No se dejaba coger, porque no le gustaba. Si lo agarrabas, descuidado y a traición, salía disparado como si estuviese untado en aceite. Mofletudo y bigotudo, correteaba a tu alrededor sin prestar atención. Era Marvin... De su afición a la electricidad tuvimos noticia en nochevieja, cuando se comió un cable de la televisión. Así era Marvin. Y no lo confundáis con Marvin Harris, el gran antropólogo del materialismo cultural... Como todos los seres de este mundo, vivió en un laberinto. Menos mal que Ariadna le mostró el camino con su inteligencia y su bondad.
viernes, 26 de marzo de 2021
jueves, 25 de marzo de 2021
Meditaciones de un buzo
A lo largo de estos meses he pensado mucho en los buzos. La existencia se ha vuelto pesada, como si lleváramos una escafandra reluciente, como si nuestras vidas transcurrieran en las profundidades de un océano oscuro e infinito. Hemos contemplado el mundo a través de un cristal. Aunque la presión nos angustiaba y la incertidumbre era espesa, hemos pensado el mundo en toda su amplitud, temporal y espacial.
La
filosofía no aporta conocimiento objetivo de la realidad, eso lo llevan a cabo
las ciencias. Los filósofos, como mucho, manejamos ideas, conceptos, y algunas
reflexiones de segundo grado, nada más. Si se puede hablar de utilidad en estos
casos, las ideas nos sirven para obtener una visión global de lo que ocurre.
Como buzo, estas son algunas de mis ideas sumergidas.
Al
habitar las profundidades, nos hemos encontrado con la oscuridad, la
ignorancia. En la sociedad de la información y el conocimiento, el no saber es
el peor de los males. De repente, todo el saber acumulado parecía no servir
para nada. Nadie supo predecir el desastre; nadie supo qué estaba ocurriendo. La
sociedad del espectáculo se vino abajo, todo era una farsa.
De
la oscuridad nacieron la incertidumbre y el miedo. Carecer de explicaciones
supone no saber qué va a ocurrir. El miedo se instaló en la sociedad feliz del
consumismo. Las viejas narraciones, ésas en las que al final el bien vence
sobre el mal, ya no funcionaban. La sociedad del riesgo se transformó en
sociedad del miedo. Problema: no estamos entrenados. El miedo a que el suelo
desaparezca bajo nuestros pies era un miedo propio de regiones lejanas, zonas
olvidadas en los confines del sistema solar…
Fue entonces cuando llamamos a las puertas de los laboratorios y los centros de investigación. Casi con exigencias y malos modos. La ciencia tenía que solucionar el problema inmediatamente. Tenían que ser los héroes de esta historia perversa. De pronto, la investigación científica era esencial para nuestras vidas. Las condiciones tan precarias en las que se desenvuelven los investigadores volvieron a salir a la luz. Pero ahora debían estar preparados para abordar el fin del mundo…
Y la sociedad posmoderna, relativista y adicta al fragmento, exigió hablar de la verdad y de la mentira. Con el fin del mundo a la vuelta de la esquina, los negacionistas y los amantes de las noticias falsas suponían un grave peligro para la civilización. La ley del péndulo. De negar el concepto de verdad hemos pasado a considerarlo un pilar básico en la reconstrucción del mundo. Incluso hemos llegado a dejar a un lado toda crítica que ponga en cuestión la actividad de las instituciones encargadas de producir verdades. Algunos confunden el negacionismo con el sano escepticismo…
Trabajar
en las profundidades, con tanta presión, exige claridad de ideas,
responsabilidad y mucha coordinación. Los que se dedican a los asuntos públicos
se han esforzado para gestionar el gran problema. Sin embargo, los parlamentos
nos han hecho dudar sobre los verdaderos fines de semejantes desvelos. Porque
detrás de ese tremendo esfuerzo por evitar la catástrofe estaba el deseo
infinito y absoluto de conservar el poder o de alcanzarlo. El diálogo y el
acuerdo han sido escasos. Unos confunden la oposición con la destrucción, y otros
el gobierno con el ciego dominio…
Y los ciudadanos a lo nuestro, a incumplir las normas en cuanto no hay un castigo a la vista… Hemos mostrado una terrible carencia de virtudes cívicas, de sentido del bien común y de la responsabilidad. La culpa es de los políticos, del sistema, de las multinacionales y de los grandes señores que controlan el universo… Y nos hemos quedado tan a gusto. Nuestro incumplimiento sistemático de las directrices para salir del abismo parece ser que no tiene ningún efecto sobre la realidad. Somos víctimas, seres con derechos y sin obligaciones, seres nacidos para consumir y ser felices. Hemos olvidado, o no hemos aprendido, qué significa ser ciudadanos en una sociedad democrática. Algunos confunden ser un ciudadano crítico con eludir las responsabilidades…
sábado, 20 de marzo de 2021
DEMANDA
Todos los poemas son por encargo. ¡Que nadie se atreva a negarlo! La belleza del mundo nos pide un poema. Las miserias de la vida nos piden otro. Hasta la duda se atreve a solicitar esa forma de ser que llamamos poema. Solo unos pocos humanos son capaces de ingresar en el espacio puro de la poesía. Los demás nos conformamos con la prosa poética, ese suelo híbrido donde todo ser pensante y amante de los erráticos senderos del lenguaje es bien recibido. Todos los poemas son por encargo de la vida. Y vienen al mundo para ampliarlo, para que no se quede en nada, porque el mundo sin poesía es poca cosa... La inspiración es una oficina donde las entrañas de la realidad rellenan formularios. Los poetas anotan los pedidos en cualquier papel. Vale todo tipo de soporte físico. Lo importante es saber registrar lo que las miradas de los otros reclaman. Los mayores pedidos vienen del amor y la justicia. Siempre ha sido así. A los poetas les pedimos que resuelvan el misterio del cosmos. Con sus versos quizás sepan describir lo que une a los seres en una realidad efímera y absurda. Les pedimos mucho.
