martes, 14 de octubre de 2014

ARTE Y COMPROMISO ÉTICO

        Tan difícil es ser creativos como reconocer la creatividad. En el contexto actual del arte, carente de un conjunto de normas preciso, parece que todo vale, que cualquier objeto es una obra de arte y que cualquiera es un creador. No es fácil identificar a los verdaderos artistas, sobre todo en las artes plásticas. Hay muchas anécdotas al respecto. Así, en más de una ocasión, los encargados de la limpieza de los museos y galerías, queriendo hacer bien su trabajo, han retirado o modificado una instalación muy valiosa. Y luego su error ha sido aprovechado para ensalzar lo originalidad del incomprendido artista. Además, resulta llamativo el silencio estético que suele predominar en las exposiciones de arte abstracto: parece que nadie se atreva a emitir un juicio sobre lo que observa.
         Para explicar por qué un cuadro vale millones de euros o por qué una instalación con restos de basura es una obra artística, necesitamos hablar no sólo de Estética o Historia del Arte, sino también de Economía y Ética. El arte contemporáneo requiere ser abordado desde diferentes disciplinas, en todas sus dimensiones. Félix Ovejero Lucas ha escrito un libro que reúne estos requisitos: “El compromiso del creador. Ética de la estética”, editado por Galaxia Gutenberg, septiembre de 2014. Doctor en Ciencias Económicas, es profesor de Filosofía Política y de Metodología de las Ciencias Sociales en la Universidad de Barcelona. Con herramientas conceptuales de esas disciplinas, el filósofo analiza un hecho inquietante: en el arte actual todo vale y no hay reglas para diferenciar lo bueno de lo malo, ni siquiera para definir el arte.
         El trabajo de los científicos sirve de modelo de actividad en la que sí hay reglas y criterios para establecer lo que funciona o no. La consistencia o la contrastación experimental permiten a la comunidad científica saber si merece la pena mantener una hipótesis o una teoría. En el arte no hay criterios objetivos de ese tipo. La comparación que hace el autor ayuda a perfilar los rasgos de dos actividades muy diferentes, la del artista y la del científico.
         Si no hay criterios estéticos para delimitar el fenómeno artístico habrá que recurrir a su dimensión económica. Dado que buen arte es para muchos lo que se vende, entonces tendremos que analizar el mercado del arte. Las herramientas de teoría económica son muy útiles para ver qué tipo de mercado es éste del arte y qué tipo de mercancía se ofrece. Si, de entrada, sabemos que no existen mercados perfectos, donde funcionen las leyes puras de la oferta y la demanda, y que el mercado no siempre garantiza que sobreviva el mejor producto, menos nos tiene que extrañar que el mercado del arte funcione con unas leyes muy peculiares: unos pocos deciden qué es bueno; y nos dicen que es bueno porque se vende y está cotizado; pero se vende porque ellos han dicho que es bueno…
         ¿Por dónde seguir? Las definiciones esencialistas de arte y belleza no parecen ser ya pertinentes. De hecho, el concepto de belleza se ha diluido tanto que raras veces significa algo concreto. El arte conceptual abrió las puertas de par en par. Cualquier definición de arte, al modo tradicional, es decir, que hable de armonía, simetría, etc., resulta lejana, muy restrictiva, ante una instalación actual. Nos queda la definición institucional: arte es lo que las instituciones y la comunidad de creadores dicen que es arte.
         ¿Podremos realizar un análisis desde la ética? El autor revisa las principales teorías acerca de la relación entre la ética y la estética. Un recorrido que le lleva desde el autonomismo formalista, que dice que la obra no hace referencia a ningún contenido externo, hasta las teorías que destacan la conexión entre belleza formal y bien moral o aquellas posiciones que consideran las obras artísticas como minas de ejemplos morales y situaciones prácticas, tan útiles para desarrollar la prudencia.
         Quizás la obra de un artista tenga algo que ver con su compromiso intelectual por alcanzar la verdad, la libertad, la belleza o la perfección técnica. Quizás la trayectoria importe. Quizás el sendero creativo que inicia un artista pueda ser juzgado desde el compromiso ético con su obra. Quizás importe la sabiduría técnica y la sabiduría ética. El compromiso ético con su trabajo es condición necesaria, aunque no suficiente, para que la obra sea buena. ¿Cómo reconocer la autenticidad de ese compromiso? La educación estética tendría como objetivos prioritarios: enseñar a reconocer y manejar las técnicas y los estilos; y enseñar a reconocer el compromiso ético del creador. El ciudadano, en una democracia participativa, exigiría rigor técnico y compromiso creador a la hora de establecer programas culturales con fondos públicos.