Y los roedores, conscientes de la magnitud del desastre esencial, contemplan a los gatos, tan temidos en la mitología. Y los gatos, moribundos en los rincones de la ciudad, se tambalean entre los instantes no elegidos, como nosotros, igual. Cuando la vida se agota, toda explicación es una figura literaria, retórica. No puede con su pequeño cuerpo: ya no hay energías. Todo se desvanece, como nosotros, igual. Quizás sea propio del gato morir en la calle, observado por un filósofo ignorante, un ser vivo asustado ante los viejos recuerdos. Acurrucado en una esquina, aturdido, cansado, así muere el gato, como nosotros, igual. Ni la esencia, ni la existencia, ni lo necesario, ni lo contingente, ni la causalidad... Quizás sea propio del filósofo ser interrogado por la muerte del gato, interrogado desde los adoquines... El gato se tambalea, muere, como nosotros, igual. Ninguna mitología podrá ocultar la debilidad del gato. En los adoquines, en la puerta de tu casa, sin nada más, bajo la mirada de un roedor triste, muere el gato, como tú.