Que vivimos en un inquietante y extraño cosmos ya nadie
lo niega. Este curso nos ofrece fenómenos extraños: un alumno de bachillerato
tiene que elegir entre Cultura científica, Religión o Ética. El viejo proyecto
de la Ilustración no logra arrancar del todo por estas tierras. Los sistemas
educativos, que deberían preparar a nuestros alumnos para saber utilizar el
método científico, tanto en las ciencias de la naturaleza como en las ciencias
humanas, y para ser ciudadanos críticos y participativos, se convierten cada
legislatura en una marioneta en manos de oscuros intereses.
El
fanatismo y la superstición quizás nunca sean extirpados de las sociedades, sin
embargo nuestra responsabilidad como educadores estriba en mantener como ideal
regulativo la racionalidad y el escepticismo sistemático. Proponemos en esta
sección un ejercicio de reflexión sobre el conocimiento científico, sobre la
filosofía y sobre las artes. Hablaremos de libros y revistas de divulgación
científica y filosófica, pero siempre examinando críticamente el contexto
social y político en el que surgen. Recorreremos, entonces, los senderos de la
razón y la experiencia, adentrándonos en los intrincados recovecos de la
creatividad.
El título
de este artículo es una frase de Peter Atkins, químico y divulgador de la
ciencia. Está extraída del libro “Indagaciones
de un científico acerca de las grandes cuestiones de la existencia”
(Alianza Editorial, 2014). Ha abordado la química física, la química inorgánica
y la química cuántica. Es un pensador optimista, ilustrado. Su confianza en el
método científico y sus intereses filosóficos le han llevado a tratar los
grandes interrogantes acerca del ser, con un enfoque claramente materialista,
naturalista y ateo.
Atkins ha
escrito un jugoso libro de sólo ciento cincuenta páginas. Con un estilo ágil,
va entrelazando los argumentos de forma clara. No oculta sus premisas. En la
estela de Richard Dawkins o Daniel Dennett, por mencionar algunos ejemplos,
investiga esas preguntas radicales que filósofos y científicos se formulan
constantemente. Pero las aborda desde la razón. En todo momento queda claro que
los atajos de la religión sólo suponen un abandono de la racionalidad humana.
Ni los creacionistas ni los partidarios del diseño inteligente ofrecen
verdaderas explicaciones.
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Miguel Parra |
En primer
lugar, el comienzo. Todos los mitos han elaborado narraciones para ofrecer
respuestas a la pregunta sobre el origen del universo. La pregunta es compleja,
desde luego. La ciencia ha retrocedido hasta los instantes iniciales. Sabemos
ya mucho del primer segundo. La teoría del Big Bang ha refinado sus
descripciones utilizando los datos
experimentales y las matemáticas. Aunque es cierto que siempre quedará una
última pregunta, hoy se habla de las fluctuaciones cuánticas del vacío para
explicar el surgimiento del universo. La ciencia siempre está de camino: busca
lo más simple para explicar lo más complejo. Recurrir a agentes creadores de
carácter divino es una solución fácil, tan fácil que sólo prueba la pereza
intelectual de quien la esboza. Para Atkins “no es que surgiera algo a partir
de la Nada, sino que la Nada original se convirtió en una Nada actual mucho más
interesante y potente cuando ocurrió algo que separó la Nada en opuestos
eléctricos”.
A continuación viene la pregunta por el
origen de la vida. Obsesionados con la finalidad, buscamos siempre una
inteligencia ordenadora del cosmos. Los creacionistas y los partidarios del
diseño inteligente creen que la materia por sí sola no ha podido llegar a
organizarse con tal grado de complejidad. No admiten que la entropía, el azar y
la selección natural hayan sido suficientes para dar lugar a estos sistemas
llamados seres vivos, incluso inteligentes. A pesar de que queda mucho camino
por recorrer, Atkins, como ya dijera Descartes en su momento, sostiene que la
capacidad del método científico permitirá acercarnos a explicaciones cada vez
mejores. Como ejemplo, el concepto de vida: “podría ser la conservación de
información mediante un flujo de energía. De modo que un organismo vivo sería
un dispositivo que consigue esa conservación, tal vez a falta de su propia
inmortalidad, mediante la transmisión de la complejidad estructural que
contiene la información a una serie de generaciones capaces de adaptarse para
competir y desenvolverse en un entorno cambiante”.
http://www.diariodejerez.es/article/jerez/2131334/desterrar/la/ignorancia/conservando/asombro.html