Nuestros cuerpos, tan pesados, tan cansados... Nuestros días, cada día, tan pesados... Si todo fuera tan fácil como mirar al suelo y ver tierra, acabaríamos acostumbrándonos a nuestra miseria. Cuerpos, deteriorados, nada más nacer, eso es lo que somos. Y ese deterioro lo arrastramos por todos nuestros senderos. Siempre preocupados por no disolvernos antes de tiempo. ¡Qué ingenuos! ¡Como si existir no fuera ya una disolución! Quiere el roedor que los senderos que recorre lo distraigan, lo embelesen. Porque huir siempre implica huir del aburrimiento esencial, del deterioro. Nuestros cuerpos, tan abatidos, desde el primer día... Nacer, dice Cioran, fue la primera derrota, la definitiva. Mas sabe el filósofo que incluso en las derrotas esenciales puede habitar la libertad, la ilusión de libertad. Y surge la palabra, el trazo, como digna ilusión para seguir abriendo falsos senderos, caminos a ninguna parte, pero... Estos cuerpos tan cansados se resisten a caer. ¡Ilusos! Todo cuerpo, además de protones y neutrones, es una vieja ilusión, un cuento, una ficción que se nutre de castillos en el aire... Tanto sendero, tano ir y venir... ¡Qué cansancio de los cuerpos! ¡Aburridos de sí mismos! Aburridos de cargar con un vano impulso, un deseo construido una tarde de invierno, cuando el viento sopla en la esquina y los perros del vecino ladran sin piedad... No es fácil para los cuerpos reconocer el cansancio definitivo, con el que se nace, porque la ilusión es muy poderosa. ¡No podemos abandonar esta ficción! ¡Somos un cuento chino! Sabe el roedor que la huida es inaplazable y que huir es crear refugios, con palabras, para esconderse, para...