Las leyes educativas van y vienen sin que nos dé tiempo a
entenderlas. Menos mal que detrás de tanto cambio y tanta incertidumbre siguen
existiendo los que enseñan y los que desean aprender. Dos son las causas de
semejante desbarajuste legal. La primera es política: los gobernantes han
utilizado el sistema educativo como mercancía. La segunda es filosófica: no
sabemos exactamente qué es educar a una persona, ni lo sabremos. Estamos
condenados a lanzar esbozos provisionales y a preguntarnos a cada paso por el
sentido de esta noble tarea. Uno de los rasgos esenciales de la educación es su
absorbente reflexividad.
Es obvio
que los proyectos educativos han de formar parte del contexto social, es decir,
tienen que impregnarse de las necesidades de los ciudadanos y sus expectativas.
Los Estados del siglo XXI exigen ciudadanos capaces de participar de forma activa
en el sistema tecnocientífico, en la sociedad del espectáculo y en las
instituciones democráticas.
Es crucial
saber integrar los datos que nos ofrecen los medios de comunicación y los
educadores, si deseamos alcanzar conocimiento, incluso sabiduría. Tanto la
información que aparece en los libros de texto como la que circula por internet
requiere ser integrada, ordenada, dentro de nuestro contexto de necesidades. Y
como investigadores, no sólo debemos dominar teorías y procedimientos técnicos,
también necesitamos participar en las instituciones científicas.
No basta en
las sociedades del espectáculo con ser meros receptores de esquemas
prefabricados. Así, la autonomía en el ámbito estético se concreta en la
capacidad de recorrer senderos creativos propios y en la posibilidad de
analizar los estilos que maneja el mercado del ocio programado. La retórica de
los medios de comunicación y de los centros de poder utiliza símbolos,
metáforas y otros recursos estilísticos. Los senderos de creación nos permiten
desmontar esa retórica, esos símbolos petrificados que se presentan como
naturales. Ser creativos nos aleja del aburrimiento y la desidia, los peores enemigos
de la autonomía y la libertad.
En las
sociedades democráticas debemos aprender a decidir. Como ciudadanos, tenemos
que participar en las instituciones y foros, con prudencia y sentido de la
justicia. Las contradicciones de la democracia representativa quizás nos
conduzcan a un modelo más participativo en los próximos años. Pero debatir en
asambleas sobre los asuntos públicos, organizarse y tomar decisiones sensatas
son tareas muy complejas. Nuestro sistema educativo deberá prepararnos para
desarrollar todas esas competencias. Porque la democracia participativa es el
sistema más exigente que existe: se construye con ciudadanos que sepan
dialogar, que sean responsables, coherentes, y que estén dispuestos a profundizar
en todas las áreas de conocimiento.
Los
espacios interactivos de divulgación científica, como museos o ferias, son
idóneos para desarrollar o mejorar todas estas formas de participación. Como
pudimos comprobar el viernes en los Claustros de Santo Domingo, en la Noche
Europea de los Investigadores, acercar la investigación a los ciudadanos es
mucho más que mostrar o informar. Son espacios de legitimación, no sólo de
exhibición. Los investigadores dialogan con los ciudadanos para demostrar la
utilidad social de sus proyectos. En este diálogo hay que manejar conocimientos
y procedimientos técnicos, hay que saber convencer, saber razonar, y ser creativos.
Son,
además, espacios para tomar contacto con la diversidad de prácticas científicas
y campos de investigación. Ser conscientes de esa diversidad científica es
esencial para comprender la dificultad que conlleva elaborar los Planes de
I+D+i. Y tan importante es la investigación en biocombustibles como en
sociología. En este sentido, cabe
destacar la realización del microencuentro “Ciencia e Investigación: Sobre
desigualdades y exclusiones en razón al sexo y género”, organizado por el
Departamento de Derecho del Trabajo de la Universidad de Cádiz. Tuvimos la
ocasión de reflexionar sobre asuntos tan complejos como el concepto de género,
sexo, intersexualidad y prostitución. Sólo un problema: aunque los Claustros
son un entorno muy bello, no reúnen las condiciones acústicas necesarias para
la comunicación científica.
Diario de Jerez. Suplemento de Educación. 30 de septiembre.