jueves, 11 de septiembre de 2014

ÉTICA DE ROEDORES XXV: PERDAMOS EL MUNDO.

¡Perdamos el mundo, entero, con su luz, con sus escombreras, con sus buenas intenciones, con sus calles, con sus ciudades, con sus meandros! No es tan difícil. Perdamos el mundo como si fuésemos a construir otro diferente. Perdámoslo todo. Perdamos las ciudades y sus ingenuidades. Busquemos a los perdidos, a los que dan todo por perdido y aprendamos de ellos. No nos hace falta nada más. Hay demasiada realidad. Perdamos el universo. Sigamos el rastro de los pinceles, porque en los pinceles está todo. Pero perdamos todo lo demás, todo lo que nos aburre: los grandes discursos, las promesas raras, los arrepentimientos de media tarde, los juicios severos, las estadísticas certeras... Perdamos el sentido de la realidad, de esa realidad. Sólo queremos perder. Perdamos lo que no nos merecemos, lo que no entendemos, lo que jamás comprenderemos. Perdamos las casas, las ciudades, los sillones, las ingenuidades de media noche. Si lo perdemos todo, al menos, nos quedará el rastro errante del pincel dionisíaco.