Y por las tardes, cuando la luz huye, el roedor recuerda todo lo que pudo haber sido. Y lo recuerda porque no queda otro remedio, porque la memoria puede ser la mejor aliada en casos de necesidad extrema, es decir, cada minuto, cada segundo. No es que la luz estorbe, pero su huida es necesaria. En la oscuridad todo es posible, por eso nos aterra. No estamos preparados para tanta posibilidad. El roedor, al atardecer, cuando las sombras recorren el adobe y el atrio, imagina el futuro, porque entonces todo es futuro... Y sólo asoma el miedo, como cualquier sombra mediocre. Huye la luz, porque es necesario. Y el roedor, atrapado en sus sueños, sabe que todo está allí y no hay nada más. Sabe que todo empezó y terminó con el ruido de un vencejo o el calor del horno. Huye la luz... y huyen los ruidos de la maquinaria infernal. Son las tardes, recuerda, cuando el horno parece que se enfría y no hay mañana... Son las tardes, olvida, cuando las ascuas luchan contra las campanadas de las seis y media... No hay forma de deshacerse de aquel presente, de harina y encina o roble, de aquel tiempo, el tiempo. Para eso inventaron la luz, para que desaparezca al anochecer y se lleve todo, tanto el presente como el presente... Inventaron la luz para que hubiera tardes, terribles tardes, y el roedor pudiera recordar lo que no fue.