¿Entenderá el dinosaurio las reglas del arte? ¿Comprenderá su autonomía formal? Seguro que no, porque el dinosaurio sólo ve lo inmediato. Incluso los más sabios se quedan con lo que aparece. Mas sabe el roedor que todo arte es juego y que en el juego se abre un espacio de posibilidades infinitas. Ni siquiera distinguen entre las partes y el todo. No saben que el todo está siempre por encima. ¡Pobres dinosaurios! ¡Hay que explicárselo todo! Mientras, el roedor se entretiene en los recovecos de su obra. Y nada más existe. ¡Tanta historia del arte! No ha servido para nada. Todavía el dinosaurio espera comprender cada parte sin atender al todo. Todavía espera alcanzar la comprensión en lo material, en el significado. ¿Sabrá el dinosaurio que se trata de un juego formal, donde todo es posible y nada importa? ¡Tanta historia del arte para nada! Las pisadas de los dinosaurios siguen siendo igual de terribles y miserables. Mientras, el roedor se embelesa con los senderos infinitos, con la rueda infernal. Y no echa de menos la interpretación teológica de los grandes dinosaurios. El roedor no echa de menos nada. Sabe que todo sobra y que el arte es autosuficiente. Sabe que el dinosaurio acecha, con su pisada. ¡Tanta historia del arte! ¡Por favor, Duchamp, susurra algo al viejo dinosaurio! ¡Por favor, Bacon, regálales un espejo! ¡Braque, no te escondas! ¿Entenderá el dinosaurio las reglas del arte? Nadie lo sabe. Pero el roedor seguirá sin buscar la pesada comprensión...