martes, 30 de septiembre de 2014

ÉTICA DEROEDORES XXVIII : MIS LABORES

  Hay mucha labor, demasiada labor: destejer lo que ayer estuvimos tejiendo con tanta ilusión y hoy nos parece lo más horrible del mundo. Hay mucho trabajo por delante: desmenuzar las osadas palabras arrojadas al viento con tanta insolencia. Hay mucha faena para mañana: borrar los insulsos senderos que abrimos entre la maleza sin pensar cada pisada. Tenemos una tarea infinita: soportar nuestros hábitos corroídos por el aburrimiento. Empecemos la revolución: que nuestras miradas sean inteligentes y nuestros gestos atrevidos. Hay una gran labor: desmontar las instalaciones de nuestro yo y observar la llanura, el hermoso erial. Y no olvidemos escuchar, porque la utopía del silencio no es una tarea menor. Hay tantas tareas: olvidémonos de nuestras proezas, porque arruinan cualquier impulso creativo. Tareas muy complicadas nos quedan: observar como si nadie observara y huir de la pesada carga de nuestras grandes hazañas. Cuánto trabajo por delante, cuánta revolución pendiente: roer nuestra sombra hasta desgastarla para así poder empezar de nuevo y no aburrirnos con los pliegues acartonados de nuestro ser.

lunes, 22 de septiembre de 2014

ÉTICA DE ROEDORES XXVII: FORTALEZAS

  Sabe el roedor que es fácil construir castillos en el aire. Es tan fácil... Hay fortalezas en los cielos, grandes conjuntos de fortalezas. Y por las torres asoman bravos caballeros para animarse unos a otros y corroborar que todos esos castillos son reales. Y ejecutan al que lo niega. O lo destierran. Son castillos tan sólidos que parecen necesarios, inmutables. Los nobles caballeros nunca bajan a tierra porque en los cielos están los suyos, los iguales, los que les reconocen su linaje. Es una vulgaridad descender. Los de abajo no saben reconocer a los nobles de los castillos. Y los castillos son cada vez más altos y enrevesados. El roedor mira hacia arriba y siente pereza. ¡Tantas escaleras! Prefiere quedarse con los vasallos, los remolones, los que viven en oscuras guaridas y se entretienen con las sombras. ¡Cuántas escaleras! Y los nobles de los castillos aéreos, cuando oyen algún ruido, echan aceite hirviendo para acabar con esos malditos roedores escépticos. Y montan grandes fiestas donde lucen sus condecoraciones, las que se dan entre sí. Y hablan de sus muros como si fueran reales, de sus castillos, de sus fortalezas. Ni los roedores ni los vasallos entienden la lógica que gobierna esas fortalezas. ¡Tantas escaleras! 

viernes, 19 de septiembre de 2014

ÉTICA DE ROEDORES XXVI: SE ENREDÓ.

   Llegó el Gran Legislador y pronunció la palabra Educación. Y se enredó. Se enredó tanto que se olvidó de todo. Se olvidó de las palabras, de los deseos, de las miradas y de los miedos. El Gran Legislador se enredó miserablemente y se olvidó de casi todo. Pobre Legislador. Se enzarzó en discusiones miserables y perdió el tiempo en encajes de bolillos. Triste Legislador. Se olvidó de las preguntas y de las risas. ¿Cómo se pudo olvidar de la ilusión? Pero se enredó con los cables de las nuevas máquinas, con las pantallas táctiles. Y arrinconó la simple palabra y el deseo de saber. El Gran Legislador se ofuscó con las estadísticas y se olvidó del que habla cada mañana, del que pregunta, del que escribe, del que imagina y crea. Pobre Legislador. Es tan sencillo recordar el arte de enseñar... No sabe el roedor cómo ha podido ocurrir esa catástrofe. ¿Serán las pisadas de los dinosaurios otra vez? Menos mal que el roedor sabe disfrutar de ese trozo de queso olvidado en una esquina. Y lo roe despacio, recordando a los que crearon nuevos senderos de libertad con la palabra y el lápiz. Roerá todas las mañanas sin que los dinosaurios se enteren y tejerá más senderos de palabras por los que huir con estilo...

jueves, 11 de septiembre de 2014

ÉTICA DE ROEDORES XXV: PERDAMOS EL MUNDO.

