PEDRO SÁNCHEZ SANZ
Editorial Lastura, 2015.
La
escritura de Pedro Sánchez sintetiza la riqueza de la tradición clásica, la
sensibilidad de los románticos y el atrevimiento del simbolismo o el
surrealismo. La metáfora del viaje arraiga en lo más profundo de nuestra
cultura, sin embargo es un viaje que atraviesa la experiencia del sujeto en la
modernidad, hasta el punto de desembocar en ciertos recorridos metapoéticos. En
este viaje el poeta es el protagonista, porque es la poesía la que nos ilumina
allá en las profundidades. Para construir este espacio poético se necesita
madurez en el decir y en el sentir. Los ecos románticos que Rocío Hernández
Triano resalta en el prólogo confirman esa confianza del autor en la palabra
como gestora de las emociones. Varios libros de poesía y de relatos,
traducciones y unos cuantos premios, como el Internacional Platero, que concede
el Club del Libro en Español en Naciones Unidas, avalan esta madurez.
Uno se
puede preguntar dónde empezó todo, el miedo, el deseo o la poesía. Nos gustaría
saber dónde comienza la pregunta misma y por qué nos abrasa por dentro desde
entonces. Pues bien, todo empezó con la conciencia, con la capacidad de ser
conscientes de nuestras miserias. Por eso envidiamos a nuestros parientes, a
los otros animales. Viven siempre en la superficie, mientras que los humanos
hace tiempo que iniciamos un peligroso viaje a las profundidades, de nuestro
ser y de nuestra civilización. No es raro que el poeta o el filósofo se
acerquen a los animales con una extraña mezcla de envidia y superioridad,
porque, si hablamos de ellos, y usamos la palabra, es que estamos por encima,
aunque la palabra implique una cruel inmersión. Walt Whitman en “Hojas de
hierba” expresa bien esa mirada: “Creo que podría transformarme y vivir
con los animales. ¡Son tan apacibles y dueños de sí mismos! Me paro a
contemplarlos durante tiempo y más tiempo. No sudan
ni se quejan de su suerte, no se pasan la noche en vela, llorando por sus
pecados… Ninguno está insatisfecho, a ninguno le enloquece la manía de poseer
cosas…”
“Los monos no tienen conciencia de la
muerte.” El primer verso del libro de Pedro Sánchez nos lo explica todo. “Para ellos no hizo películas Bergman,
Tolstoi no expuso sus pecados capitales/ ni Mozart compuso su más sentido
Réquiem.” El libro consta de tres partes: Inmersión, Profundidad y Superficie.
La conciencia de la muerte es el origen de toda escritura. La primera parte
constituye el salto, la inmersión, lucidez que nos asusta y obliga a
zambullirnos en nosotros mismos, quizás para huir. ¿Qué vamos a encontrarnos
ahí dentro, en las profundidades? ¿Sólo oscuridad? Nos vamos encontrar con los
seres abisales, seres que emiten luz propia… El Capitán Nemo, el poeta maldito,
los strigoi, Iscariote, Aquiles, el dolor, el bohemio,... Cada poema acoge la
luz de esos seres extraños, ni vivos ni muertos, y nos conmueve con la palabra
impregnada de desazón, la que siente el poeta ante la oscuridad y la
posibilidad de estar perdido para siempre.
Espejo
de tinieblas,
descenso al ultramundo cual fuga hacia delante,
caída libre al fondo salino de la luz.
Cuando escribo en vertical yo grito, canto, rezo,
hablo quizás del poeta enfermizo, del monstruo
de los sueños, del niño autista, de la medusa
angelical, quizás
cauterizo la herida
milenaria de esas voces ocultas que bogan
inadvertidas en paraísos abisales
sin encontrar jamás el consuelo de los dioses.
Es un
descenso a los pliegues ocultos de nuestra conciencia y nuestra literatura.
Como hay monstruos marinos, hay batalla. La conciencia es un campo agónico.
Pero los monstruos, lejos de ser terribles y dañinos, son débiles, hasta
miserables, no en vano son una parte de nosotros mismos que hemos ocultado. En
las profundidades van apareciendo máscaras que reflejan nuestros anhelos y
miedos más oscuros. El abismo es un maldito laberinto, terreno sólo apto para
el poeta. Los seres abisales, desde esa debilidad, proyectan también la luz de
la utopía. No todo es penumbra y miseria en los estratos profundos del yo y del
océano. “Piensas que quizás empujó tus
velas un viento/ equivocado, pero el mar a tu espalda es ya/ una gran muralla
de sudor disuelto en sangre”. El poeta duda. Está desorientado, porque el
precio ha sido demasiado alto. Tocamos fondo “cocaína a su corazón ratas en las venas/ahorcado en un callejón con el
sombrero puesto/ obcecado dos veces se arrojó al mismo río…”
Superficie es la tercera parte. Emerger
ha costado, pero con el poeta no hay quien pueda. La mirada del escritor sabe
aprovechar cada rayo de luz, incluso en las profundidades. No es el fin del
viaje obviamente. El tiempo del poeta es cíclico, el ir y venir, el morir y
renacer. De los monstruos ha aprendido, porque siempre se aprende. En la
superficie, ajena a la animalidad pura, el poeta vuelve a tener conciencia de
lo que es y pudo ser. No somos seres de superficie los humanos. Somos los seres
abisales. ¡Qué sería de la civilización sin los abismos interiores!
EN PIE
Límpiate los muertos de tus zapatos
y camina de nuevo,
el sol aún calienta
y tiene una deuda con tu destino.
Rompe el silencio de la larga vía
que conduce al destello,
te esperan nuevas lunas
adornando un horizonte de nieblas.
Rasga el sello secreto
que contiene la vieja profecía,
bendice la palabra,
que es la llave de tus ojos antiguos
y tu lengua repita,
como en un exorcismo,
la música dorada que te salva
de hundirte en las arenas.