martes, 25 de marzo de 2025

Los límites de la literatura

    Dice Luisgé Martín, el escritor del El odio, que su objetivo era entender al asesino, a José Bretón, que está en prisión por matar a sus dos hijos. La madre, Ruth Ortiz, ha acudido a la justicia para que ese libro no salga a la luz. Quiere que se proteja el derecho a la intimidad y la imagen de Ruth y José. Y la editorial Anagrama y el escritor creen que tienen derecho a publicar esa obra. Sus argumentos se centran en la libertad de expresión y creación literaria. Prohibir la publicación del libro atentaría contra derechos fundamentales. Sin embargo, la abogada de Ruth considera que lo único que se va a conseguir con ese libro es aumentar el daño y el dolor.

    Lo primero que se le ocurre a cualquiera ante esta noticia es “¿qué necesidad había de todo esto?”. Al lector le vienen a la mente las imágenes del proceso, largo y terrible. Rememora las escenas de sufrimiento aparecidas en todos los medios de comunicación. Ya tuvimos bastante. Ya se informó al detalle. La primera reacción del lector es decir que “no había necesidad de ese libro”, o incluso que “no es justo hacer sufrir más a esa madre”.

    Luisgé Martín le ha explicado a Jorge Morla en El País cuáles eran sus intenciones al emprender la escritura de ese libro. Se trata de una investigación. Ha querido entender cómo pudo José Bretón llevar a cabo semejante crimen. Así pues, habría una necesidad de explicar y comprender lo que sucedió. Esa necesidad justificaría la publicación de la obra. Dice que no pretende dar voz a José Bretón, sino mostrar sus contradicciones, “los laberintos de la infamia y de la vileza de un asesino”. Dice en la entrevista, que “la literatura no está para divertir, está para doler”. Luisgé considera infantil fijar límites a los temas que puede tratar la literatura.

    Poner vallas a la literatura y la creación nunca es bueno ni fácil. Habría que tener muy claros esos límites y quiénes deben elaborarlos y establecerlos. Habrá muchos lectores que piensen que una obra literaria tiene valor en sí misma y que no puede ser censurada. Incluso pueden decir que si se prohíbe el libro, se les está negando el derecho a estar informados de lo que ocurre en el mundo o a disfrutar de una obra literaria. La censura perjudica al creador y al receptor, ya que impide el desarrollo personal de ambos.

    Entraríamos aquí en una discusión infinita sobre qué es el valor literario de una obra. A ver quién se atreve hoy a definir qué es la literatura, el arte, la música o el periodismo… Luego viene lo del realismo y el dolor: provocar dolor existencial y filosófico (al reflexionar sobre la naturaleza humana) no es lo mismo que provocar dolor concreto personal, con nombres y apellidos. Para unos, mostrar detalles concretos no aportará nada, solo será un espectáculo morboso. Pero para otros es necesario conocer la verdad, la abstracta y la concreta, aunque duela. Solo así evitaremos que vuelva a ocurrir y pondremos los medios necesarios. 

     Ahora bien, los jueces sí pueden proteger los derechos de todos los ciudadanos y hacer que se cumpla la ley. Tendrán que investigar, valorar los hechos e interpretar las normas. Quizás digan que nada hay por encima de los derechos fundamentales. Y que se está vulnerando la intimidad y la dignidad de varias personas al publicar ese libro. Quizás el juez diga que ese objetivo de explicar y comprender se podría haber alcanzado de otra forma: por ejemplo elaborando un ensayo de carácter general, comparando casos, sin dar nombres. Quizás diga que ese tipo de escritura no es una investigación científica que pueda aportar algo relevante, ya que solo va a describir un hecho concreto. O todo lo contrario, quizás sean los derechos de creación e información los que prevalezcan…

domingo, 16 de marzo de 2025

Miedo en el cuerpo

    Recuerden los discursos de hace cinco años. Nos decían que aquella pandemia nos serviría para aprender a valorar lo importante. Y que íbamos a salir del estado de alarma siendo mejores. La responsabilidad y la solidaridad de los ciudadanos conmovieron a las autoridades. En mi pueblo, Piña de Campos, el Ayuntamiento agradeció a los vecinos su comportamiento ejemplar con un diploma.

    Los gobernantes aprendieron a distinguir lo necesario de lo superfluo. De repente, se dieron cuenta de que el gasto en sanidad debía aumentar. El sistema debía ser reforzado, con más recursos, más medios técnicos y más personal. Algo parecido sucedió con el sistema educativo, los transportes o la producción de alimentos. Había que prepararse para afrontar los nuevos retos… Una nueva escala de valores había nacido. Primero las necesidades básicas y la solidaridad, luego el resto.

    Esa nueva tabla de valores pronto se volvió un espejismo, una ficción, quizás un engaño. Hoy la sociedad civil sigue teniendo claro cuáles son esas necesidades. Sin embargo, parece que los gobiernos y las instituciones se dedican a otros asuntos, ajenos a la vida de las gentes.

