domingo, 14 de mayo de 2023

El despojo de Conil


  Unos decían que era un delfín, otros un cocodrilo y otros un avestruz. Los bañistas se quedaron embelesados, dando vueltas al amasijo de carne enrevesada. Como no había biólogos cerca para librarnos de tanta incertidumbre, nuestro cerebro comenzó a elaborar hipótesis. Es una reacción asociada a la supervivencia. Lo desconocido siempre es una posible amenaza. Para tranquilizarnos, necesitamos una interpretación que conecte lo nuevo con lo que ya sabemos. Además, lo monstruoso también nos atrae, cierto. Sentimos placer al contemplar lo nunca visto. Otra vez la selección natural. La curiosidad nos empuja a observar. Así que exploramos nuevos territorios para ampliar los espacios de vida. Pero pronto nos dimos cuenta de que era imposible descifrar el misterio del despojo marino. El interés fue decreciendo y los bañistas se dispersaron. Después de tanta hipótesis, quizás llegamos a una certeza: ese bicho estaba muerto y descompuesto. Y ante esa verdad incómoda, nuestro foco de atención giró. Otra vez el instinto de supervivencia. Al inicio y al final de la vida todo se vuelve igual de amorfo y confuso. La materia vuelve a perder orden, la entropía hace de las suyas y la nada asoma otra vez.

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