lunes, 15 de julio de 2013

ANIMALES Y COMUNIDAD III: DERECHO A LA EDUCACIÓN.

 Nos suele parecer exagerado, extraño, incluso irracional, hablar de derechos de los animales. Es verdad que el concepto de derecho va asociado al concepto de persona, dignidad y valor absoluto. Afirmamos que los derechos son exigencias inaplazables de las personas. Ese derecho a exigir no nos lo puede arrebatar nadie. Pero también es verdad que los derechos requieren la existencia de una comunidad, de los otros. Si el otro no reconoce mis derechos, entonces se quedan en meras expresiones de deseos individuales. Condición necesaria de la dignidad es que sea reconocida, atribuida, por los demás. Incluso cabe decir que los derechos son un tipo de interacción social. No existen por sí mismos en ninguna esfera moral con realidad propia. 
  Los animales domésticos son parte de nuestra comunidad. Son seres comunitarios, si no queremos utilizar la palabra ciudadano. Esta pertenencia a la comunidad les proporciona un amplio abanico de relaciones sociales, desde nacimiento. Luego, no sería exagerado admitir que estas relaciones sociales les generan derechos. Exigimos, por ejemplo, que un amo trate bien a su perro, que no le haga daño y le dé de comer. Son obligaciones del amo y derechos del perro. El perro, como miembro de la comunidad, tiene derecho a ser tratado con respeto. Del mismo modo, cuando vemos que un perro se porta mal, decimos que su amo tiene la obligación de educarlo. No culpamos a sus instintos caninos. La relación social amo-perro genera unas obligaciones y unos derechos fundamentales. El perro tiene derecho a una educación.
  Y educar es algo muy complejo. Garantizar una educación a los animales implica construir instituciones que velen por ese derecho. Hasta ahora se ha dejado al azar. Si un perro tiene suerte y cae en una familia razonable, el animal desarrollará las virtudes correspondientes. Si el amo no cumple sus obligaciones, el animal sufrirá mucho a lo largo de su vida y no tendrá las mismas posibilidades que otros perros de desarrollar una vida feliz. No nos queda más remedio que constituir esas instituciones comunitarias que garanticen que los amos educan a sus perros. Y así, aquel proyecto que se inició en Grecia podrá seguir creando senderos de libertad e igualdad.