martes, 12 de febrero de 2019

RETOS PARA LAS CIENCIAS

       El número de Investigación y Ciencia del pasado diciembre dedicaba una sección a realizar una mirada crítica sobre el estado de la ciencia global. Cuando vemos que el presidente del país más poderoso del planeta se niega a admitir las evidencias experimentales, cuando comprobamos cómo prosperan las pseudociencias, el engaño y la superstición, es necesario pararse a pensar para retomar con fuerza el espíritu ilustrado. Esa mirada autocrítica se centra en tres aspectos: la financiación, la reproducción de los experimentos y el trabajo interdisciplinar.
         John P.A. Ioannidis menciona varios problemas referidos a la inversión en ciencia. No gastamos lo suficiente en investigación, y la mayoría del dinero, dice, recae en pocas manos. No se financia a los investigadores jóvenes ni a los proyectos con ideas arriesgadas. No se recompensa a los que comparten técnicas. Hay líneas de investigación que acaparan gran parte de los fondos. Parece que se valora más la capacidad de gestión y atracción de dinero que la calidad del proyecto. Además, utilizar fuentes privadas de financiación con ánimo de lucro genera conflictos de intereses. Según una serie de artículos publicados en 2014 en The Lancet, “el 85 por ciento de la inversión en biomedicina acaba malgastándose”.
         Shannon Palus analiza un problema que afecta a la metodología científica y a la calidad de la investigación: repetir los experimentos que ha realizado otro laboratorio no es tarea fácil, cuando se supone que es uno de los pilares esenciales del buen hacer investigador. El objetivo es publicar resultados en las revistas especializadas para alcanzar prestigio académico y atraer fondos. Sin embargo, muchos de esos estudios (el 90 por ciento en algunos campos como la biomedicina) no pueden ser repetidos en otro laboratorio por otro equipo. En psicología solo el 36 por ciento de los experimentos repetidos han dado resultados similares al trabajo original. Una de las razones de estas dificultades tiene que ver con “la aversión a compartir técnicas por miedo al robo de una primicia”. Se premia la noticia impactante, no el trabajo bien verificado y desarrollado para que pueda ser utilizado por otros científicos. Poder replicar un experimento ajeno implica seguir una línea de investigación y profundizar en ella.
         Graham A. J. Worthy y Cherie, L. Yestrebsky hablan del tercer gran problema: trabajar de forma interdisciplinar. La excesiva compartimentación de la ciencia impide abordar temas de gran complejidad. Los problemas ecológicos, por ejemplo, requieren un trabajo interdisciplinar para abarcar todas las dimensiones: física, química, biológica, social, política… La especialización y la incomunicación entre áreas de trabajo “pueden limitar la creatividad, la flexibilidad y la agilidad”. Los autores comentan que no es nada fácil crear equipos interdisciplinarios porque los científicos creen que pueden perder prestigio académico. En el artículo cuentan su experiencia, bastante positiva, en la formación del Centro Nacional para la Investigación Costera Integrada (UCF Coastal), en Florida.
         Para comprender mejor el problema de la escasa cooperación entre disciplinas, recomiendo el libro “¿El mito de la ciencia interdisciplinar?” del sociólogo de la ciencia Francisco Javier Gómez González, editado por Los libros de la catarata (2016) en colaboración con la Organización de Estados Iberoamericanos. El autor explica el origen del concepto de interdisciplinariedad, los obstáculos que existen para llevarla a cabo y las actuaciones necesarias para salvarlos. Tenemos un sistema de investigación centrado en las disciplinas autónomas, aisladas. Y las barreras institucionales, administrativas y cognitivas siguen siendo muy resistentes. En el texto se expone cómo fomentar una investigación reticular y transdisciplinar, orientada a los problemas. Aporta documentos oficiales sobre el asunto y la bibliografía pertinente para seguir investigando.

domingo, 10 de febrero de 2019

RESCATE CON NOCTURNIDAD

   He rescatado unos libros. Estaban a la intemperie, encima del contenedor de papel reciclado. Alguien los ha dejado encima. Podría haberlos metido dentro directamente, pero no, los ha dejado encima. Los he visto cuando salía de casa, cuando he ido a tirar el papel acumulado. He visto su perfil recortado contra la luz de la farola. Son libros, me he dicho. Al coger uno, me he llevado la sorpresa de que eran todos de la colección Círculo Universidad, ciclo Ciencias Humanas, de Círculo de Lectores. Sin embargo, cuando los he revisado en casa, he visto que uno de ellos era de otra colección, Mundo Verde, un tomo dedicado a las aves rapaces diurnas y nocturnas. Había búhos y lechuzas, símbolos de la sabiduría, o de la nocturnidad. Recoger libros de la basura quizás no sea la tarea más higiénica que uno pueda recomendar. Ya lo sé. Pero si te encuentras con uno de los primeros libros de Filosofía que compraste hace años... Entre los ocho no estaba la Introducción a la lógica y al análisis formal de Manuel Sacristán, pero sí que estaba la Introducción a la Filosofia de Karl Jaspers. Tampoco sé exactamente de qué los he rescatado, quizás de la humedad o de la trituradora de papel. No lo sé, quizás del maldito tiempo, que todo lo arrasa. Esta es una enfermedad como otra cualquiera. Los síntomas son evidentes y el diagnóstico previsible. Dejar un libro abandonado a su suerte no está bien.