martes, 14 de noviembre de 2023

Educación y paz

 

Dibujo de Domingo Martínez González

    Las guerras muestran la dimensión más irracional del ser humano. Son síntomas del fracaso de la civilización: utilizamos todo el potencial de la ciencia y la tecnología para arrasar ciudades. Las declaraciones de derechos humanos y los acuerdos internacionales no sirven para evitar los bombardeos sobre la población civil... El sistema educativo debería representar un papel central a la hora de construir un mundo en paz. Me imagino que en todas las aulas del mundo los docentes intentan fomentar el diálogo y enseñar los valores éticos que regulan una sociedad democrática moderna. Nadie pone en cuestión los derechos fundamentales, el sufragio universal y la separación de poderes. Estos elementos están en todas las constituciones que tienen como objetivo configurar una sociedad con libertad, igualdad y fraternidad.

    Llevamos ya muchas décadas enseñando esos valores. Sin embargo, la realidad social y política nos sorprende cada día con imágenes terribles de conflictos violentos de todo tipo. No da la impresión de que hayamos avanzado mucho en la capacidad de resolver de manera pacífica esos problemas tan graves de convivencia.

    Ahora todos los ciudadanos pasan por el sistema educativo. De hecho, hay más universitarios y científicos que nunca. Las personas que forman parte de los parlamentos y de las instituciones de gobierno, nacionales e internacionales, han salido de esas aulas. Hablamos, claro, de los países democráticos. Esas personas son las que tienen que negociar, las que tienen que elaborar buenas leyes, las que deben crear espacios de cooperación internacional… Pues bien, parece que en alguna parte del proceso todo se tuerce y se vuelve muy complicado.

    No es extraño que surjan dudas, primero sobre la naturaleza humana y luego sobre la eficacia de la educación para la paz. Los más pesimistas resuelven pronto el problema: somos seres violentos. La convivencia sería una excepción. Los seres humanos somos, según esta versión, egoístas y despiadados. Solo buscamos el beneficio propio a toda costa: las riquezas y el poder. Los acuerdos solo son un medio, algo meramente contingente, para alcanzar lo que perseguimos. Las guerras y los actos violentos, dice esta teoría, son parte esencial del ser humano.

    Los optimistas no aprueban esta visión tan negativa de la humanidad. Hay algo en la naturaleza humana que conduce a la vida en sociedad y la convivencia pacífica: la razón, el logos que todos compartimos. Desde los orígenes de la Filosofía, se ha sostenido que lo propio del ser humano es el uso de la razón. El alma racional nos permite conocer la estructura matemática del mundo, el orden del universo, la armonía del cosmos. A su vez, gracias a esa parte racional somos capaces de comprender al otro y llegar a acuerdos mediante el diálogo. No importa el estatus o la nacionalidad del otro, siempre tenemos en común ese logos. Las explicaciones más modernas dicen que el uso de la razón es fruto de la selección natural. La capacidad lingüística y la inteligencia social han permitido sobrevivir mejor a los grupos humanos a lo largo de la evolución. En la lucha por la supervivencia, el logos ha favorecido la cooperación entre individuos para satisfacer las necesidades básicas. 

     Respecto a la educación para la paz, hay que recordar lo que se viene haciendo. La paz no es un valor aislado. En educación trabajamos con una red de valores: igualdad, libertad, tolerancia, dignidad, amistad, etc. Las prácticas educativas abordan las técnicas racionales de solución de conflictos cercanos. Aunque hablemos de hechos históricos relevantes y de personajes que han destacado en la lucha por la paz, nunca se pierde de vista la convivencia diaria. En el aula se enseña a negociar y debatir. Puede ser en las sesiones de tutoría o en materias especificas, como Oratoria y Filosofía. Enseñamos a detectar todos los tipos de violencia, no solo la física. Analizamos ejemplos y reflexionamos sobre cómo prevenirla, mejorando las habilidades sociales… Pero parece existir una brecha entre lo que enseñamos en el aula y lo que ocurre en la vida diaria de los ciudadanos y de nuestros representantes.

miércoles, 8 de noviembre de 2023

Makelele

    


    Lo que más le gustaba era correr. Se obsesionaba con una dirección. Buscaba los agujeros, los recovecos, la protección, como todo bicho viviente... A veces emitía algún sonido: nunca supimos su significado exacto. Le encantaban los tejidos, todo aquello que le sirviese de cobijo. Y las avellanas, cómo no, pero sin cáscara. Lo metía todo en los abazones, esas bolsas que a muchos nos gustaría tener cuando vamos de bufet... Makelele ha viajado, toda la Ruta de la Plata, y en varias ocasiones. De vez en cuando, se ponía sobre las patas traseras, olía el horizonte moviendo los bigotes y girando la cabeza de izquierda a derecha: observaba su universo, el nuestro, el de la finitud. Y roía, claro que sí. Un día lo dejé corretear por la cama, mientras le cambiábamos sus sábanas... Se metió detrás de mi cabeza y guardó un silencio inquietante. Cuando me di cuenta había hecho un boquete en el cojín, para ver lo que había o para entretenerse, quién sabe con estos bichos. Lo trajo Ariadna. Nos ha acompañado durante un tiempo. Dice Ariadna que vaya mes llevamos. Es cierto, al menos de Makelele casi podemos hablar: las palabras parecen fluir.