He bajado al Arroyo, no para acudir al ambulatorio, ni
para solucionar algún asunto policial, sino para seguir el rastro de catorce
senderos creativos. Los últimos coletazos de la gripe y algún incidente
ciudadano grave transmitían agitación a la plaza del viejo cauce. En un
remanso, ajenos a toda desazón irracional, se encuentran los baños árabes Hammam Andalusí. Y si del ambulatorio y
de la comisaría uno quiere salir rápido, de los baños ocurre todo lo contrario.
La textura del aire, su temperatura, los silencios, el agua, el sol entre
azoteas y la amabilidad de las personas te retienen sin misericordia. Por si
todos estos elementos no bastaran, los baños acogen obras de arte y se
convierten en una sala de exposiciones íntima, donde la experiencia estética no
se ve enturbiada por nada, ni por uno mismo.
El grupo de
artistas El Arroyo sabe elegir bien el espacio, tanto para exponer sus
creaciones como para realizar sus tertulias. El nombre del grupo hace
referencia a su lugar de reuniones, en la azotea de los baños, con la catedral
al fondo. Sus diálogos dan pie a debates filosóficos o artísticos, sobre el
estilo o sobre una técnica concreta, sobre la función del arte en Jerez o sobre
lo que cada uno está trabajando. En el Arroyo fluyen ideas y se contagian
emociones, es decir, se enriquece ese trasfondo que sirve de alimento para el
acto creativo individual.
De los
catorce palos, uno está dedicado a la escultura: “Pasado pixelado”, en madera y
hierro, de Ignacio Sancho Caparrini. Una cepa es definida,
atrapada, por cubos y prismas rectangulares de hierro. Las tres dimensiones de
la retorcida cepa son reducidas a la geometría. La escultura nos pregunta si
realmente todo pude ser captado por la información codificada digitalmente.
Rodear la pieza y cambiar de luz, de reflejos, implica experimentar,
precisamente, la riqueza conceptual del intento de apresar lo inapresable. El
autor ha expresado de forma magistral la relación dialéctica entre naturaleza y
técnica.
Los tres
palos dedicados a la fotografía son: “Fragua gitana de Tío Juane”, de Pedro Carabante “Peri”; “Foto mural
Manuel Moneo en la Plaza del Cristo de la Expiación”, de Juan Carlos Toro; y “Antonio Agujetas. Cuando el cante duele”, de Miguel Ángel González. El Proyecto
Presencias de Juan Carlos Toro es uno de los trabajos artísticos más
interesantes que ha tenido Jerez en los últimos años. De la ruina urbana
emergen nuestras figuras del cante para recordarnos algo, lo que estamos
dejando de ser. De las ruinas brota el arte, efímero, para impregnar de
sensibilidad y rabia nuestro paso acelerado. En esto coinciden las tres
fotografías, el sudor de la fragua o el claroscuro de Antonio Agujetas son
apariciones que nos traen un mensaje olvidado.
El resto de
las obras son pinturas, en diferentes estilos. David Saborido expone “Serie
Deconstrucción del Espacio. Pieza nº 14”. Sigue trabajando con transparencias
de pigmentos sobre tabla y logra captar la luz, las dimensiones espaciales a
través del color. La obra de Lauren
López “Desh”, “El Cerillo”, sabe sintetizar la técnica del retrato clásico
con los trazos y colores del grafiti. Así, los rostros que dibuja ganan fuerza
expresiva. La destreza realista queda
patente en las obras de Eduardo Millán,
José Basto, Carmen Chofre, Fernando Toro
Piriz y Rocío Cano. Si José
Basto plasma la mirada de la bailaora, esa sonrisa pícara, Fernando Toro
refleja con grafito la humanidad del cantaor. El visitante tiene la oportunidad
de apreciar también las atrevidas creaciones, menos realistas, de Carlos C. Laínez y sus reconocibles
figuras, de Carmen Guerrero, con un
paisaje poético y de Jesús Rosa, que
nos recuerda los juegos del pop art.
http://www.lavozdelsur.es/roedores-de-cultura
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