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Ana Erman |
viernes, 25 de mayo de 2018
JARDÍN SUR
miércoles, 23 de mayo de 2018
EUTANASIA Y VIDA DIGNA
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Joan Miró |
Se propone en esta Proposición la redacción de una “ley de
disposición y soberanía sobre la propia vida que garantice la libre autonomía
personal y, a su vez, la protección de los colectivos más vulnerables”. Esa
ley, nos dicen, debería contener: “Una definición
clara de los conceptos. Las condiciones que deben darse para llevar a cabo la
eutanasia y el suicidio médicamente asistido. Las características que debe
tener el paciente. Los requisitos que debe cumplir el personal sanitario en la
toma de decisiones y en la actuación. Y la composición, las tareas y las
competencias de los órganos de supervisión y control.” Como modelo proponen la
ley holandesa de 2001. Mencionan más lugares donde se ha aprobado una legislación
similar: Suiza, Luxemburgo, Estado de Oregón (EUA), Estado de Washington
(EUA), Estado de Vermont (EUA), Quebec, Estados de Montana y de California
(EUA), Colombia y Canadá.
No
es la primera vez que se intenta debatir el tema de la eutanasia en el
Congreso. Los expertos en lógica parlamentaria temen que este debate se diluya
en el tiempo y no llegue a ninguna parte. Por lo visto, hay muchas estrategias
reglamentarias que permiten estancar un debate o hacerlo desaparecer. Y es una
pena, porque es un tema de interés general. La necesidad de legislar sobre este
asunto es evidente. En la Proposición se menciona la última encuesta realizada por The Economist en quince países en junio de
2015. En España un 78 % se muestra a
favor de legalizar la eutanasia, solamente un 7 % en contra y un 12 % NS/NC.
No veo ninguna razón ética para
rechazar la eutanasia voluntaria, el suicidio asistido. Despenalizar la
eutanasia supondría ofrecer una herramienta para vivir con dignidad los últimos
momentos. Así pues, tiene que ver con la vida, claro que sí. Y nadie estaría
obligado a utilizarla. Bien regulada, no perjudica a nadie. Disfrutar de ese
derecho no conlleva ningún daño para otros ciudadanos. Es un desarrollo de la
libertad individual, de la autonomía personal. Lo que es inconcebible es que
uno no pueda vivir con dignidad hasta el final. Nadie debería poder obligarnos
a vivir si ya no lo deseamos. Hasta ahora se ha tratado a los pacientes como
niños, como si de golpe perdieran el control de sus existencias. La decisión de
recurrir al suicidio asistido es nuestra, no del Estado. Las instituciones
sanitarias y jurídicas solo serían un medio, un instrumento, un marco de
posibilidades. La decisión autónoma y consciente la toma la persona, en el momento
o mediante testamento vital. Ella sería la única responsable moral de elegir su
final. La muerte es parte de la vida, suele decirse. Habría que añadir que es
parte de mi vida.
Si el debate parlamentario
se lleva a cabo como es debido, debería ser largo y pausado. Y los ciudadanos
deberíamos participar de algún modo en esas discusiones. Aunque existen
comisiones de bioética que asesoran a las instituciones, como el Comité
Consultivo de Bioética de Cataluña, no vendría mal una participación directa de
la ciudadanía. Los partidos políticos, nuestros representantes, mantienen
posiciones ideológicas sobre este tema. Sin embargo, la disciplina de partido
en cuestiones éticas paraliza el verdadero diálogo. Ha ocurrido con otros
debates similares. Un referéndum no sería mala idea, al menos hablaríamos.
jueves, 10 de mayo de 2018
AL FILO
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Miguel Parra |
martes, 8 de mayo de 2018
AUTARQUÍA Y FELICIDAD
Fernando Savater en “Las preguntas de la vida”
distingue entre información, conocimiento y sabiduría. La información, nos
dice, “presenta los hechos y los mecanismo primarios de lo que sucede”. El
conocimiento reflexiona sobre esa información, “jerarquiza su importancia
significativa y busca principios generales para ordenarla”. Por último, la
sabiduría “vincula el conocimiento con las opciones vitales o valores que
podemos elegir, intentando establecer cómo vivir mejor según lo que sabemos”. La
ciencia se mueve entre la información y el conocimiento, mientras que la
filosofía lo hace entre el conocimiento y la sabiduría.