¡Perdamos el mundo, entero, con su luz, con sus escombreras, con sus buenas intenciones, con sus calles, con sus ciudades, con sus meandros! No es tan difícil. Perdamos el mundo como si fuésemos a construir otro diferente. Perdámoslo todo. Perdamos las ciudades y sus ingenuidades. Busquemos a los perdidos, a los que dan todo por perdido y aprendamos de ellos. No nos hace falta nada más. Hay demasiada realidad. Perdamos el universo. Sigamos el rastro de los pinceles, porque en los pinceles está todo. Pero perdamos todo lo demás, todo lo que nos aburre: los grandes discursos, las promesas raras, los arrepentimientos de media tarde, los juicios severos, las estadísticas certeras... Perdamos el sentido de la realidad, de esa realidad. Sólo queremos perder. Perdamos lo que no nos merecemos, lo que no entendemos, lo que jamás comprenderemos. Perdamos las casas, las ciudades, los sillones, las ingenuidades de media noche. Si lo perdemos todo, al menos, nos quedará el rastro errante del pincel dionisíaco.

miércoles, 10 de septiembre de 2014

ÉTICA DE ROEDORES XXIV: LA SUERTE.

¡Qué suerte tienen los artistas! Diseñan mundos paralelos a su antojo, mundos extraños. ¡Qué suerte tienen! Y huyen a través del espejo. Y te dejan mirando tu reflejo sin misericordia. Tienen mucha suerte. Porque los espejos los inventaron ellos: buscaban puertas y crearon espejos. Un día tras otro huyen y vuelven sobre sí mismos. ¡Qué suerte tienen! Y hablan entre ellos como si se comprendieran. Y resulta que sí, que construyen más realidades y más enrevesadas al juntarse y hablar. ¡Qué suerte tienen los artistas! ¿Están entre nosotros realmente cuando discuten sobre la forma y el color? Lo dudo, porque aprovechan cualquier momento para acelerar, para cambiar de rumbo, para esconderse. Odian los techos. ¡Qué suerte tienen los artistas! Dominan el espacio y el tiempo. Nunca están contigo: no te hagas ilusiones. No tienen misericordia los verdaderos artistas. Y ocultarse entre palabras, lienzos, imágenes, sonidos... Y huir de este miserable aburrimiento que nos reseca por dentro... ¡Qué suerte tienen los artistas!

viernes, 5 de septiembre de 2014

ÉTICA DE ROEDORES XXIII: NOSTALGIA.

¿Quién quiere las palabras? Aturdidos, entre las ramas de este bosque siniestro, buscamos los significados, las conexiones. Nostalgia, misterio del cerebro, recuerdos inventados por un yo miedoso. Una palabra lleva a la otra como una imagen enturbia otra. Pero las deseamos, las perseguimos con ese ahínco humano, desconocido en otras especies. ¿Quién quiere las palabras? No me dejes recordar... No me dejes perderme entre las palabras... Tienen las palabras un barniz que las convierte en lo que no son. Esa fina capa de memoria que nos aterroriza. ¿Quién quiere las palabras? No me dejes olvidar porque sin palabras no soy nada. No me dejes recordar porque con las palabras me hundo en este espacio de mis miedos. ¿Quién quiere las palabras? Nostalgia, trampa mortal de nuestros deseos más profundos, de nuestros días más felices. Sabe el roedor que dominar la nostalgia es la mayor libertad que uno puede alcanzar. Saber que vamos a recordar lo que estamos viviendo con ardor y tristeza. Saber que el instante que vivimos será eterno. Lo viviremos siempre. Ya lo estamos viviendo en ese recuerdo futuro. ¿Quién quiere las palabras?