    Ahora los discursos son otros. Hay que aumentar el gasto en defensa para alcanzar la autonomía estratégica. No hay que depender del paraguas militar de los Estado Unidos de América. La disciplina presupuestaria ya no importa. El problema del déficit público está en otro plano. No se penalizará al que se pase del límite. El gasto en políticas sociales no se verá afectado. Es un asunto de responsabilidad colectiva…

    Nos han vuelto a meter el miedo en el cuerpo. Y nos quieren convencer de que todo se arreglará construyendo más armas para matar gente. Nos dan a entender que hay unas leyes de la política que escapan a nuestra comprensión. Y que somos unos irresponsables si nos negamos a seguir el juego de la guerra y la industria de las armas. Hablan de de otra solidaridad, por lo visto. No es el mismo concepto que usábamos hace cinco años.

    La escalada militar no es una solución. Nunca lo ha sido. Ese aumento del gasto en defensa es un síntoma de que gran parte de las instituciones internacionales han fracasado. No han sabido mantener la paz. Las invasiones, los bombardeos sobre población civil… Siempre pagan los mismos. ¿No se les ha ocurrido revisar el funcionamiento de esos organismos mundiales? 

     Que ahora se hable de responsabilidad y solidaridad para seguir preparando la guerra es una indecencia política. ¡Que viene el lobo! ¡No seáis irresponsables! ¡El buenismo no es inteligente! ¡Hay que ser realistas y armarnos hasta los dientes! El truco del miedo en el cuerpo está funcionando. Deberíamos estar planteando una huelga general para recordar a los gobiernos europeos que los ciudadanos sabemos cuáles son nuestras necesidades básicas y nuestros valores: y la guerra no está entre ellos.


martes, 11 de marzo de 2025

El enigma inquietante de la amistad

      

Ilustración de Luis Miguel Morales "MOGA"
         
    La decepción suele empujar a la reflexión. Cuando algo no funciona, surge la pregunta sobre qué ha fallado. En el caso de las relaciones humanas, no es mera curiosidad teórica, sino necesidad práctica. Pero es cierto que la plenitud y el éxito también obligan a pensar, pues provocan admiración. Así que la pregunta acerca de la amistad puede venir por esos dos senderos. La traición del amigo revela que no había una verdadera amistad. Y la lealtad a lo largo de los años nos asombra: ¿en qué consiste ese vínculo afectivo tan resistente?

    La amistad ha sido considerada desde siempre una de las relaciones humanas más valiosas. No en vano es una actividad asociada a la felicidad. Ahora, la aceleración de la sociedad de consumo, junto con los dispositivos electrónicos y las redes de comunicación, ha transformado todos los vínculos sociales. Urge volver a explicar en las aulas en qué consiste esa relación tan elogiada por los filósofos de todos los tiempos. En una sociedad en la que todo es un medio para alcanzar algo, la verdadera amistad nos muestra la posibilidad de tratar al otro como fin en sí mismo, sin buscar ninguna utilidad.

    La pensadora Marina Garcés nos ofrece el ensayo titulado La pasión de los extraños, en la editorial Galaxia Gutenberg. En un mundo de incertidumbre y precariedad, dice la autora, la amistad se presenta como un espacio de seguridad. Al mismo tiempo, es un espacio de relaciones tan inquietante como temible, añade. La intimidad y la libertad están en juego. La relación entre amigos no es fácil de definir. Basta con estar juntos, con lazos muy fuertes que pueden romperse en cualquier momento.

    Sobre la amistad hay un consenso que viene de lejos. Está rodeada de rituales, normas y costumbres. Sin embargo, no hay instituciones para regularla. El libro pretende ser una investigación que recorra los márgenes de la escritura sobre la amistad, los vacíos conceptuales. Marina Garcés quiere sacar a la luz lo que permanece oculto, lo que no se dice, a pesar de hablar tanto de ella y proponerla, incluso, como remedio terapéutico para nuestros males.

   Y lo primero que queda claro es que se trata de una relación ambivalente. Sirve tanto para socializarnos como para poner en cuestión las normas establecidas. Al elegir los amigos, cambiamos de contexto social y afectivo. La familia nos viene dada, pero los amigos no, vienen de fuera. Es una relación rara, remarca Marina, sin instituciones ni leyes que la regulen. La hipótesis explicativa de la autora consiste en la “pasión de los extraños”. La verdadera amistad brota entre extraños. El encanto inexplicable de lo extraño genera alianzas casi indestructibles, frente a la tiranía del tiempo, la necesidad, la opresión, la aceleración o la soledad.

    Ha existido bastante acuerdo entre los filósofos. La amistad tiene que ver con la virtud, con el bien. Hay verdaderas y falsas amistades. La verdadera, la perfecta, no depende de la utilidad o el placer, sino de la virtud, de reconocer con la inteligencia la excelencia única del otro. Ese reconocimiento mutuo requiere dos ingredientes: tiempo compartido y ausencia de cualquier tipo de dependencia. Es amor a la libertad del otro. Por último, es necesaria una comunidad política que la haga posible. 

    Marina Garcés parte de una sospecha: ese consenso esconde algo. El ideal de amistad clásico es androcéntrico, entre hombres iguales y libres. Las demás posibilidades han quedado en los márgenes. Es lo que ha ocurrido con la amistad entre mujeres, por ejemplo. Además es un modelo clasista, válido para personas que ya cuentan con todas las necesidades cubiertas. La amistad perfecta se presenta como un ideal casi inalcanzable en la vida diaria. Por eso Marina Garcés explora otras visiones más próximas a la vida real de la gente, donde hay necesidad y dependencia, escucha y cuidado mutuo.