Si los ciudadanos ven la filosofía como una actividad inútil
es porque no hemos sabido explicar bien la distinción que realiza Savater. De
hecho, hemos transmitido que la filosofía es una labor teórica, olvidando que
su objetivo es práctico: ser felices. Claro que la teoría es necesaria. Sin
explicación racional, sin reflexión, no puede haber una acción prudente que nos
conduzca a la vida buena. Pero nos hemos enredado en los medios, en las
herramientas conceptuales, y hemos perdido de vista el fin que da sentido a la
actividad filosófica. Así, el ciudadano no sabe por qué debe conocer esa ristra
de teorías. Si el conocimiento lo proporcionan las ciencias, nadie ve necesario
conocer esas ideas filosóficas.
La filosofía no busca el mero conocimiento, sino que
persigue la sabiduría. El sabio busca la felicidad, ni más ni menos. Es el fin
último de todos nuestros actos, decía Aristóteles. Y debe ser un fin que se
busque por sí mismo, no como medio para obtener otros bienes. Sea lo que sea la
felicidad, ha de cumplir ese requisito. Todos los pensadores griegos coincidieron
en esta idea. Pero hay otra, y no menos importante. La felicidad ha de estar
relacionada con nuestra esencia, con aquello que nos define y nos distingue de
otros seres del mundo. Luego viene la parte más complicada: aclarar qué
actividad cumple esas condiciones.
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Epicuro |
La autarquía, autosuficiencia, fue mencionada por todos los
sabios griegos. Para los socráticos, epicúreos, estoicos, cínicos y escépticos, la felicidad estaba relacionada
con el dominio racional de nuestras necesidades y deseos, que luego se
concretaba en bienestar, serenidad y libertad. Ingredientes de la felicidad: no
necesitar más de la cuenta, no ser esclavos de nuestros deseos y encontrar una actividad
que nos satisfaga como fin en sí misma, no como un medio para otros bienes.
Hallar una actividad así requiere el uso de la inteligencia práctica. Y el
conocimiento que tenemos sobre nuestra naturaleza debe ayudarnos a elegir.
La época helenística y la nuestra se parecen en algunos
aspectos. Descartada la participación democrática, los ciudadanos intentamos
sobrevivir en un mundo saturado de información y nuevas necesidades. Encontrar
la felicidad, tranquilidad y autorrealización, se presenta como una tarea
individual. En el océano de la información y el consumo desbocado, tanto el
conocimiento como la sabiduría parecen inalcanzables. Hoy las personas
alardeamos de necesitar muchos productos. Si no necesitas algo, es que no estás
al día, estás fuera de juego. Manejamos información fugaz: no hay tiempo para
la teoría, y mucho menos para la sabiduría.
Comprender el mundo, saber dónde
estamos y cómo funciona nuestra sociedad, puede acercarnos a esa
autosuficiencia. También conviene saber distinguir entre las necesidades naturales
y las necesidades diseñadas en los laboratorios del mercado. Buscar el placer,
el bienestar razonable, tampoco viene mal. Sin olvidar, por supuesto, el placer
estético, contemplación desinteresada de la belleza, y la creación artística,
el mejor camino para evitar el aburrimiento. Y lo más importante, encontrar ese
trabajo en el que puedas desplegar tus capacidades con los demás, sin tratar a
nadie como un objeto. Así enlazamos a Epicuro con Kant, Schopenhauer, Nietzsche
y Marx. Para lograr esta autosuficiencia individual, que se concreta en
autonomía moral y libertad, se requiere un sistema económico y político que la haga
posible.
lunes, 7 de mayo de 2018
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