¡Cuidado con los falsos roedores! Brotan de la maleza. Donde antes sólo había barro y podredumbre ahora hay muchos roedores, como caídos del cielo. Cuidado con ellos porque son de palabra fácil. Hablan demasiado estos falsos roedores. ¡Que nadie se fíe ya de nadie! Sabe el roedor que nadie puede delegar la humilde tarea de no creerse nada. Nadie representa al roedor. No podemos ceder nuestra libertad, dice el roedor, porque apenas nos queda. ¡Cuidado con los falsos roedores! ¡Cuidado porque sólo saben hablar de los dinosaurios! ¿Se olvidarán también de nosotros, los malditos roedores? No lo dudéis. Dominar los senderos del bosque es tarea apetitosa. Se enredarán entre las sombras y nos olvidarán. Y cuando todo pase, cuando llegue la gran piedra, todo habrá sido en vano, tanta palabra, tanto esfuerzo... Nadie recordará a los olvidados y malditos roedores, los que nunca fueron nada. ¡Que nadie delegue la humilde tarea de no creerse nada! ¡Es lo único que nos queda a los pobres roedores! Sólo el sendero que recorremos cada día tiene algún sentido. Todo lo demás es un cruel invento de dinosaurios y falsos roedores. ¡Que nadie olvide abrir los ojos cada mañana! ¡Que nadie olvide dudar de sí mismo, de sus miserias, de sus castillos en el aire, de sus privilegios! Hablarán de nosotros, por nosotros, contra nosotros, para nosotros... Hablarán para distraernos de nuestra humilde tarea. Sabe el roedor que todo es inútil y que toda ilusión supone una tarea doble, innecesaria. ¿Aprenderán los malditos roedores? ¿Aprenderán de su derrota miserable? Nadie lo cree. Y nos olvidarán.