No debe tener prisa el roedor. Los atajos nunca fueron seguros, sobre todo para el roedor. Los atajos nos ciegan. Nos olvidamos de todo, hasta del maldito dinosaurio. El atajo obnubila. Creemos que hemos llegado cuando todavía no hemos salido. ¿Para qué queremos llegar tan pronto? Quizás nos olvidemos de todos los árboles, de cada árbol, de cada insecto, de cada maldito insecto. El roedor no debe olvidar el bosque, con todos sus detalles. Sin el bosque no somos nada y el atajo se convierte en un suicidio. ¿No será mejor explorar la incertidumbre? Ya caerá por sí solo el gran dinosaurio y sus malditas pisadas. El roedor no quiere atajos porque no quiere ser un terrible dinosaurio. Sabe el roedor que ni el tropiezo de la gran bestia es suficiente y que construir un nuevo sendero requiere tiempo. No son buenas las prisas para el roedor. Sólo los falsos roedores tienen prisas. ¿Olvidaremos nuestros sueños mientras recorremos el maldito atajo? Quizás nos convenga explorar nuevas zonas del bosque, para abrir los senderos soñados, con tiempo. ¡Cuidado con los falsos roedores! ¡Nos pedirán ayuda para ser otra vez dinosaurios terribles! Recordad cada árbol, cada riachuelo. Recordad las promesas de nuevos senderos. A los roedores no nos basta con disfrazarnos de terribles dinosaurios. Queremos otro bosque, diferente. El roedor tiene que aprender. Y esperar. Los tropiezos de los dinosaurios quizás sean falsos tropiezos, un teatro para debilitarnos. Los atajos nos debilitan. No parecemos los de ayer. Recordad cada árbol del bosque, cada sendero, cada sueño. Menos mal que siempre quedará rezagado algún roedor para contar el desastre, otra vez.