martes, 13 de junio de 2017

LO HUMANO

    
     Todo término filosófico, decía Adorno, es la cicatriz endurecida de un problema no resuelto. Es lo que ocurre con el concepto “humano” y sus derivados. Aclarar qué nos hace humanos es el motor de la actividad científica, filosófica, literaria y artística. Pensar implica necesariamente analizar qué nos define como especie y qué lugar ocupamos en el universo. Para Kant, la pregunta por el ser humano incluye a las demás: queremos saber qué podemos conocer, qué debemos hacer y qué nos cabe esperar.
      Es interesante analizar en qué casos aplicamos el adjetivo inhumano. Decimos que es inhumano hacer sufrir innecesariamente a una persona, pero no decimos que la corrupción política sea un acto inhumano. Es sinónimo de irracional. Y otra vez de la mano de Kant: lo inhumano atenta contra la dignidad. La persona es un fin en sí mismo, no es un medio ni un instrumento. No somos un objeto más. Lo humano, según el enfoque ilustrado, brota de la racionalidad, que abarca tanto la sensibilidad como el entendimiento.
         Desde el punto de vista evolutivo es difícil determinar en qué momento surge lo humano. Se trata de un largo proceso de selección natural. Los restos fósiles nos hablan del tamaño del cráneo, de las estructuras óseas, de las herramientas, del desgaste de los dientes… Quizás nunca sepamos en qué momento surgieron el lenguaje y la conciencia. La capacidad simbólica implica vivir en grupos y acordar el significado que atribuimos a un signo. Lo humano, entonces, aparece asociado al hecho de vivir en familias y grupos. Compartimos muchos rasgos con el resto de los primates. Y no hay una línea de demarcación entre nosotros y los demás animales. Dice Frans Waal que los seres humanos podemos ser tan agresivos como los chimpancés y tan solidarios como los bonobos. También va a ser difícil precisar en qué momento vamos a dejar de ser humanos…
Miguel Parra
         Las ciencias son hoy tecnociencias, es decir, conocemos para transformar. De ahí que el humanismo haya dejado paso al transhumanismo y al poshumanismo. La tecnología nos permite  modificar la naturaleza humana. Ya no nos conformamos con reparar nuestros cuerpos, ahora queremos mejorarlos. La esencia del ser humano pasa a ser un proyecto de las tecnociencias.
      Luc Ferry en “La revolución transhumanista” (Alianza Editorial, 2017) aborda este nuevo debate. Las nuevas tecnologías son conocidas por el acrónimo NBIC: nanotecnologías, biotecnologías, informática (big data, internet de las cosas) y cognitivismo (inteligencia artificial y robótica). El transhumanismo tiene como objetivo mejorar la condición humana: no sólo reparar, curar, sino también perfeccionar, aumentar nuestras capacidades. Para lograrlo, dice Ferry, este movimiento tiene a su disposición grandes medios materiales y científicos. El transhumanismo está a favor de un uso intensivo de las células madre, la clonación reproductiva, la hibridación hombre/máquina, la ingeniería genética y las manipulaciones germinales. No hablamos sólo de curar enfermedades. Incluso la vejez y la muerte son males que hay que evitar si es técnicamente posible.  
         Ya los pensadores ilustrados, como Condorcet, hablaron de mejorar, a través del método científico y la técnica, la vida del ser humano. Luc Ferry aclara que dentro del transhumanismo hay dos corrientes. Por un lado están los que simplemente quieren mejorar la especie humana sin renunciar por ello a su humanidad. Por otro, están “los que abogan por la tecnofabricación de una posthumanidad para la creación de una nueva especie, hibridada en su caso con máquinas dotadas de nuevas capacidades físicas y de una inteligencia artificial infinitamente superiores a las nuestras”. Señala Ferry que la pregunta clave es: ¿se trata de que lo humano sea más humano (es decir, mejor, al ser más humano) o lo queremos deshumanizar, engendrando artificialmente una nueva especie, la de los posthumanos?
      El transhumanismo parte de un racionalismo materialista y una ética utilitarista. No hay ninguna razón para negarse a mejorar la especie humana, si lo que deseamos es acabar con la miseria y el sufrimiento. El transhumanismo es optimista: las tecnociencias podrán resolver casi todos los problemas. También es consciente de los riesgos, por eso apela a la prudencia, pero no a la prohibición. Es la razón misma la que puede regular todos estos procesos sin que se nos vayan de las manos.