domingo, 29 de mayo de 2022

Campaña

Me presento a votante, independiente, por supuesto. Prometo escuchar todas las propuestas, y pensarlas hasta donde la razón me lleve. Me presento en coalición, unido a todos los que pretendan votar. Me presento de forma interesada, ya que votaré al que me ofrezca las ideas más coherentes, atractivas y sensatas. Si es necesario, meditaré todas las alternativas. Y si no voy a votar es porque nadie se ha molestado en convencerme. Me presento a votante, con todo lo que eso conlleva: descifrar siglas, entender alusiones, atisbar pactos y prever catástrofes. No voy de cabeza de lista. Ningún votante puede ir en primer lugar. No necesitamos primarias. Nos sabemos tan importantes como prescindibles. El día que comprendimos que todo funciona igual, con independencia del número de votantes, nos llevamos un gran chasco. Aunque para muchos fue un alivio envenenado. Me presento a votante en cuanto surge la ocasión. Si veo que canso y aburro, a lo mejor lo dejo. Total, no se va a notar. Y conviene ver caras nuevas. No quiero que piensen que me he acomodado, que me he aferrado a mi puesto de ciudadano. No sé, a veces pienso que no me han entendido, que mi mensaje no es claro. Parece ser que los otros, los absentistas, tienen más suerte y saben comunicar mejor sus perspectivas. Me presento a votante, a ver si sus ideas y programas me eligen. A lo mejor tengo un perfil bajo. Hago poco ruido. Pero si no me presento, quizás sea peor. No sé, volveremos a intentarlo.

martes, 17 de mayo de 2022

La diversidad cultural



    La realidad es múltiple y cambiante, caleidoscópica, porque la materia es dinámica, con distintos niveles de organización. La diversidad humana y cultural es una de las dimensiones de esa complejidad. Transitamos un espacio indefinido entre la unidad y la multiplicidad. Somos parte de un universo material, pero cada ser es único, una configuración peculiar. Somos todos humanos, y todos distintos. Iguales ante la ley, con los mismos derechos, pero arraigados en diversas formas vitales y culturales.

    Hay muchas maneras de acabar con la diversidad. Para empezar, uno puede ser un reduccionista. Son los piensan que todos los niveles de la realidad se pueden reducir a uno esencial. Conociendo las leyes de ese nivel, obtenemos la explicación de todos los fenómenos. Para comprender el funcionamiento del universo, los demás niveles sobran. Con las leyes de la física, por ejemplo, se podrá explicar todo lo que ocurre, desde una reacción química hasta una obra literaria.

    Frente a este monismo reduccionista tenemos a los pluralistas ontológicos. Hay multiplicidad de niveles, cada uno con sus tipos de hechos y sus leyes. De ahí que hablemos también de diversidad biológica y cultural. Y la realidad está constituida de seres individuales. Siempre ocupamos ese espacio difuso que se sitúa entre lo universal y lo particular, la sociedad y el ciudadano, lo común y lo individual. Hay muchas culturas. Y dentro de ellas, subculturas. Hablar de los rasgos de una cultura es una abstracción, una simplificación. Existen tantas formas de vida, tantos estilos, como personas.

    El etnocentrismo, el imperialismo, el dogmatismo y la intolerancia son los mayores enemigos de la diversidad cultural. La cerrazón cognitiva y el ansia de poder suelen ser las amenazas primordiales. Creer que solo hay una perspectiva correcta conduce a las fobias y la exclusión. Hay mucho miedo a ver el mundo desde otra perspectiva. Abandonar nuestras creencias, salirse de ellas, parece que nos asusta. Lo que debería ser enriquecimiento se presenta como caída en un abismo. Los fanáticos e intolerantes no soportan la idea de tener que soltarse unas décimas de segundo de sus amarras culturales. Ese salto a otra perspectiva conlleva un riesgo existencial, apasionante.

    Pero ese brinco se puede dar con naturalidad, como lo hacen los niños. Porque no se trata de valorar la perspectiva del otro, sino de situarse en ella, para ver y pensar desde otro ángulo vital. Al girar la cabeza y ver lo que hemos dejado atrás todo adquiere otro aspecto, otro valor. La realidad no posee un centro, ni perspectivas privilegiadas. Todo es periferia.

    El capitalismo está acabando con la diversidad biológica y cultural. Todo espacio se ha vuelto un recurso. Por eso hay espacios naturales y espacios culturales. La maquinaria vive de la novedad, no de la diversidad. Necesita lo nuevo para atrapar la atención de consumidor, siempre en la cuerda floja y a punto de aburrirse. Toda novedad ocurre dentro la maquinaria. Lo diverso, lo que no encaja en los rodamientos de la repetición disfrazada, es ignorado o transformado mediante el engaño.

