Tan difícil es ser creativos como reconocer la
creatividad. En el contexto actual del arte, carente de un conjunto de normas
preciso, parece que todo vale, que cualquier objeto es una obra de arte y que
cualquiera es un creador. No es fácil identificar a los verdaderos artistas,
sobre todo en las artes plásticas. Hay muchas anécdotas al respecto. Así, en
más de una ocasión, los encargados de la limpieza de los museos y galerías, queriendo
hacer bien su trabajo, han retirado o modificado una instalación muy valiosa. Y
luego su error ha sido aprovechado para ensalzar lo originalidad del
incomprendido artista. Además, resulta llamativo el silencio estético que suele
predominar en las exposiciones de arte abstracto: parece que nadie se atreva a
emitir un juicio sobre lo que observa.

El trabajo
de los científicos sirve de modelo de actividad en la que sí hay reglas y
criterios para establecer lo que funciona o no. La consistencia o la contrastación
experimental permiten a la comunidad científica saber si merece la pena
mantener una hipótesis o una teoría. En el arte no hay criterios objetivos de
ese tipo. La comparación que hace el autor ayuda a perfilar los rasgos de dos
actividades muy diferentes, la del artista y la del científico.
Si no hay
criterios estéticos para delimitar el fenómeno artístico habrá que recurrir a
su dimensión económica. Dado que buen arte es para muchos lo que se vende,
entonces tendremos que analizar el mercado del arte. Las herramientas de teoría
económica son muy útiles para ver qué tipo de mercado es éste del arte y qué
tipo de mercancía se ofrece. Si, de entrada, sabemos que no existen mercados
perfectos, donde funcionen las leyes puras de la oferta y la demanda, y que el
mercado no siempre garantiza que sobreviva el mejor producto, menos nos tiene
que extrañar que el mercado del arte funcione con unas leyes muy peculiares: unos
pocos deciden qué es bueno; y nos dicen que es bueno porque se vende y está
cotizado; pero se vende porque ellos han dicho que es bueno…
¿Por dónde
seguir? Las definiciones esencialistas de arte y belleza no parecen ser ya
pertinentes. De hecho, el concepto de belleza se ha diluido tanto que raras
veces significa algo concreto. El arte conceptual abrió las puertas de par en
par. Cualquier definición de arte, al modo tradicional, es decir, que hable de
armonía, simetría, etc., resulta lejana, muy restrictiva, ante una instalación
actual. Nos queda la definición institucional: arte es lo que las instituciones
y la comunidad de creadores dicen que es arte.
¿Podremos
realizar un análisis desde la ética? El autor revisa las principales teorías
acerca de la relación entre la ética y la estética. Un recorrido que le lleva
desde el autonomismo formalista, que dice que la obra no hace referencia a
ningún contenido externo, hasta las teorías que destacan la conexión entre
belleza formal y bien moral o aquellas posiciones que consideran las obras
artísticas como minas de ejemplos morales y situaciones prácticas, tan útiles
para desarrollar la prudencia.
Quizás la obra de un artista tenga algo
que ver con su compromiso intelectual por alcanzar la verdad, la libertad, la
belleza o la perfección técnica. Quizás la trayectoria importe. Quizás el
sendero creativo que inicia un artista pueda ser juzgado desde el compromiso
ético con su obra. Quizás importe la sabiduría técnica y la sabiduría ética. El
compromiso ético con su trabajo es condición necesaria, aunque no suficiente, para
que la obra sea buena. ¿Cómo reconocer la autenticidad de ese compromiso? La
educación estética tendría como objetivos prioritarios: enseñar a reconocer y
manejar las técnicas y los estilos; y enseñar a reconocer el compromiso ético
del creador. El ciudadano, en una democracia participativa, exigiría rigor
técnico y compromiso creador a la hora de establecer programas culturales con
fondos públicos.