Que los estados mentales son estados cerebrales parece
poco discutible: nuestras actividades mentales sólo son funciones cerebrales,
redes neuronales. El dualismo mente-cuerpo, además de carecer de apoyo
empírico, es una hipótesis que va contra la regla de oro del método científico:
no multiplicar innecesariamente los entes, las causas, para explicar los
fenómenos. Nuestra mente es la función de un órgano, de un sistema, el cerebro.
Las
resistencias dualistas proceden tanto de las viejas creencias religiosas y
metafísicas como de la experiencia cotidiana subjetiva. Como somos conscientes
de nuestras ideas y sensaciones, pensamos que tienen algún tipo de realidad
ajena a lo material. Nos resulta muy extraño comprender que el significado de
una palabra, una imagen o un recuerdo sólo sean conexiones sinápticas. Cuestión
de perspectiva. Cuestión de tiempo. Hace siglos se consideraba ridículo
defender el heliocentrismo porque parecía obvio que no nos movíamos.
En pocas
décadas estas resistencias dualistas están cediendo. O los dualistas se han
convencido de su error o han desarrollado una versión sofisticada que encaje
con las investigaciones actuales de la neurociencia. Esta versión diría que el
cerebro y el alma trabajan en paralelo, o algo parecido. Así que en la práctica
habría que explorar el cerebro, sea uno materialista o dualista sofisticado.
Hace
décadas que estudiamos la localización de las funciones mentales básicas, como
el lenguaje, el razonamiento, la percepción o la memoria. Los daños en un área
determinada del cerebro implican el mal funcionamiento de una o varias
operaciones mentales. Las lesiones han revelado mucha información. Al mismo
tiempo, la aplicación de técnicas de neuroimagen nos muestra qué estructuras
están activadas mientras ejecutamos una tarea. La precisión de estas técnicas
nos ofrece la posibilidad de analizar procesos complejos.
Miguel Parra |
Las aplicaciones
de los descubrimientos de las neurociencias a la educación son cada vez más
frecuentes. Como ha ocurrido siempre en la ciencia, las ideas útiles pueden
venir del campo menos pensado. En la revista Investigación y Ciencia (enero
2015), aparece publicado un artículo titulado “En el cerebro del meditador”,
escrito por Mathieu Ricard, monje budista con formación en biología celular,
Antoine Lutz, investigador en neurobiología de la meditación, y Richard J.
Davidson, experto en neuroimagen y comportamiento. Los autores han estudiado
los cambios cerebrales que producen la contemplación y las técnicas de
meditación.
En 2005 el
líder del budismo tibetano fue invitado por la Sociedad de Neurociencia para
dar un discurso en su reunión anual, en Washington D.C. Aunque muchos
científicos protestaron, el dalái lama planteó una pregunta muy interesante. “¿Qué
relación podría haber entre el budismo, una antigua tradición filosófica y
espiritual de la India, y la ciencia moderna?”. Ya con anterioridad había promovido
la creación del Instituto de Mente y Vida, dedicado al estudio de la ciencia
contemplativa. Y el año 2000 propuso a los científicos que analizaran la
actividad cerebral de los meditadores budistas expertos.
Los ejercicios de meditación parece que
aportan beneficios: ayudan a reducir el estrés, la depresión, o el dolor
crónico. La meditación proporciona tranquilidad y sensación de bienestar
general. Los escépticos siempre han dudado de los efectos reales de estas
técnicas espirituales. Ahora, con la comparación de la actividad cerebral de
meditadores expertos y no meditadores, los científicos han podido constatar los
cambios fisiológicos concretos que produce la meditación: reorganiza las
conexiones de los circuitos cerebrales.
En el
artículo se mencionan tres formas de meditación: atención focalizada,
consciencia plena y compasión. Estos tipos de meditación son practicados, nos
dicen, en colegios y hospitales de todo el mundo. Los investigadores han
analizado los estados cerebrales asociados al ejercicio de atención focalizada,
que consiste en centrar la mente en la respiración, evitando la distracción. En
el proceso intervienen diferentes áreas de la corteza prefrontal medial, del
giro cingulado posterior, etc. El resultado obtenido es claro: los meditadores
expertos mostraban una mayor actividad en esas zonas que los novatos. Pero los
más experimentados de todos exhibían un poco menos de actividad que los
expertos. Esto significa que sus redes neuronales pueden ejecutar la tarea con
menos esfuerzo, de forma más automática.
También
analizan los efectos de la consciencia plena, que consiste en desarrollar un
estado mental “que responda de forma menos visceral a las emociones,
pensamientos y sensaciones.” Los sujetos que practican este tipo de meditación
mejoran en el proceso de la atención sensorial. Si te muestran dos estímulos
muy seguidos, al fijarte en el primero ya no percibes el segundo. Los que han
meditado sí consiguen ver el segundo. Se modifica la intensidad de la respuesta
al primer estímulo. Esta distribución de la atención es útil para los
tratamientos del dolor.
Por último, el estudio de los efectos neuronales de la tercera forma de meditación, la compasión y la benevolencia, revela que los meditadores expertos presentan mayor actividad cerebral en las áreas encargadas de la empatía, las cortezas somatosensorial e insular. Puede ser muy interesante para la educación saber cómo mejorar el control de la atención y la empatía.
Por último, el estudio de los efectos neuronales de la tercera forma de meditación, la compasión y la benevolencia, revela que los meditadores expertos presentan mayor actividad cerebral en las áreas encargadas de la empatía, las cortezas somatosensorial e insular. Puede ser muy interesante para la educación saber cómo mejorar el control de la atención y la empatía.
http://www.diariodejerez.es/article/jerez/1959363/meditacion/y/neurociencias.html