He rescatado unos libros. Estaban a la intemperie, encima del contenedor de papel reciclado. Alguien los ha dejado encima. Podría haberlos metido dentro directamente, pero no, los ha dejado encima. Los he visto cuando salía de casa, cuando he ido a tirar el papel acumulado. He visto su perfil recortado contra la luz de la farola. Son libros, me he dicho. Al coger uno, me he llevado la sorpresa de que eran todos de la colección Círculo Universidad, ciclo Ciencias Humanas, de Círculo de Lectores. Sin embargo, cuando los he revisado en casa, he visto que uno de ellos era de otra colección, Mundo Verde, un tomo dedicado a las aves rapaces diurnas y nocturnas. Había búhos y lechuzas, símbolos de la sabiduría, o de la nocturnidad. Recoger libros de la basura quizás no sea la tarea más higiénica que uno pueda recomendar. Ya lo sé. Pero si te encuentras con uno de los primeros libros de Filosofía que compraste hace años... Entre los ocho no estaba la Introducción a la lógica y al análisis formal de Manuel Sacristán, pero sí que estaba la Introducción a la Filosofia de Karl Jaspers. Tampoco sé exactamente de qué los he rescatado, quizás de la humedad o de la trituradora de papel. No lo sé, quizás del maldito tiempo, que todo lo arrasa. Esta es una enfermedad como otra cualquiera. Los síntomas son evidentes y el diagnóstico previsible. Dejar un libro abandonado a su suerte no está bien.