    No todas las posibilidades culturales son deseables. Entramos en el terreno resbaladizo de la convivencia. El relativismo cultural, tan atractivo en la teoría, desemboca en dilemas prácticos de difícil solución. Cada cultura es una unidad de significado completa, independiente. Es una forma de ver el mundo. No tiene sentido criticar una costumbre de una forma de vida desde otra distinta. Ni siquiera se puede comprender. En esa crítica utilizamos categorías de una cosmovisión para valorar costumbres construidas con otras ideas, imágenes y valores. 

     Pero hay costumbres que nos parecen irracionales, intolerables para sociedades que se basan en los derechos humanos. También hay modos de actuar en nombre de esos derechos que únicamente han servido para esquilmar el planeta y terminar con formas de vida ancestrales mucho más sostenibles. El silencio es inadmisible cuando se atenta contra la dignidad de las personas. La imposición, sin embargo, suena a imperialismo cultural y etnocentrismo. Solo el diálogo permanente entre culturas puede dar lugar a un aprendizaje mutuo y a un desarrollo en armonía de los pueblos.

jueves, 12 de mayo de 2022

Imagen de un agujero

 La primera vez que me contaron algo sobre los agujeros negros estaba en el colegio. Una asociación de astronomía fue a darnos una charla. Las diapositivas desfilaban ante nuestras miradas. Y nuestros cerebros se aceleraban, o se esponjaban. Aquel grupo llegado de la capital nos traía noticias del universo. Nos hablaban de estrellas, telescopios, velocidad de la luz, Big Bang... Fue un acierto de nuestro profesores organizar aquella actividad. Se nos hizo muy corto. El tiempo encogió, quizás por la velocidad de nuestro pensamiento. Recuerdo que les hicimos muchas preguntas. Nos quitábamos la palabra unos a otros para saber más. Y es lógico, porque cuando te dicen que ni la luz puede escapar de esos objetos supermasivos... Ahora, mediante una red de satélites, han logrado, fotografiar el agujero negro que se encuentra en el centro de nuestra galaxia. No hace falta ser un físico para quedarse con la boca abierta. La inmensidad nos desborda. Es lo sublime. Pensar lo grande y lo pequeño nos deja pasmados. Pero quizás no sea lo más importante. Las distancias, las masas, la gravedad... Detrás de todos esos conceptos está el trabajo de los científicos. Detrás está la matemática. Para pensar en un agujero negro debemos resolver ecuaciones. Y tenemos que ser capaces de imaginar lo que esos números representan. Al hablar de la curvatura del espacio-tiempo necesitamos utilizar la imaginación para llegar a captar qué significa eso de la gravedad. Y recurrimos a la imaginación porque es el atajo que los mortales tenemos para interpretar las diversas geometrías que la razón nos ofrece. Detrás de la imagen del agujero negro está agazapada toda la historia de la ciencia y la tecnología. Harían falta millones de páginas para explicar cómo ha sido posible esa imagen. Lean la Historia del Tiempo, de Stephen W. Hawking. Allí habla de física, de singularidades y relatividad. Recuerden que este gran físico y divulgador también explicó cómo se evaporan los agujeros negros. Es una lectura que a lo mejor nos permite entender qué significa esa fotografía recién hecha por una red de científicos del siglo XXI. El reto técnico y metodológico nos muestra otra vez lo sublime del saber.

domingo, 8 de mayo de 2022

El reloj del poder

 Hay citas a las que no conviene llegar tarde. A una entrevista de trabajo, por ejemplo. El problema no es hacerse esperar, sino la imagen que proyectas al que te observa. Si quieres mostrarte como una persona seria, que organiza su trabajo con honesto interés, es bueno que llegues a tiempo. Y si andas apurado, incluso si apareces fuera de plazo, deberás dar explicaciones, y con fundamento. Porque puede dar la impresión de que eres un descuidado, que tus verdaderos intereses son otros y que todo es una pantomima.  Claro, que aquí tiene la culpa tanto el que espera como el que no aparece. Se ve que no han sincronizado bien los relojes del poder... No se han aclarado a tiempo. Ya sabemos que los acuerdos electorales son complejos, nadie lo duda. Y que hay que hacer encaje de bolillos para que todos estén contentos. Esa es la lógica de los procesos electorales, la maquinaria que siempre está en marcha. El asunto es que esa búsqueda del poder por el poder era una de los elementos que había que erradicar de la vieja democracia representativa. Lo importante eran las necesidades reales de la gente, no los puestos en las listas electorales. Ni siquiera las ideas o los eslóganes iban a estar por encima de esos problemas de los ciudadanos. Y ahora resulta que no sois capaces de unir todas las fuerzas, que no sois capaces de mostrar un proyecto único donde se defiendan los intereses de los trabajadores andaluces. Os habéis vuelto a enredar en la estrategia. No basta con dar cuatro brochazos verdes o rojos. Y menos si se utilizan como excusa para ir cada uno a lo suyo. La apatía del electorado no se elimina llegando tarde ni formando un club a parte. La unidad es una utopía porque ya no es prioritaria. Hay otros intereses, la vieja historia... Además de los programas, os pedimos un diccionario de siglas, para aclararnos con tiempo, no sea que lleguemos tarde a votar o no lleguemos.