Todo término filosófico, decía
Adorno, es la cicatriz endurecida de un problema no resuelto. Es lo que ocurre
con el concepto “humano” y sus
derivados. Aclarar qué nos hace humanos es el motor de la actividad científica,
filosófica, literaria y artística. Pensar implica necesariamente analizar qué
nos define como especie y qué lugar ocupamos en el universo. Para Kant, la
pregunta por el ser humano incluye a las demás: queremos saber qué podemos
conocer, qué debemos hacer y qué nos cabe esperar.
Es interesante analizar en qué casos aplicamos el adjetivo inhumano. Decimos que es inhumano hacer
sufrir innecesariamente a una persona, pero no decimos que la corrupción
política sea un acto inhumano. Es sinónimo de irracional. Y otra vez de la mano
de Kant: lo inhumano atenta contra la dignidad. La persona es un fin en sí
mismo, no es un medio ni un instrumento. No somos un objeto más. Lo humano,
según el enfoque ilustrado, brota de la racionalidad, que abarca tanto la
sensibilidad como el entendimiento.
Desde
el punto de vista evolutivo es difícil determinar en qué momento surge lo
humano. Se trata de un largo proceso de selección natural. Los restos fósiles
nos hablan del tamaño del cráneo, de las estructuras óseas, de las
herramientas, del desgaste de los dientes… Quizás nunca sepamos en qué momento
surgieron el lenguaje y la conciencia. La capacidad simbólica implica vivir en
grupos y acordar el significado que atribuimos a un signo. Lo humano, entonces,
aparece asociado al hecho de vivir en familias y grupos. Compartimos muchos
rasgos con el resto de los primates. Y no hay una línea de demarcación entre
nosotros y los demás animales. Dice Frans Waal que los seres humanos podemos
ser tan agresivos como los chimpancés y tan solidarios como los bonobos.
También va a ser difícil precisar en qué momento vamos a dejar de ser humanos…
Miguel Parra |
Las ciencias son hoy tecnociencias, es decir, conocemos para
transformar. De ahí que el humanismo haya dejado paso al transhumanismo y al
poshumanismo. La tecnología nos permite modificar la naturaleza humana. Ya no nos
conformamos con reparar nuestros cuerpos, ahora queremos mejorarlos. La esencia
del ser humano pasa a ser un proyecto de las tecnociencias.
Luc Ferry en “La revolución transhumanista” (Alianza
Editorial, 2017) aborda este nuevo debate. Las nuevas tecnologías son conocidas
por el acrónimo NBIC: nanotecnologías, biotecnologías, informática (big data,
internet de las cosas) y cognitivismo (inteligencia artificial y robótica). El
transhumanismo tiene como objetivo mejorar la condición humana: no sólo
reparar, curar, sino también perfeccionar, aumentar nuestras capacidades. Para
lograrlo, dice Ferry, este movimiento tiene a su disposición grandes medios
materiales y científicos. El transhumanismo está a favor de un uso intensivo de
las células madre, la clonación reproductiva, la hibridación hombre/máquina, la
ingeniería genética y las manipulaciones germinales. No hablamos sólo de curar
enfermedades. Incluso la vejez y la muerte son males que hay que evitar si es
técnicamente posible.
Ya los pensadores ilustrados, como Condorcet, hablaron de
mejorar, a través del método científico y la técnica, la vida del ser humano. Luc
Ferry aclara que dentro del transhumanismo hay dos corrientes. Por un lado
están los que simplemente quieren mejorar la especie humana sin renunciar por
ello a su humanidad. Por otro, están “los que abogan por la tecnofabricación de
una posthumanidad para la creación de una nueva especie, hibridada en su caso
con máquinas dotadas de nuevas capacidades físicas y de una inteligencia
artificial infinitamente superiores a las nuestras”. Señala Ferry que la
pregunta clave es: ¿se trata de que lo humano sea más humano (es decir, mejor,
al ser más humano) o lo queremos deshumanizar, engendrando artificialmente una
nueva especie, la de los posthumanos?
El transhumanismo parte de un
racionalismo materialista y una ética utilitarista. No hay ninguna razón para
negarse a mejorar la especie humana, si lo que deseamos es acabar con la
miseria y el sufrimiento. El transhumanismo es optimista: las tecnociencias
podrán resolver casi todos los problemas. También es consciente de los riesgos,
por eso apela a la prudencia, pero no a la prohibición. Es la razón misma la
que puede regular todos estos procesos sin que se nos vayan de las manos.