sábado, 14 de febrero de 2015

LÚCIDOS BORDES DE ABISMO: UNA TEORÍA DE LA DESTRUCCIÓN

        Cuando me acerqué a pedirle la firma del libro le dije: “Usted domina la técnica de resucitar que utilizaba Leopoldo.” Porque Luis Antonio de Villena maneja la palabra como pocos saben. Su discurso es fluido, como su escritura, con todo su entramado vital y personal de fondo. Josefa Parra, en la introducción, nos recordó la trayectoria literaria del autor, poesía, relatos, novelas, premios,… Y destacó ese énfasis en la carnalidad y en la intimidad de sus escritos. Dice Josefa que Villena se muestra en todas sus obras, incluso cuando habla de otras vidas, y que si los escritores usan máscaras, la de Villena es liviana, veneciana… Se plantea el problema de la relación entre obra poética y biografía. ¿Es esencial conocer a fondo la trayectoria vital de un poeta para comprender sus versos? Aunque los documentales sobre los Panero han contribuido a crear un género propio y parece que lo sabemos ya todo sobre ellos, el libro de Villena aporta una mirada única, la del amigo y escritor que ha vivido sus vidas desde dentro, con la carga emocional que conlleva.
         “Lúcidos bordes de abismo”, editado por la Fundación José Manuel Lara en 2014, es una memoria íntima de su relación con los Panero, pero también es un ensayo literario sobre dos poetas y un tratado sobre la destrucción. Las páginas brotan de vivencias personales, íntimas, con la familia Panero. Sin embargo, el texto va más allá de las anécdotas y recuerdos. Luis Antonio de Villena nos deja interesantes retazos de la historia de la literatura, la historia de España y de la psiquiatría. También hay una apuesta ética por la diferencia y por la libertad en una sociedad, la nuestra, tan homogénea, estandarizada y aburrida.
         Luis Antonio de Villena nos habló, sobre todo, de Felicidad, la madre, y de sus hijos Juan Luis y Leopoldo. Felicidad aparece como la mujer de un poeta del régimen, un poeta que la ignora porque se dedica a conversar de forma indefinida con sus amigos, Luis Rosales entre ellos. Cuando muere su marido Leopoldo, Felicidad también quedará atrapada entre las vidas exageradas, conscientemente literarias, de sus hijos. Juan Luis quiere integrarla en su vida bohemia, en sus reuniones más o menos literarias. Leopoldo la integra en su enfermedad. Dice Villena que Felicidad repetía a menudo: “Algo he hecho mal”. Esa mala conciencia, quizás distorsionada, obliga a Felicidad a cuidar de su hijo, cada vez más deteriorado, a soportar incluso el maltrato. Leopoldo la quería y la odiaba. Cuando muere Felicidad, llega Leopoldo al tanatorio y la intenta resucitar con esa técnica que él conoce, una técnica muy antigua, similar a la que se aplica para resucitar a los ahogados…
         La figura de Leopoldo es muy atractiva, pero muy triste también. “Nunca supimos lo que tenía. Su madre decía que desde niño los médicos le habían encontrado algo. En principio era muy tratable. Pero fue a raíz de su regreso de un viaje a París cuando tuvo esa caída profunda…”, dice Villena. Comienza a comportarse, entonces, de forma extravagante, al margen de toda norma social. Hasta que tuvo que ser internado. Leopoldo se convierte progresivamente en una especie de monstruo literario, muy querido, muy soportado. Mientras que Juan Luis siempre quiso ser un respetado literato snob, escritor contradictorio y perdedor, construyéndose una imagen literaria a medida, Leopoldo, por el contrario, hizo todo lo posible por ser impertinente, un esperpento difícil de tolerar en muchas circunstancias. Pues bien, la gente no soportaba a Juan Luis y quería y toleraba, como si de un niño se tratara, a Leopoldo. Dos hermanos radicalmente separados. No se podían ver. ¿Y Michi? Fue el hermano que estuvo más perdido de los tres, dice Villena, porque no supo qué papel le correspondía en esa historia familiar.
        En el libro hay una teoría sobre la familia, sobre la austeridad, la sexualidad, sobre el estilo y las clases sociales… La madre, Felicidad, nunca mostró interés por el dinero, por enriquecerse. Aprendieron a vivir con lo justo, pero con estilo. La vida de los Panero es una historia de la destrucción absoluta, nos dice Villena. “Nada debió haber. Nada quedó”. Cada uno a su modo se dejó destruir por la vida o por sí mismo. La vida aparece como algo prescindible. Un sufrimiento que se podría haber evitado. El concepto de familia tradicional es aniquilado. Las vidas literarias, los psiquiátricos, el recuerdo del padre, la soledad de la madre, todo ello, sólo es el rastro de esa destrucción provocada.
         Y como la vida y los libros se entremezclan de la forma más insospechada, a mi lado alguien levantó la mano y dijo: “Hola, soy Sisita, la viuda de Michi Panero,…me ha encantado, pero se ha olvidado de lo más importante, la frivolidad de los Panero…”

   

         El autor, muy amablemente, respondió a nuestras preguntas, minutos antes de comenzar la presentación del libro.


