miércoles, 2 de enero de 2013

ÉTICA DE ROEDORES

 El filósofo pasea solitario por las calles del primer día del año. Pasea y observa. Un organismo se traslada entre el frío y la suciedad de la noche vieja. Y ve que otros organismos hacen lo mismo. El filósofo contempla el ir y venir de otras personas y supone que en sus mentes hay planes, expectativas. Ante lo que se presenta, sólo cabe aprovechar lo que tenemos: un sistema nervioso bastante flexible y capaz de adaptarse a las circunstancias más variadas.
 Adaptarse no implica necesariamente resignación. Dentro de nuestros ecosistemas, de nuestros espacios vitales, no todo es posible. En momentos de carencias económicas percibimos con mayor claridad lo que significa ser limitados, finitos. Cuando hay abundancia parece que todo es infinito, hasta el tiempo.
  Utilizamos nuestros recursos cognitivos para distribuir lo que tenemos, la energía con la que contamos. Las circunstancias constituyen un espacio de posibilidades finito. Observamos el entorno, lo dividimos en partes, las relacionamos, establecemos fines y medios... Una conducta racional es aquella que sabe ajustarse a lo establecido por la naturaleza. Al hacerlo con precisión y creatividad conseguimos alcanzar el máximo placer posible con esas limitaciones dadas.
  El filósofo observa a los organismos pasear y piensa que quizás los estoicos tenían razón y que ahora deberíamos comprender ese vivir de acuerdo con la naturaleza  a través de la red de conceptos de la selección natural.
  El filósofo piensa que casi siempre desconocemos lo que está a nuestra disposición y lo que podríamos disfrutar con ello. La ética se convierte en esa sabiduría que conecta nuestros deseos con los deseos de los demás y los recursos disponibles.
   Necesitamos elaborar primero una ética de roedores.