martes, 14 de noviembre de 2017

EL JUEGO

      De pequeños, cuando estábamos jugando, de vez en cuando llegaba alguno que interrumpía, decía que quería jugar pero no cumplía las reglas, hasta que nos enfadaba y le decíamos “no sabes jugar”. Que te digan “no sabes jugar”, en ese sentido, no resulta nada agradable, porque sabes que no se refieren al conocimiento de las reglas, sino a algo más importante, al pacto implícito que supone aceptarlas. Cuando llega el que no sabe jugar, todo se desbarata y la actividad lúdica se disuelve. Ese pacto implícito que fundamenta cualquier juego puede ser trasladado a gran parte de las dimensiones humanas. Hay quien sabe entrar en el juego fácilmente y hay quien no termina de comprender a qué se juega.
   Existen tantos tipos de juegos que es muy arriesgado ofrecer una definición que abarque todos. Quizás en todos ellos haya al menos un participante y al menos una regla. El objetivo de los juegos es simplemente seguir sus reglas, sin buscar nada más. No seguirlas o tomar el juego como un medio para otros fines externos implica abandonar el juego. Es una actividad autosuficiente en la que mostramos inteligencia y sociabilidad. Jugar uno solo también es una actividad social: además de arrastrar las competencias lingüísticas y sociales adquiridas en comunidad, el que juega en soledad se desdobla, se autoimpone normas y, si no hay nadie delante, hasta se hace trampas…
        
Miguel Parra
La racionalidad humana ha sido identificada con el juego, tanto la racionalidad teórica como práctica. En los inicios de la investigación sobre Inteligencia Artificial se intentó crear programas que jugasen al ajedrez. El juego quedaba reducido a un programa, un algoritmo que fuese capaz de manejar reglas y valorar jugadas. Razonar era un juego lógico, un juego formal. Desde el punto de vista de la psicología evolutiva, el juego pasó a ser sinónimo de inteligencia moral y social. El niño toma conciencia de las normas a través del juego. Saber jugar es saber pactar con otros lo que vale o no vale. El juego es, por lo tanto, una actividad necesaria para el desarrollo del sujeto y su socialización. Hoy, el comportamiento social es analizado por la teoría de juegos. Las decisiones racionales son el fruto de un cálculo, de una estrategia de varios jugadores que interaccionan entre sí. Todo formalizado y matematizado. Recordemos, por último, la reflexión de Wittgenstein sobre los juegos del lenguaje…
         El concepto de juego es muy útil para comprender a los seres humanos. Nos proporciona metáforas muy fructíferas para desentrañar nuestra naturaleza. Comprender significa llevar a cabo isomorfismos y traslaciones. En las estructuras de los juegos hallamos reglas, límites, jugadores, jueces, premios, castigos, riesgo, diversión, competición, tiempos, espacios, clasificaciones… Nos viene muy bien, por ejemplo, para analizar el terreno de la política y el ámbito del arte.
         Las constituciones establecen las reglas de juego de la vida social y política de un país. Los ciudadanos y las instituciones somos los jugadores. Hay infinitas jugadas válidas dentro de ese marco. Una vez aprobada, resulta incoherente intentar quebrantarla. La evolución del juego puede exigir alguna modificación de esas normas, pero deben estar de acuerdo todos los participantes. Como ocurre en los deportes, esas modificaciones sólo se realizarán en caso necesario y evitando aniquilar la esencia del juego. La metáfora puede extenderse y hablar de equipos, competiciones, clasificaciones, sobre todo si pensamos en los procesos electorales.
         Las obras de arte también son algo parecido a un juego, en este caso planteado por el artista. Contemplar un cuadro, sea del estilo que sea, supone aceptar un conjunto de reglas autónomo, diseñado por el pintor. En un cuadro realista aceptamos el juego de la perspectiva, la profundidad, el color, las proporciones… Ahí parece fácil porque es similar a las reglas de la percepción que manejamos diariamente. Sin embargo, con los estilos no figurativos entrar en el juego puede resultar más difícil, ya que el pintor te pide que asumas un conjunto de reglas totalmente nuevo, ajeno a la percepción diaria. Y en el arte conceptual, en una instalación, el creador pretende que entres en el juego de cuestionar las reglas del arte, de la sociedad o de la obra que te está ofreciendo. ¿Se imaginan a un espectador que va a ver un partido de baloncesto pensando que todos los deportes se rigen por las reglas del fútbol? Pues eso le ocurre al que observa arte abstracto y busca figuras con significado, o al que visita una instalación y no encuentra belleza formal.