¿Puede haber verdadera poesía sin un estilo de vida poético?

         Bueno, en teoría sí. Un persona que lleve una vida muy burguesa, muy poco interesante, muy aburrida, si tiene una mente muy activa, imaginativa, una mente fecunda, pues puede hacer una buena poesía en una vida muy aburrida y muy gris. Donde no puede haber poesía es en una mente gris. La mente tiene que estar funcionando plenamente, con mucha imaginación y creación. Si la creación está en la mente y no en la vida, se puede hacer buena poesía. Ahora, muchas veces parece que lo ideal es que la vida y la poesía se confundan un poco, se interpenetren un poco y eso es quizás el punto ideal. Aunque en ningún autor la compenetración es al cincuenta por ciento. En los mayores autores la vida siempre tiene que ver de alguna manera, se inmiscuye en su obra.

¿Puede haber poesía sin un impulso constante hacia la autodestrucción?

         En el caso de los Panero, en los hijos, no en el padre, en Juan Luis y Leopoldo, hay una pulsión autodestructiva muy grande, de manera diferente, porque cada cual la llevó de una manera muy distinta. Pero puede haber, de hecho hay, muchos poetas  que no tienen una pulsión autodestructiva grande, por lo menos consciente, a lo mejor inconscientemente… Por ejemplo, un poeta que en sus inicios fue muy notable, en su vejez menos, como Jorge Guillén, de Cántico, es un poeta de exaltación de la vida, de la vida como un portento, una maravilla. Cántico, que es un libro de poesía española del siglo XX, es una poesía antitanática, una total exaltación de la vida. Es curioso que haya más poesía sobre la melancolía, el daño, el dolor, o sobre la inclemencia de la vida que sobre la felicidad, pero también hay gran poesía sobre la felicidad.

Los poetas siempre escribieron en los bordes de algo: ¿Cuáles son los bordes de hoy para escribir?

         No lo sé. Lo sé en la gente de mi generación. En la gente de ahora, en los jóvenes, no lo sé, porque en este momento el mundo vive en una situación de cambio muy fuerte. Y realmente en España y muchos otros sitios tiene sentido el viejo dicho de Hölderlin: “son malos tiempos para la lírica”. A los poetas actuales, jóvenes, no los mayores, porque los mayores ya tenemos nuestro camino hecho, y tenemos que seguir, mejor o peor, nuestro camino, a los poetas jóvenes les cuesta mucho encontrar un camino. La poesía está desnortada, no porque necesite tener un único norte, la poesía es siempre plural, debe ser variada, puede haber una poesía realista, narrativa, visionaria, simbólica, racionalista, irracionalista, debe y puede haber de todo. La poesía tiene mil voces y es un tonto absoluto el que niegue la pluralidad de la poesía, pero a veces hay, según la época, ciertos caminos, que tú puedes negar, rechazar, aceptar… Pero cierto camino de la poesía en este momento no lo hay. Hay demasiada confusión. Y ese elemento de confusión hace que los poetas jóvenes en este momento lo tengan más difícil, porque no tienen una directriz clara, la cual afirmar o negar. Además, viven en un mundo en que su propia sociedad, la española, está en unos niveles culturales ínfimos, casi de vergüenza. Realmente sí son tiempos difíciles en ese sentido.

¿La poesía puede ayudarnos a acabar con el aburrimiento generalizado de nuestras sociedades?

         La poesía puede contribuir mucho siempre que la leas y seas una persona que tiene una cierta sensibilidad. Sin esa sensibilidad, no. Pero con esa sensibilidad, todo elemento cultural, la pintura, la música, la poesía, todo, puede contribuir. Eso está al nivel de todos, siempre y cuando haya cierta sensibilidad, que la da un cierto nivel de cultura. Sin ese nivel medio de cultura se convierte en inaccesible casi todo. Por eso el daño viene de los malos planes de estudio y de la cantidad de alumnado absolutamente ignorante que en este momento llena no diríamos los institutos, sino las universidades españolas. Están llenas de ignorantes. Es muy terrible porque vienen de planes de estudio malos, de profesores malos, salvo las pertinentes excepciones. Y eso es muy lamentable, pero es así. A veces da un poco de miedo, de vergüenza, de vértigo…

¿Qué está escribiendo ahora? 

        Estoy escribiendo poesía esencialmente y luego un libro sobre el Nueva York de la época maldita, el Nueva York de Andy Warhol, Lou Reed, William Burroughs…, ese Nueva York que en los años sesenta y setenta fue un referente mundial, un mundo que se acabó con la ola conservadora de Reagan, Thatcher… Fue una ola de conservadurismo que frenó (también el SIDA) una ebullición de libertad que había en ese momento y que se fue cortando. Creo que somos mucho menos libres que hace veintitantos años.