Cada segundo, cuando las certidumbres
se derrumban, aparece ese instinto creador que recupera lo perdido y adormece
los dolores.
Cada
segundo, cuando las dudas se esconden, aburridas de esperar, brota la traidora
racionalidad que nos distingue de las piedras.
Cada
segundo, cuando los sentidos se ofuscan, nace el noble deseo de construir otro
universo con una caja de cartón.
Lo que sabe la física y la biología no
nos sorprende ni intimida. Como seres materiales, formamos parte de un continuo
de espacio y tiempo. Somos partículas, átomos, energía. Somos estructuras vivas
que retienen por un instante el caos y la dispersión. Todo tiende al desorden,
a enfriarse, a diluirse. Y la filosofía, junto con las religiones, recurre a
las metáforas para dibujar este flujo: línea recta, flecha, círculo, espiral o
laberinto. Mas saben los filósofos que nuestra percepción del tiempo siempre es
interesada. Esa es una de las trampas de la autoconciencia. Aunque sabemos que
somos masas que deforman ese espacio-tiempo y que la aceleración de un cuerpo
curva esa malla esencial, también sabemos que, para los humanos, tiempo es
pasar el tiempo, perder el tiempo, no tener tiempo o pensar el tiempo.
Materia
organizada: si miras tu mano o tu cara, hallarás pliegues ocultos, tramas
numéricas, reacciones encadenadas.
Materia
desorganizada: si miras tus arrugas y sientes tus dolores, descifrarás el
lenguaje del desgaste y la erosión.
Materia
consciente: si miras tu mirada, te reconocerás como ser pensante que atraviesa
el espejo para no volver.
Los senderos creativos nos sirven para
acabar con el aburrimiento. Todas las vanguardias artísticas del siglo XX han
intentado aniquilar la monotonía adormecedora del capitalismo y la sociedad de
consumo. El aburrimiento del que hablamos es sinónimo de alienación, de
cosificación o de embrutecimiento. Cada uno a su manera, desde el cubismo al
arte conceptual, todos han concebido el arte como una forma de erosionar la
maquinaria del tedio. Han retorcido la materia para definir nuevos territorios,
ajenos a la rutina mercantilista, ajemos al hastío de nuestras mentes. Las
vanguardias anhelan situaciones inesperadas, conscientes e inconscientes, situaciones
que alteren el orden establecido. No concebían un arte que no fuera subversivo.
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Miguel Parra |
Eres
la espiral de los días: tu huida carece de sentido si es sólo huida.
Eres
el bucle de los días: jamás saldrás del laberinto sin la conciencia poética del
desastre.
Eres
un maldito roedor enjaulado en un reloj de arena: si huyes del juego de las
tardes, nunca conocerás la esencia de los ritmos y la pureza de las mañanas.
La revolución cultural consiste en una
toma de conciencia: nos damos cuenta de que la maquinaria del tedio controla
nuestros tiempos, los crea, domina nuestro ritmo vital para atrapar nuestras
mentes. Si la obra de arte es un juego, actividad con reglas, entonces el
tiempo es apresado por ese juego. La actividad artística se basta a sí misma.
Quien entra en el juego poético no espera nada más, si es un verdadero poeta.
El juego creativo y contemplativo pretende dominar los tiempos de espera, para
acoplarnos a los ciclos naturales. Y la liberación implica la dialéctica entre
autonomía formal y crítica de las estructuras de poder.
Deseas
otras constelaciones: por eso escribes, pintas o cantas, porque esa sintaxis
desmorona los viejos cimientos y atasca los engranajes.
Deseas
otra anatomía: otros brazos, otras piernas, otro universo, otros estilos, otras
formas de contar el derrumbe.
Deseas
otros senderos, otras formas de pensar. Porque sabes que sólo la creación de
tiempo no administrado puede ofrecerte libertad. Las artes y las ciencias, si
son originales, arriesgadas, generan grietas en el hormigón del tedio diseñado
por la clase dominante.