“Todavía estás a tiempo de reconstruir tu casa, reescribir tu historia,
desaprendiendo al fin lo consabido.”
Decía Eliot
que la única crítica literaria posible
sobre un poema consiste en volver a leerlo. Se trata de unas palabras
citadas por J.M. Caballero Bonald para recordarnos la imposibilidad de explicar
cualquier verso. Con más razón en el caso de “Desaprendizajes” (Seix Barral, 2015), un libro de poesía
condensada, repleto de ideas. El lector percibe inmediatamente que se encuentra
ante unos poemas que deberá leer infinitas veces, y ninguna por obligación.
Degustará los pensamientos sin prisa. Y en cada relectura apreciará la densidad
exquisita de un escritor escéptico, inteligente.
Imágenes de
su historia personal (de esa leyenda privada que es la identidad, un recuerdo
impreciso) atraviesan los poemas, imágenes cargadas no sólo de reflexiones,
sino también de emociones y experiencias estéticas significativas. Felipe
Benítez Reyes resaltó el ímpetu creativo de Caballero Bonald, un ímpetu
juvenil, que nace de la rebeldía y el inconformismo. Claro que esa rebeldía,
dice el autor del libro, hay que entenderla también como resistencia: “Con la
poesía me defiendo de lo que me ofende, de los desmanes que ocurren a mi
alrededor”.
Que los
textos no posean la estructura del verso cortado no significa que no sean
poemas. Si alguno tuvo la tentación de llamar a estos escritos “prosa poética”
o algo similar, no ha acertado. Así de claro lo dejó el autor nada más comenzar
su intervención: “Es un libro de poemas, aunque el texto esté dispuesto
tipográficamente en forma de prosa. No me gusta llamarles poemas en prosa. Es
un apelativo equívoco con el que no estoy conforme. Son poemas, pero la
apariencia es de prosa”. Por lo tanto son poemas dedicados a reflexionar, para que
el lector piense con ellos: “Es un libro reflexivo, meditativo. Más propio para
leer en la intimidad que para oír en los labios de otra persona, aunque sea el
autor”.
¿Sobre qué
temas tratan? Ya el título indica el tono: escéptico, corrosivo y descreído. La
edad de J.M. Caballero Bonald, su experiencia, es muy propicia para una
reconstrucción radical de lo vivido y pensado, tan necesaria siempre: “Puede
parecer un título áspero, árido, incluso insultante, pero en realidad es
humilde lo que quiere sintetizar… Hay cosas que se han aprendido mal, de forma
deficiente, y que hay que olvidar o aprender de otra manera, la que produzca
nuestra conciencia vigilante”. Todo lo que dimos por natural, por verdadero y
fundamentado, se desvanece con el tiempo, cuando hemos dejado que la razón
trabaje sin miedos, sin compromisos. Las imposiciones pueden venir tanto de
fuera como de dentro, que son las peores, de nuestras zonas más sombrías: “Son poemas
que penetran en un mundo del que ni yo mismo sé cómo salir… Cada uno tiene su
parte oscura: yo también me asomo a esa parte oscura, intento aclarar por dónde
voy pero a veces me confundo, a veces me pierdo, no sé la respuesta… Hay muchas
preguntas en este libro… algunas he respondido, pero muchas no tienen
contestación”.
La forma de
escribir los poemas le permite ser tajante y poético a la vez. Las frases, que
son sentencias filosóficas, éticas y políticas, adquieren un tono poético
inesperado mediante la adjetivación precisa, las metáforas y otras figuras al
servicio de la mirada liberadora y crítica. Escribir es resistir: “Hay que
reaccionar contra ciertos lavados de cerebro que te hacen pensar que hay
verdades absolutas.”
En todas
las páginas del libro hay belleza ácida suficiente para pasar un buen rato
meditando. Al final de la sesión pude preguntarle al escritor sobre su poema
titulado “Ciudad de sectarios”.
CIUDAD DE SECTARIOS
Desde la ventana se alcanza a vislumbrar una ciudad apenas deseable.
Tampoco es propiamente una ciudad que se haya mantenido consecutivamente
adscrita a los rechazos del observador, sino que ha ido adocenándose,
envileciéndose conforme acudían a su arrimo gregarios de varia catadura,
jerarcas escoltados por sus correspondientes moscas de muladar, híbridos de
clérigo y conmilitón, cabreros pertrechados del poder de los truhanes, todo un
censo abominable engrosado en los últimos lustros con nuevos prosélitos y
consanguíneos. (…)
Su respuesta,
inteligente, nos hizo reír:
Hay un poema que se titula “Ciudad
de sectarios”. Me imagino que no se refiere a una ciudad muy lejana… ¿Hemos
desaprendido lo suficiente?
Es un
poema muy concreto. Recuerdo vagamente el poema… Sí sé que penetraba en una
crítica a una sociedad, a un conjunto de episodios urbanos con los que estaba
disconforme…
¿Se refiere a Jerez?
No, no me
refiero a Jerez. Me refiero más bien a Madrid. Pudo ser Jerez en cierto
momento, ya no.
SOBRE LA EFICACIA DE DE LA DUDA
La carencia de dudas vertebra el catecismo del dogmático. Nadie que esté
seguro de todo lo que afecta a su experiencia cotidiana, a sus condicionantes
afanosos, está capacitado para esgrimir la incauta potestad de lo irrefutable,
sólo podrá emular a los que gustan de la hipocresía como incumbencia del saber.
Nunca es lo fidedigno una premisa ni siquiera fugaz para acceder a la espesura
del conocimiento, pues ninguna lección más perniciosa que la que suministran
quienes jamás incurren en erratas. Hartos impartidores de verdades se juntan de
continuo en los podios del discernimiento, allí donde se dilucidan las más
conspicuas tramas de lo nunca dudoso. Qué palabra inhumana la palabra certeza,
dije en difusos días discordantes. Pero aquí no hay respuestas, sólo preguntas
imprecisas, volubles, provisorias. Nada es palmario ni veraz, todo es versátil
y azaroso. Pobre de mí que, después de tan tenaces pretensiones, apenas he
logrado dudar de unas pocas materias esenciales de la vida.
http://www.lavozdelsur.es/hay-que-reaccionar-contra-ciertos-lavados-de-cerebro
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