miércoles, 11 de febrero de 2015

MEDITACIÓN Y NEUROCIENCIAS

        Que los estados mentales son estados cerebrales parece poco discutible: nuestras actividades mentales sólo son funciones cerebrales, redes neuronales. El dualismo mente-cuerpo, además de carecer de apoyo empírico, es una hipótesis que va contra la regla de oro del método científico: no multiplicar innecesariamente los entes, las causas, para explicar los fenómenos. Nuestra mente es la función de un órgano, de un sistema, el cerebro.
         Las resistencias dualistas proceden tanto de las viejas creencias religiosas y metafísicas como de la experiencia cotidiana subjetiva. Como somos conscientes de nuestras ideas y sensaciones, pensamos que tienen algún tipo de realidad ajena a lo material. Nos resulta muy extraño comprender que el significado de una palabra, una imagen o un recuerdo sólo sean conexiones sinápticas. Cuestión de perspectiva. Cuestión de tiempo. Hace siglos se consideraba ridículo defender el heliocentrismo porque parecía obvio que no nos movíamos.
         En pocas décadas estas resistencias dualistas están cediendo. O los dualistas se han convencido de su error o han desarrollado una versión sofisticada que encaje con las investigaciones actuales de la neurociencia. Esta versión diría que el cerebro y el alma trabajan en paralelo, o algo parecido. Así que en la práctica habría que explorar el cerebro, sea uno materialista o dualista sofisticado.
         Hace décadas que estudiamos la localización de las funciones mentales básicas, como el lenguaje, el razonamiento, la percepción o la memoria. Los daños en un área determinada del cerebro implican el mal funcionamiento de una o varias operaciones mentales. Las lesiones han revelado mucha información. Al mismo tiempo, la aplicación de técnicas de neuroimagen nos muestra qué estructuras están activadas mientras ejecutamos una tarea. La precisión de estas técnicas nos ofrece la posibilidad de analizar procesos complejos.
        
Miguel Parra
    Las aplicaciones de los descubrimientos de las neurociencias a la educación son cada vez más frecuentes. Como ha ocurrido siempre en la ciencia, las ideas útiles pueden venir del campo menos pensado. En la revista Investigación y Ciencia (enero 2015), aparece publicado un artículo titulado “En el cerebro del meditador”, escrito por Mathieu Ricard, monje budista con formación en biología celular, Antoine Lutz, investigador en neurobiología de la meditación, y Richard J. Davidson, experto en neuroimagen y comportamiento. Los autores han estudiado los cambios cerebrales que producen la contemplación y las técnicas de meditación.
         En 2005 el líder del budismo tibetano fue invitado por la Sociedad de Neurociencia para dar un discurso en su reunión anual, en Washington D.C. Aunque muchos científicos protestaron, el dalái lama planteó una pregunta muy interesante. “¿Qué relación podría haber entre el budismo, una antigua tradición filosófica y espiritual de la India, y la ciencia moderna?”. Ya con anterioridad había promovido la creación del Instituto de Mente y Vida, dedicado al estudio de la ciencia contemplativa. Y el año 2000 propuso a los científicos que analizaran la actividad cerebral de los meditadores budistas expertos.
         Los ejercicios de meditación parece que aportan beneficios: ayudan a reducir el estrés, la depresión, o el dolor crónico. La meditación proporciona tranquilidad y sensación de bienestar general. Los escépticos siempre han dudado de los efectos reales de estas técnicas espirituales. Ahora, con la comparación de la actividad cerebral de meditadores expertos y no meditadores, los científicos han podido constatar los cambios fisiológicos concretos que produce la meditación: reorganiza las conexiones de los circuitos cerebrales.
         En el artículo se mencionan tres formas de meditación: atención focalizada, consciencia plena y compasión. Estos tipos de meditación son practicados, nos dicen, en colegios y hospitales de todo el mundo. Los investigadores han analizado los estados cerebrales asociados al ejercicio de atención focalizada, que consiste en centrar la mente en la respiración, evitando la distracción. En el proceso intervienen diferentes áreas de la corteza prefrontal medial, del giro cingulado posterior, etc. El resultado obtenido es claro: los meditadores expertos mostraban una mayor actividad en esas zonas que los novatos. Pero los más experimentados de todos exhibían un poco menos de actividad que los expertos. Esto significa que sus redes neuronales pueden ejecutar la tarea con menos esfuerzo, de forma más automática.
         También analizan los efectos de la consciencia plena, que consiste en desarrollar un estado mental “que responda de forma menos visceral a las emociones, pensamientos y sensaciones.” Los sujetos que practican este tipo de meditación mejoran en el proceso de la atención sensorial. Si te muestran dos estímulos muy seguidos, al fijarte en el primero ya no percibes el segundo. Los que han meditado sí consiguen ver el segundo. Se modifica la intensidad de la respuesta al primer estímulo. Esta distribución de la atención es útil para los tratamientos del dolor.
         Por último, el estudio de los efectos neuronales de la tercera forma de meditación, la compasión y la benevolencia, revela que los meditadores expertos presentan mayor actividad cerebral en las áreas encargadas de la empatía, las cortezas somatosensorial e insular. Puede ser muy interesante para la educación saber cómo mejorar el control de la atención y la empatía.

http://www.diariodejerez.es/article/jerez/1959363/meditacion/y/neurociencias.html