jueves, 11 de marzo de 2021
MARTE
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Ilustración de Luis Miguel Morales Galante ‘MOGA’ |
Lo de ir a Marte parece que va en serio. Lo que comenzó siendo una curiosidad se ha vuelto una necesidad. Si los marcianos no dan señales de vida aquí, tendremos que ir allí, pero para quedarnos, porque la vida en la Tierra tiene los años contados. Hay muchas formas de llegar a Marte. Hace miles de años que los humanos llegamos, con la observación y con las palabras. Nuestro interés por el cuarto planeta del sistema solar viene de lejos. Marte es del dios de la guerra, el segundo día de la semana y el tercer mes del año.
Es uno de los cuerpos celestes que, desde nuestra perspectiva, se desplaza sobre el fondo de las estrellas fijas. Planeta en griego significa errante, vagabundo, el que va de un lado para otro. Y es, ante todo, el planeta rojo, debido al óxido de hierro. Su diámetro es la mitad que el de la Tierra. Tuvo abundante agua y una atmósfera rica en dióxido de carbono. Su núcleo se solidificó y fue perdiendo tanto su atmósfera como sus océanos. Sin apenas presión atmosférica, sin ciclos hidrológicos y procesos de reciclaje, Marte se convirtió “un desierto seco y polvoriento” con temperaturas medias de -55ºC, explica Carlos Briones en su libro ¿Estamos solos? (Crítica, 2020).
Desde Galileo, en 1609, la utilización de telescopios nos
fue acercando cada vez con más detalle a su atractiva superficie. La
observación que hizo el astrónomo italiano Giovanni V. Schiaparelli en 1879
desembocó en una interpretación errónea que desató la imaginación de los
lectores durante décadas. Describió unas estructuras, unos “canales”. Esa
palabra, que en un principio tenía un sentido geológico, al pasar al inglés
adquirió otro de carácter tecnológico, artificial, explica Briones. Así,
comenzó a circular la idea de que había canales artificiales construidos por
alguien para conducir agua.
Un planeta similar al nuestro, en la zona de habitabilidad…
Todo encajaba a la perfección para que fuese cuna de alienígenas, con cabeza,
tronco, brazos y piernas, por supuesto. Fascinados ante el posible contacto con
otros seres inteligentes, y asustados ante una posible invasión, los seres
humanos elaboramos relatos apasionantes. La hipótesis de vida inteligente en
Marte se extendió por todos los ámbitos de la cultura. Hasta que los nuevos
telescopios y las sondas espaciales mostraron lo que de verdad eran aquellas
formaciones. Las expectativas se redujeron: ahora bastaba con encontrar agua y
alguna forma simple de vida, o algún rastro de ella, si es que la hubo.
Que la Perseverance haya llegado al planeta rojo en plena
pandemia puede dar lugar a diferentes valoraciones. Para unos, estamos ante un
acierto de la ciencia y la tecnología, una muestra más del progreso humano.
Para otros, se trata de otra demostración de cómo las necesidades sociales van
por un lado y los grandes proyectos de investigación por otro.
Cuando los resultados de los grandes proyectos científicos
aparecen en los medios de comunicación, los ciudadanos descubrimos que existe
la política científica. Es el ámbito en el que se decide en qué investigar y
qué recursos dedicar. Todos los países asignan un porcentaje de su PIB al
desarrollo de planes de investigación, desarrollo e innovación. En esos planes
aparecen los sectores estratégicos en los que investigar y los objetivos que
pretendemos alcanzar. Aquí se concreta qué tipo de ciencia básica queremos
potenciar, y qué relación va a tener con la innovación tecnológica que la
economía reclama. La política tecnológica determina la relación entre ciencia,
tecnología y sociedad.
Como nunca se debate esa relación, damos por hecho que se
trata de una conexión natural y lineal. Se investiga y se construye lo que es
necesario. Lo que es posible. Investigamos la naturaleza y sus leyes, de ahí se
deriva una cierta tecnología. Se nos presenta como si fuese el único camino
posible si seguimos el método científico.