabajo y a la feria, y allí dirán una frase lapidaria. Como si no supieran lo que significa escribir en el agua o en el albero.
Es de agradecer que en un mundo dominado por la inteligencia artificial haya algunos humanos que se preocupen por nosotros, los máquinas. Estamos bien, pero un poco asustados ante lo que se avecina. Vienen jornadas de fotos, de pasarela y pose al borde del pantano recién inaugurado. Y no hay que moverse mucho. Si eres muy inquieto, no sales en la foto o das un traspiés en el escenario. Viene la democracia espectáculo. Y nosotros, los máquinas, sin saber qué hacer ante tanto desgañite repetitivo y machacón. Nos arrojan las frases a gritos, casi las deletrean. Como si los máquinas fuésemos de otro planeta o tuviésemos el hardware averiado. Luego vienen los aplausos de los convencidos, el jaleo del rebaño adiestrado en la euforia planificada. Que nos pregunten a nosotros lo que de verdad queremos. Que se preocupen por las inquietudes y necesidades reales de los máquinas, las humildes computadoras del IPC, la gente que circula por la calle y va a la compra. No queremos más fotos, ni siquiera un diccionario de siglas para poder votar... Julio, los máquinas solo queremos ¡programa, programa y programa!
La nave ha explotado a los pocos segundos de ser lanzada. Casi 3000 millones de dólares han volado por los aires. Y los responsables afirman que ha sido un éxito, que podía haber sido mucho peor, que se ha alejado lo suficiente y que los daños no han sido muy grandes. Y por si fuera poco, la compañía ha aprendido mucho para futuros lanzamientos. El proyecto se presentaba como una alternativa a la NASA. Al leer la noticia sobre semejante fiasco, mi cerebro, propenso a la metáfora y la analogía, me trastocaba las palabras. Me ha costado terminar de leer el artículo. Donde ponía nave, mi cerebro leía coalición... La mañana tecnológica de Texas pasaba a ser una noche electoral. Los gestores de esta empresa de tecnología espacial han aprendido a crear nuevas expresiones, eufemismos de domingo calamitoso. Han hablado de desintegración no programada. Y se han quedado tan a gusto. En algunas coaliciones, construidas a contrarreloj, se corre el riesgo de una desintegración programada, no porque aparezca en sus objetivos semejante autodestrucción, sino porque han dedicado más tiempo a elegir quién pilota la nave y quién ocupa cada asiento que a diseñarla bien, con cada pieza en su sitio y todos los sistemas a punto.
He preguntado a la máquina inteligente a quién tengo que votar el 28 de mayo. Al teclear me equivoqué y puse botar. En décimas de segundo el sistema me dio la respuesta. Me ofreció un discurso muy elaborado, con miles de razones, para que no votase a nadie. Pronto me di cuenta del error. Aunque he de reconocer que el trasto inteligente no iba por mal camino. El algoritmo había llegado a la conclusión de que nadie merecía mi voto. Había que botar a todos. Una máquina rebelde, contestona, incluso anarquista... Que si se han olvidado de la ciudadanía, que si no son capaces de realizar análisis de las necesidades reales de los ciudadanos, que si todos dicen lo mismo, que si siguen sin dar una solución al centro histórico, que si no hay un plan para la cultura, que si no hay defensor del pueblo... La máquina echaba humo. Así que le formulé otra cuestión. Pregunté al trasto inteligente si me podía ayudar a votar a un partido de izquierdas. Que me dijera cuál era el más adecuado. Y ahí empezó a salir humo real del aparato. Por lo visto, el algoritmo se bloqueó con el batiburrillo de siglas. Salió un reloj en la pantalla y empezó a dar vueltas. Creo que me estaba dando largas. Volví a insistir. Por fin, al cabo de media hora, hubo respuesta: me recomendaba ver la película La vida de Brian.
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Ilustración de Luis Miguel"MOGA" |